El Nuevo Día

La caída de Roe como una soberana oportunida­d

- Mayra Montero Escritora

“No puede ser que la derogación de Roe vs. Wade —que ya en los periódicos chiquitean del norte como 'la caída de Roe'—, sea lo más trágico que ha pasado en el mundo en estos días”

Soy partidaria de que cada cual haga con su cuerpo lo que le parezca. Ya dije en otra columna que, en lo que respecta al aborto en Puerto Rico, ese procedimie­nto tendría que ser autorizado en todo momento, incluso luego de los cinco o seis meses de gestación, si se descubre que el niño trae una anomalía que los padres no puedan o no quieran asumir—circunstan­cia muy legítima—, o si el embarazo es un problema para la salud física o mental de la madre.

Ahora bien, que una mujer saludable, con un muchacho saludable en camino, lo esté pensando cinco meses y medio, para decidir, al cabo de ese tiempo, que mejor interrumpe, es indolencia y poca cabeza. Ni siquiera lo veo como una cuestión moral o religiosa, sino estética. Sacar a una criatura casi completa, que encima ya se mueve, y echarla al contenedor de los desperdici­os biomédicos me parece, cuando menos, repelente.

Esa es mi opinión. Porque se diría que la ola mediática discurre en una sola dirección, y resulta que los demás tenemos derecho a expresar una idea.

La decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos no ha debido tomar a nadie por sorpresa. Es lo que se esperaba. Una vez derrotada la constituci­onalidad del derecho absoluto al aborto, y en manos de cada uno de los estados la forma de aplicar la ley, puede pasar ciertament­e cualquier cosa. Desde lugares en los que se suscite una cacería de brujas al estilo medieval, hasta ciudades que se conviertan en la meca de los legrados, multiplicá­ndose las clínicas especializ­adas como los casinos en Las Vegas. Ya lo verán.

En definitiva, los electores escogerán, tan democrátic­amente como se hace todo en los Estados Unidos —ahora no digan que no los que se han pasado la vida diciendo que sí— a los políticos que van a decidir cómo se regula el aborto.

¿Qué quiere decir eso? Pues que los candidatos de los 50 estados y los territorio­s tendrán que explicar las medidas que van a impulsar, y cuáles serán, si algunas, las restriccio­nes que van a imponer. El juez que escribió la opinión, Samuel Alito, recalcó que “la autoridad para regular el aborto debe retornar al pueblo y a sus representa­ntes electos”.

Lo que pasa es que mucha gente que se las da de liberal, en el fondo le tiene terror al pueblo. Por ejemplo, parece que la mayoría de los habitantes de Misuri o Misisipi, o incluso de Texas o Alabama, tienen en general sentimient­os tradiciona­listas, de una rigidez consustanc­ial a sus conviccion­es religiosas. Son pueblos distintos a los que habitan Vermont o Nueva York. Pero eso es Estados Unidos, y no podemos decir que nos acabamos de enterar ahora. Nos guste o no, eso es también una forma de diversidad.

Planteado esto: ¿no habrá manera de controlar el nerviosism­o (y la hemorragia de adjetivos), y debatir el asunto con un poquito de calma? He leído palabras como caos, desastre, derrumbe… y tantas por el estilo. Es como si el mundo se hubiera partido en pedazos. En alguna parte alguien declaró que había sido un día devastador para las mujeres.

Yo levanto la mano para hacer una pequeña distinción.

Días devastador­es son los que viven las mujeres del Africa oriental, en países como Somalia y Kenia, donde cada 48 segundos muere de hambre un ser humano, en una situación más catastrófi­ca que nunca desde que estalló la guerra en Ucrania; una guerra que los ha privado del acceso a los pocos cereales que recibían.

Días devastador­es, por cierto, los de las ucranianas que han huido del país dejando atrás a sus maridos, padres o hijos varones en edad militar, atrapados en ciudades asediadas y con un pie en la tumba: no los volverán a ver.

Días devastador­es los de las haitianas que hace poco veían caer al mar los cadáveres de sus niños, que enseguida eran presa de los tiburones.

No puede ser que la derogación de Roe vs. Wade —que ya en los periódicos chiquitean del norte como “la caída de Roe”—, sea lo más trágico que ha pasado en el mundo en estos días. Yo sé que a los americanos siempre les pasa lo más importante, pero en el planeta están ocurriendo otras cosas, olas de inmigrante­s que atraviesan Centroamér­ica y de los que ya nadie habla, porque Trump no está, pero que languidece­n igual en la frontera. A las mujeres las violan por el camino, hay infinidad de testimonio­s y documental­es.

En definitiva, si de ese Tribunal Supremo dominado por conservado­res ha salido una decisión que duele y preocupa a numerosos sectores, pero a la misma vez abre las compuertas para que cada estado o territorio disponga lo que quiera, esta es la gran oportunida­d de mostrar independen­cia de criterio aquí.

Así debe verse. Pero por el contrario, noto una tendencia a asumir el asunto desde una óptica eminenteme­nte americana; un sentimient­o “incorporad­o”, porque salta una cosa como esta y mentalment­e nos sentimos agraviados, sin mirar lo que tiene de positivo para la Isla.

Algunos olvidan que parte de una vocación soberanist­a, si es que la queremos expresar, es distanciar­se de las vicisitude­s, prejuicios y descalabro­s de la metrópoli. Sintiéndol­o en el alma, hay que poner distancia. Siempre que se pueda, claro, y resulta que en este caso se puede. Para una vez que dejan en manos del gobierno de Puerto Rico una decisión crucial, estamos airados en nombre de la nación.

El Supremo federal soltó el clavo ardiendo. Hagamos con el limón lo que nos dé la gana. Los legislador­es, aquí, que se atengan a lo que quiere la mayoría, cada ciudadano expresándo­se de acuerdo con sus principios. Y ya.

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Ap / steve helber Defensores del derecho al aborto protestan frente al Tribunal Supremo de los Estados Unidos, en Washington DC.
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