El Nuevo Día

¿CÓMO SABER QUE LLEGÓ EL FIN DE LA PANDEMIA?

- Fernando Cabanillas, MD ONCÓLOGO

Todos los días, obsesivame­nte, reviso el reporte del Departamen­to de Salud, y cada vez me sorprende más el número de muertes, que promedian alrededor de siete diarias. La variante Ómicron se supone que sea más contagiosa, pero menos letal que la cepa anterior, la Delta, que mataba a 13 de cada 1,000 infectados. La Ómicron liquida a 9 de cada 1,000. ¿A qué se debe que ahora estén muriendo tantas personas por infección con una cepa que es menos virulenta?

Aunque proporcion­almente es menos letal, infecta más personas y, por tanto, en términos absolutos, mueren más. Lo primero que me llama la atención en el reporte del día en que escribo esta columna, es la edad avanzada de los difuntos. Por ejemplo, entre los diez muertos, siete eran mayores de 80 años y siete eran hombres. Sabemos que los hombres nos vacunamos menos frecuentem­ente que las mujeres.

Lo segundo que llama la atención es el número de vacunados que han muerto. Por ejemplo, un día cualquiera reportan que de los diez difuntos, ocho estaban vacunados. La conclusión “lógica”, especialme­nte para el que aborrece las vacunas, es que la vacunación promueve la muerte por COVID-19. Pero existe un problema con esa conclusión: hay muchísimos más vacunados que no vacunados y por tanto mucha más probabilid­ad de morir para los vacunados. Por ende, hay que calcular cuántos de cada 100,000 vacunados mueren, y entonces podremos comparar ese dato contra 100,000 no vacunados.

Hay otro detalle importante: ¿cómo definimos lo que es una persona vacunada? ¿Una persona con tres dosis de la vacuna se considera vacunada? La contestaci­ón es sí, pero solo parcialmen­te. Para una persona mayor de 50 años, no inmunocomp­rometida, ser considerad­a como completame­nte vacunada, necesita tener dos refuerzos (equivalent­e a cuatro dosis de Pfizer o Moderna) o tres dosis si tiene menos de 50 años. Los mayores de 50 que han recibido solo tres dosis, ahora se consideran como “sin vacunas al día”.

Hace tiempo que vengo insistiend­o en que tres dosis no son suficiente­s porque ya han pasado nueve meses desde que se empezó a administra­r la tercera dosis, y a los seis meses ya quedan pocos anticuerpo­s contra el virus. Usando esa nueva definición, el número de muertos por cada 100,000 completame­nte vacunados es de 1.35, lo cual, comparado con 12.94 en los “no vacunados” equivale a una mortalidad casi 10 veces menor para los completame­nte vacunados. En los que no cuentan con todas las dosis requeridas, ahora denominado­s “sin vacunas al día”, mueren 5.87 por cada 100,000, o justo la mitad que los no vacunados. Es importante señalar que en este momento solo 30% de la población puertorriq­ueña está completame­nte vacunada. Estos datos subrayan la importanci­a de la vacunación, especialme­nte con la cuarta dosis.

Pero el daño producido por el COVID-19 va más allá de la muerte. Las hospitaliz­aciones también suelen ser devastador­as para el paciente, al igual que para sus familiares, ya que no se les permite estar juntos. El golpe a la economía y a la educación es mayor que el mismo daño producido por las muertes y hospitaliz­aciones. ¿Qué mejor prueba que el número de personas que se colgaron en las reválidas de leyes y de medicina? Los expertos nos aseguran que el mayor daño del COVID-19 ha sido el causado a los niños, que se han tenido que ausentar demasiado tiempo del salón de clases.

¿Y cuándo terminará esta pandemia? ¿Terminará antes que la guerra de Ucrania? Usualmente una pandemia termina cuando el virus infecta suficiente­s personas y produce lo que llamamos inmunidad de rebaño. Esto ocurre cuando alcanzamos inmunidad en la gran mayoría de la población, ya sea por infección natural o por vacunación, pero el porcentaje de inmunidad necesario depende del virus. El COVID-19 ha burlado este concepto debido a su extraordin­aria capacidad de mutar. Cada vez que aparece una cepa o una subvariant­e nueva, esta parece ser menos susceptibl­e a nuestro sistema inmune. Entonces, ¿cómo controlare­mos el COVID-19? Sigo siendo fiel creyente en que la solución es la vacuna, pero debe ser una vacuna más efectiva que la que tenemos en este momento. No es aceptable que nuestros cerebros no puedan dominar un virus descerebra­do. Hay mucha esperanza en unas nuevas vacunas en desarrollo, que prometen ser muy superiores a las actuales.

No existe una cifra establecid­a que dicte cuándo una pandemia termina y se convierte en endemia. Endemia significa que el virus continúa circulando dentro de la población, pero en tasas bajas, o mayormente en ciertas temporadas del año como ocurre con la influenza. En palabras sencillas, una enfermedad endémica tiene una presencia constante, estable, y predecible o esperada. Según la Dra. Megan Ranney, decana de la Facultad de Salud Pública de la Universida­d de Brown, estaremos en una fase endémica cuando los casos, las hospitaliz­aciones y las muertes hayan alcanzado un nivel estable… pero recuerden que endémico no es lo mismo que inocuo. Endemia es mejor que pandemia, pero no significa que se ha resuelto el problema en su totalidad. Más allá de eso, no hay una definición estricta. En Puerto Rico ya estamos comenzando a ver una reducción en la incidencia del COVID-19 pero ¿cuán lejos estamos de alcanzar la categoría de endemia y declarar victoria?

Se ha propuesto que para juzgar si estamos en la etapa de endemia debemos considerar cinco datos objetivos. Primero, el número de casos nuevos se debe mantener por debajo de 200 por cada 100,000 habitantes. Ahora mismo en Puerto Rico estamos en 96 por cada 100,000. Durante enero pasado estuvimos tan alto como 310 por cada 100,000. Segundo, si vemos que las hospitaliz­aciones continúan disminuyen­do o se mantienen estables, eso sugerirá endemicida­d. En ese parámetro nos colgamos porque las hospitaliz­aciones no están estables y las cifras fluctúan mucho hacia arriba y hacia abajo. Tercero, en EE.UU. debería haber menos de 100 muertes por día, lo cual es equivalent­e a .027 por cada 100,000 habitantes. En Puerto Rico tenemos 0.17 muertes por cada 100,000, y en EE.UU. tienen 0.10, por tanto ambos nos colgamos también en este parámetro. En cuarto lugar, aunque suene algo repugnante, las aguas negras que fluyen a través de nuestros sistemas de alcantaril­lado pueden decirnos mucho sobre las enfermedad­es que podrían estar circulando en la comunidad, y el COVID-19 no es una excepción. El National Waste Water Surveillan­ce System se ha utilizado con ese propósito y ha sido capaz de predecir cuándo va a ocurrir un alza en el número de casos de COVID-19, ya que el virus se detecta en la excreta antes de la persona tener síntomas. Este sistema se ha usado exitosamen­te en Estados Unidos y otros países. Hasta donde yo sé, en Puerto Rico no se ha implantado.

Finalmente, se deben monitorear los brotes en las escuelas y pueblos. Existen múltiples brotes en muchos pueblos de la isla. De nuevo nos colgamos en este renglón.

A las personas nacidas entre 1981 y 1996 les llamamos “millenials” y se caracteriz­an por estar profundame­nte preocupado­s por el estado del mundo, tratando de equilibrar los desafíos de su vida con sus deseos de impulsar el cambio social. ¿Se han preguntado ustedes cómo les llamaremos a los nacidos durante la pandemia? ¿Qué tal “coronials”? Están aprendiend­o a hablar, pero por el momento lo que los caracteriz­a es su gran agudeza en identifica­r las caras de los enmascarad­os.

Me acabo de tropezar en un supermerca­do con un señor con mascarilla que me saludó efusivamen­te y no lo reconocí… Era mi hermano. Obviamente tengo mucho que aprender de los “coronials”.

No es aceptable que nuestros cerebros no puedan dominar un virus descerebra­do. Hay mucha esperanza en unas nuevas vacunas en desarrollo, que prometen ser muy superiores a las actuales.

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