¡Bravo, vicepresidenta Francia Márquez!
En el marco de un empuje -afortunadamente muy generacional- que despierta esperanzas de nuevos tiempos en América Latina, Colombia tiene nueva vicepresidenta: mujer y afrocolombiana. En mi celebración, privilegio recordar un capítulo que siempre me ha marcado -un encuentro/diálogo– entre mujeres afroamericanas y afrodescendientes de América Latina y el Caribe.
Es 1999, Nueva York: mujeres excepcionales se reúnen en preparación a la Conferencia Mundial contra el Racismo a celebrarse en el 2001 en Sudáfrica. Convocamos a aquellas que criticábamos el feminismo asimilista y blanco del “Norte” y del “Sur”- latinas y afroamericanas en la academia y en organizaciones activistas -con el propósito de entablar diálogos y trazar agendas; conocer más de cerca la situación específica de las mujeres afrodescendientes en ese “Sur” caribeño y latinoamericano.
Era crucial estar bien preparadas para demostrar en Sudáfrica la invisibilización de estas mujeres y sus comunidades -la ausencia de datos oficiales sobre su estatus social y económico, que encubre su posición en las esferas más pobres—silencios estatales en áreas tan claves como la salud, los derechos reproductivos, la educación, la violencia, el discrimen flagrante en el trabajo…
Pero también era importante lograr la conexión Norte-Sur prácticamente ausente. Luego de conocer a muchas mujeres fajonas y brillantes que estaban realizando un trabajo único contra viento y marea en ese “Sur”, las mujeres afroamericanas que no escapaban del todo al US-centric mode que incluso salpicaba a los sectores progresistas, conocieron nuevos mundos.
La agenda era y continúa siendo inmensa: implica la democracia misma. Los derechos de estas mujeres y sus comunidades dependen de un claro reconocimiento de una democracia pluricultural, multirracial y multiétnica—una visión de solidaridad pluralista convertida en derechos y en políticas públicas. Un modelo de democracia con nuevos contratos sociales en los cuales la igualdad, el respeto mutuo y el diálogo irradian de una lente de identidades culturales y raciales, que trasciende el modelo de la “tolerancia” encubridora de la homogeneidad y del silencio de la otredad.
A nivel internacional, estuvimos presentes en Sudáfrica y con el apoyo de otras mujeres en el mundo logramos que se haya reconocido la llamada intersección entre raza, género y etnicidad. Esta intersección es cada día más reconocida al momento que organismos ejecutores de convenciones y tratados internacionales llaman a capítulo a los estados por sus desigualdades de género.
Otro tanto se ha vivido en Latinoamérica –redes de mujeres afrodescendientes han puesto muy claramente los puntos sobre las íes—y las organizaciones feministas en la región han aprendido su lección ante su récord de “exclusión”. En nuestra isla, afortunadamente, cada vez toma más fuerza la develación de las desigualdades en este marco, gracias a un grupo de mujeres extraordinarias de diversas disciplinas y activismos que reconocen y denuncian estas desigualdades.
Como olvidar algunas de las allí presentes en el NY de 1999 —son solo 22 años… Epsy Campbell, haciéndole compañía hoy día a Francia, como vicepresidenta de Costa Rica; Sueli Carneiro, pionera en Brasil del Grupo Geledés; Mundo Afro de Uruguay con mi querida Beatriz Ramírez, exdirectora del Instituto Nacional de Mujeres; nuestra hoy senadora Ana Irma Rivera Lassén, documentando el importante trabajo de Taller Salud en Loíza; y tantas otras colegas académicas y activistas del Sur-Norte, quienes pudieron entrelazar su inteligencia y experiencia en el activismo y la academia.
Tengo mucha suerte; este recuerdo provocado por la elección de Francia Márquez como vicepresidenta de Colombia trasciende la pura nostalgia. Es testimonio certero de unas compuertas que se abren y de que la izquierda debe estar muy atenta a todos estos cambios concretos. ¿Cómo olvidar que Francia fue la tercera candidata más votada?
Muy certera y concreta es también su afirmación de representar a los nadies. Y, claro está, ella es viva representación de “las” nadie. Procede también recordar a Eduardo Galeano, quien dio vida a “Los Nadies” como solo puede hacerlo la poesía: “los hijos de nadie, los dueños de nada… que no son, aunque sean… que no practican cultura, sino folklore… que no son seres humanos, sino recursos humanos… que cuestan menos que la bala que los mata…”.
¡Bravo, bravo!