El corazón le palpita al son de bomba y plena
Juan Gutiérrez contribuyó a diseminar y preservar la herencia musical afroboricua en Nueva York al fundar la agrupación musical Los Pleneros de la 21
En cualquier esquina se observan banderas puertorriqueñas. Banderas de Puerto Rico por todas las esquinas. Rojo, azul cielo y marino, y blanco. Juan -también conocido como Juango- estaba despidiéndose de sus familiares antes de comenzar la entrevista, particularmente de su nieta, Ana.
Juan Gutiérrez preservó la herencia de la plena y bomba en la ciudad de Nueva
York al organizar el grupo musical Los
Pleneros de la 21.
“Vete para clase", le dijo a Ana mientras le acariciaba el cabello y la devolvía a su padre con su mano sobre el hombro.
Retumbaba el sonido de tambores en el pasillo con la armonía de las risas y voces infantiles.
Juango por fin se sentó, cruzado de piernas y sin mascarilla, señal de la era post pandémica será.
Su primer encuentro con la música fue en Caparra Heights, gracias a su papá. De niño, siempre terminaba clavado frente a la tarima, mirando a los pleneros tocar la música de sus ancestros.
Bomba y plena son dos géneros musicales derivados de la afrodescendencia puertorriqueña. En la bomba, se suele cantar en forma de llamada y respuesta, con percusionistas manteniendo el ritmo con los barriles -tambores en forma de barril.
El tambor más agudo está pendiente al bailarín de bomba, traduciendo sus movimientos de manos y cuerpo en sonido.
La plena surgió entre los trabajadores urbanos en los pueblos costeros de Puerto Rico. Al igual que la bomba, utilizan percusión y se dejan llevar por llamada y respuesta, pero con un énfasis en líricas sobre la vida cotidiana y con panderos y el güiro -otro instrumento de percusión tradicional de la isla antillana- complementando la melodía.
Para la plena, hay tres tambores principales. El más grande es el seguidor, retumba el ritmo base de la canción. El mediano es el punteador, carga la melodía de la canción, mientras el requinto es el solista. De vez en cuando entra el güiro para complementar el seguidor. El requinto es el solista.
Para la bomba, son otros tipos de percusionistas: el subidor-primo, el buleador y el subidor-réplica. Puede haber más de un subidor-primo, son los barriles de la bomba. El buleador es el que mantiene el tempo y el subidor-réplica es el barril solista. Juango tiende a ser el buleador, manteniendo el ritmo, el fundamento de la canción.
Juan siempre busca el ritmo en la vida es su gasolina, su hilo conductor.
El ritmo lo llevó a la Escuela Libre de Música, creada por Ernesto Ramos Antonini en el 1950 que tiene tres ubicaciones en la isla: una en Mayagüez, una en Ponce y una en San Juan. La escuela requería al estudiante tomar un examen de aptitud para concederle admisión.
Juan formó parte de la segunda clase graduanda de la escuela en San Juan y fue pupilo de grandes músicos de aquel tiempo, como Ivonne Figueroa de la prestigiosa familia de músicos conocidos como los Hermanos Figueroa, entre otros.
El Conservatorio de Música de Puerto Rico aún no tenía un programa de percusión como especialidad, por lo que decidió matricularse en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras para cursar su bachillerato. Aún así, siempre daba la vuelta y regresaba a las puertas del Conservatorio.
Gutiérrez se preparó para solicitar admisión en la Manhattan School of Music. Con la ayuda de otro estudiante, Carlos Molina, grabó y envió un casete como parte de su portafolio. El timpanista del Metropolitan Opera, Fred Hinger, invitó a Gutiérrez para una audición en persona en Nueva York.
En 1976 aceptaron a Juan en la Universidad; el mismo año que se casó. Se mudó con su esposa a Nueva York en septiembre y se quedaron en la ciudad desde entonces.
Algo que recalcó Juan Gutiérrez fue que, aunque los puertorriqueños tienden a venir a un nuevo lugar sin dinero en el bolsillo, vienen con riqueza cultural, cargando la patria donde sea.
Estando en Nueva York, cruzó caminos con grandes figuras de la plena, como Pepe Castillo, Edgardo Miranda y Marcial Reyes.
Marcial Reyes fue quien le abrió las puertas a Juan Gutiérrez, a conocer otros pleneros y vivencias, tanto en Nueva York como en Puerto Rico. Después de tres años formando una red cultural en la ciudad, Juan logró formar su propio grupo musical: Los Pleneros de la 21.
El grupo original estaba compuesto por Juan Gutiérrez, Miguel Ángel y Benjamín Flores, Marcial Reyes y Francisco “Pequito” Rivera. Ya para noviembre de 1983, Marcial Reyes regresó a Puerto Rico y Pablo Ortiz, otro músico en Nueva York, lo sustituyó.
Los miembros jóvenes eran receptivos a los mayores. Según Gutiérrez, era una colaboración viva entre la contemporaneidad y la tradición. Juan describió que ellos alimentaban el fundamento, para traer “algo nuevo que no lo desvirtúa”.
Marcial luego le dijo a Juan, “Tenemos que ver a René López”, un musicólogo y productor de música tradicional. López produjo el primer álbum de Los Pleneros de la 21, “Somos boricua” (1996). Luego el grupo publicó más álbumes: “Puerto Rico Tropical” (1997), “Para Todos Ustedes” (2005) y “Live at Pregones” (2018). El primero se ha vuelto una reliquia, difícil de conseguir en tiendas de música.
El grupo ha tocado en el Festival Smithsonian en Washington, D.C., en el National Folk Festival de 1985 en Central Park, en el Centenario MLK en el Museo Smithsonian, y en el primer Festival de Música Tradicional en Moscú, Rusia en 1988, cuando aún estaba el régimen de la Unión Soviética. Al regresar de Rusia, le ofrecieron a Juan trabajar en un programa para motivar a estudiantes a permanecer en la escuela primaria y secundaria.
Mitchel Korn, quien reclutó a Juango para el programa escolar, luego lo motivó a crear el taller de música en 1989. Al entrar la vena de las organizaciones sin fines de lucro, le ofrecieron una beca para seguir el proyecto.
Entre 1999 y 2000, le ofrecieron un espacio en Julia de Burgos Latino Cultural Center, donde también estaba el Taller Boricua y un taller del Teatro Rodante de Pregones, también conocido en inglés como Puerto Rican Traveling Theatre.
Hoy día. el taller cuenta con maestros de música que llegaron cuando eran niños. Uno de ellos fue Matthew “Mateo” González, nacido en 1991, quien llegó al taller a los seis años en 1997. Según Matthew, Juan tiene un talento para mejorar la melodía de la canción sin restarle la esencia folklórica, como ha hecho toda su vida. Sin embargo, Juango se enfrenta a un problema que aún le falta responder: cómo mantener el proyecto vivo.
Instituciones como El Museo del Barrio, un ente cultural del vecindario, cuentan como una junta de directores y sucesores. Sin embargo, Juan dirige el taller y toma las decisiones finales; solo cuenta con un grupo de voluntarios como consejeros. Aún no cuenta con un sucesor para que el proyecto continúe.