Regodeos criollos
Si desde las crónicas de Zeno Gandía, gran parte de nuestro imaginario literario se ha definido por medio del tópico de la enfermedad, las novelas detectivescas contemporáneas de Wilfredo Mattos Cintrón –“Nuevas crónicas de un mundo enfermo”- apuntan a una continuidad que podíamos considerar trágica. Persisten los avatares del país: incertidumbres, fundamentalismos, fatalismos y fanatismos de todo tipo, desastres naturales y otros configurados por el hombre. Persiste también un sentimiento de derrota, de ofuscación, de tranque que cierra cualquier intento de adelantar un destino colectivo. Dos series de circunstancias parecen conspirar para ello: unas objetivas y externas y otras que dependen enteramente de una actitud consuetudinaria, la negativa de ponernos a término con una realidad innegable. Somos un país caribeño, pequeño y con recursos limitados, lo cual, sin hacernos únicos ni mucho menos, nos debería obligar a mirar con claridad opciones disponibles de transacciones y negociaciones urgentes, sin perder de vista un fin común que busque el bienestar colectivo más generalizado.
Es dentro de ese marco ambicioso que se insertan las narraciones detectivescas de Mattos Cintrón que ilustran, con anécdotas en ocasiones divertidas, el complicado panorama de nuestro presente. No todas las novelas que han girado alrededor del detective criollo, Isabelo Andújar, han sido igualmente exitosas. Algunas se han perdido en vericuetos del pasado que parecen carecer de relevancia actual. Esta, sin embargo, tiene una trama ágil de sorpresas sostenidas, que va tocando diferentes ángulos de esa problemática aparentemente insoluble que nos atenaza a todos y que tan gráficamente definió Luis Rafael Sánchez con el gran tapón existencial de su “Guaracha”.
La detección en este caso tiene que ver con los motivos de un suicida, Darío Perpetuo. La familia comisiona al inquisitivo Andújar, agradable y gregario, campechano y tenaz, para que los averigüe. La trama da vueltas y volteretas en torno a tópicos que dominan la discusión actual, cerrando la apertura a nuevas perspectivas: la pedofilia eclesiástica, el homosexualismo visto como lacra, la traición de los ideales, el materialismo desbocado. Todo ello mantiene intrigado al lector y ocupado al investigador que va construyendo lentamente un cuadro cabal de un pasado sórdidamente vulnerado.
Como de costumbre, el estilo de detección de Andújar no es directo. No se trata de la tradicional carrera tensa y desenfrenada por encontrar el motivo del siniestro. Isabelo Andújar janguea con su novia y sus amigos, deambula por la plaza del mercado de Río Piedras, filosofa -todos filosofanpasea, piensa y se toma su tiempo. Frente a la intensidad teledirigida del detective “hard-boiled” estadounidense, el regodeo criollo del boricua: “... and never the twain shall meet”.
Demasiado regodeo, quizás, demasiada discursividad -a veces aleatoria- del “Círculo Azul Celeste” de sus amigos que arreglan el mundo en tertulias interminables. Demasiados tópicos dando vueltas por la trama: el machismo consuetudinario y sus servidumbres, el caso de los palestinos, el secuestro de la narrativa reivindicativa de victimizaciones pasadas por Israel y, sobre todo, las mañas del poder (político, eclesiástico, económico). La narración es indulgente consigo misma, aún dentro de los atractivos meandros del regodeo caribeño. Algún toque de ‘roman a clef’ aligera el discurso. El lugar de la detección -y los métodos- se amoldan al panorama de un Río Piedras decaído, nostálgico de pasadas luchas estudiantiles, con anécdotas de libreros que persisten heroicamente en su oficio y de poetas generosos con sus versos.
También hay cierto humor en esta novela, como en todas las protagonizadas por nuestro detective prieto: divierten los nombres -Zobeida, Solomillo, Darío Perpetuo, doña Temia- y las ocurrencias: “La mirada que doña Temia deposita sobre el rostro de Isabelo Andújar es de aquellas que deberían estar configuradas y prohibidas como una modalidad de las armas de destrucción masiva”.
Un guiño adicional se agradece: el catálogo del creciente repertorio ‘noir’ puertorriqueño. Mattos Cintrón nos abre aquí la puerta de un género que denota cierta madurez literaria en una sociedad. La figura del detective, dentro de un mundo enfermo, corrupto, criminal, intenta llamar las cosas por su nombre: aclara confusiones, sienta responsabilidades, define y asigna culpas. Conviene.