Un gánster para un milagro
Al FBI le hace falta un dramaturgo, ¡urgente! Y lo más sorprendente es que esta no es la primera vez que alguien lo sugiere. René Marqués en La casa sin reloj (Comedia antipoética en dos absurdos y un
final razonable) insinuó que los detectives que allanaban casas también ansiaban leer buenos libros. “¿Termina bien esta novela?” preguntó uno de los detectives que registraba la casa de Micaela. De hecho, mientras uno de los detectives rebusca pistas por la casa, el otro saca sus espejuelos del bolsillo y se recuesta del anaquel para hojear con más calma la novela. Poco antes de marcharse a regañadientes, el detective devuelve el libro al estante y dice, algo triste: “¿De veras que el tipo ese no se casa con la muchacha rubia?”
Ana Lydia Vega fue incluso más allá y, en una columna del ya clásico El tramo ancla, imaginó los beneficios marginales si el FBI hubiera asumido un
hobby como crítico literario. Los escritores del patio -ironiza Ana Lydia- no solo saldrían del ghetto independentista, sino que limpiarían de retórica patriotera sus textos y llegarían, por fin, a las grandes masas del mercado internacional. Por supuesto, el FBI hizo caso omiso del consejo y ahora que han cambiado de estrategia -ya no carpetean escritores- resulta evidente que la agencia federal de investigación nunca llenó la vacante de dramaturgo a tiempo parcial. Y eso se nota de un avión, a juzgar por la más reciente transcripción entre Anthony Maceira y el productor Sixto George. En pleno coqueteo corrupteril aparece un suspiro, acotado entre corchetes, pero sin matiz; es decir, no sabemos si el entonces secretario de Asuntos Públicos del exgobernador Ricardo Rosselló, Anthony Maceira, suspira por temor o por entusiasmo, si lo hace porque está agotado o tiene calor, si se siente afortunado, nostálgico, contento, triste, ¿culpable?, o sencillamente respiró muy cerca del micrófono que -¡bendito cliché federal!- debió llevar escondido en el pecho.
Cualquier dramaturgo que se respete no hubiera dejado pasar algo así, aunque las reglas de la imparcialidad federal se lo impusieran, pues no hay nada más peligrosamente ambiguo en un libreto que un suspiro sin adjetivar o acotado vagamente. Tanto es así que en todo Hamlet no aparece ninguno, a pesar de los soliloquios, el veneno, el fantasma, el espía y los asesinatos. Ni siquiera Polonio exhala algún gemido cuando Hamlet lo descubre detrás de la cortina escuchando una conversación -el momento más FBI de la obra. El príncipe saca la espada, hiere al espía sin temor a manchar de sangre la cortina, le llama rata inmunda -el momento más Paquita la del Barrio de la obra-, pero a Polonio no se le escapa ni un suspiro final, sino que dice, redundante: “¡Me han matado!” Lo más cercano a un suspiro en Shakespeare son las interjecciones que suelen acompañar los soliloquios. Según el ensayista Brian Dillon, los académicos no se han puesto de acuerdo en cómo leer las oes menguantes que tanto se repiten. Por ejemplo, algunos dicen que los “¡Oh, ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!” que lanza Otelo después de asesinar a Desdémona deben leerse de corrido, como un solo rugido de furia; otros, en cambio, aseguran que debe hacerse una pausa entre cada interjección para acentuar el sentimiento de culpa.
Si esto es así con Shakespeare, no quiero imaginarme cómo los agentes del FBI andan interpretando los repetidos “sí, sí, sí”, o los “papi, no hay break” que lanza constantemente Sixto George en la grabación, justo cuando le ofrece a Maceira los servicios del titiritero Antulio “Kobbo” Santarosa para limpiar la imagen mancillada del exgobernador, tras la publicación del chat. Si nos dejamos llevar por las transcripciones que el FBI viene publicando a cuentagotas, o por la cantidad de teatros cerrados en la isla, no es difícil imaginar que los dramaturgos terminarán como el personaje de aquella película de Frank Capra, Un gánster para un
milagro : vendiendo frutas de puerta en puerta en el Off-Broadway de Nueva York. Es hora ya de que el FBI presupueste una partida para un dramaturgo o un crítico literario -tan escasos en el país- si no quieren que los corruptos se libren de los cargos imputados por un tecnicismo tan sencillo como un “Sí, papi”, un “Exactamente”, un “okay” o por un suspiro entre corchetes, vago, solitario, y tan poco gansteril.
Es hora ya de que el FBI presupueste una partida para un dramaturgo o un crítico literario -tan escasos en el país- si no quieren que los corruptos se libren de los cargos imputados por un tecnicismo”