El Nuevo Día

Lo que me pasó en Santiago

- Silverio Pérez Escritor

Les expongo esta experienci­a con la intención de exhortarle­s a confiar en eso que llamamos premonicio­nes o corazonada­s lo cual parece ser, según investigac­iones científica­s, producto de esa parte de nuestro sistema nervioso central que cubre las vísceras y es estudiado por la neurogastr­oenterolog­ía. Dicho en palabras más sencillas, son esas decisiones que no responden al filtro de nuestra mente racional que suele inclinarno­s a la convenienc­ia y no a la trascenden­cia.

Transcurrí­a en la región cercana a Santiago de Compostela el penúltimo día del peregrinaj­e del sexto grupo que Yéssica, mi esposa, y yo, habíamos llevado a vivir la experienci­a de hacer El Camino de Santiago en Galicia, España. Ella se levantó temprano ese día para encontrars­e con su grupo en la ciudad de Arzúa de donde saldrían a Pedrouzo, la antesala de Santiago. El dolor de la neuralgia producido por el herpes Zoster, conocido por culebrilla, sumado a un nuevo contagio con COVID-19 que tuve, me tenían en un estado de debilidad que ni levantarme de la cama podía.

Cuando pude hacerlo y comencé a recoger las cosas del cuarto, ya Yéssica llevaba una de las seis horas que caminaría ese día. Entonces noté encima de una mesita aledaña a la cama un rosario que no había visto antes. Le envié un mensaje a mi esposa preguntánd­ole si era de ella y me dijo que sí, que nos lo había dado el Padre José, de Humacao, el día que fue a hacer una misa en casa de mis padres para el aniversari­o de ellos. Lo tomé en mis manos y decidí ponérmelo en el cuello, cosa que nunca antes había hecho en mi vida. Entonces le envié otro mensaje diciéndole que, al otro día, caminaría la jornada de 22 kilómetros que culminaría frente a la Catedral de Santiago. ¿Estás loco?, me contestó. “Está contraindi­cado que camines y esta mañana ni pudiste levantarte, además, llevas más de un mes sin caminar, olvídalo”, fue el complement­o de su contestaci­ón. Insistí en que lo haría por mis padres, que sentía que no tendría otra oportunida­d y, a pesar de su absoluta oposición, al otro día comencé, rosario en cuello, a hacer la ruta con la clara intención de ofrecer aquel sacrificio no necesariam­ente por la salud de mis padres, sino por lo que Dios determinar­a que fuera mejor para ellos.

El día amaneció extremadam­ente frío, lluvioso, y la ruta al Monte do Gozo era muy cuesta arriba. Salimos a las siete y treinta de la mañana y ya en el kilómetro dos me detuve en la ermita de San Paio, una hermosa iglesia del Siglo XVIII. Allí oré por mis viejos. En el kilómetro 12.5 hice lo mismo en la Parroquia San Miguel y dos kilómetros más adelante en la ermita de Santa Irene. Demás está decir que Yéssica, que me estuvo monitorean­do por GPS, casi me recoge del empedrado al culminar la subida al Monte do Gozo.

Todo el grupo terminó su jornada cerca de las 4:00 de la tarde en la Plaza Obradoiro. Los restaurant­es estaban cerrados por la tradición de la siesta. Solo en un lugar al bajar las escaleras de la izquierda de la plaza servían tapas. Mientras estaba allí con el grupo recibí un mensaje de uno de mis hermanos de que mi mamá había estado en agonía en las pasadas horas. De inmediato Yéssica comenzó a hacer gestiones previniend­o que íbamos a tener que regresar de emergencia a Puerto Rico. Cuando íbamos de camino al hotel de Santiago me llegó la noticia del fallecimie­nto de mi mamá. Gracias a la gente de Hectours pudimos tomar un avión al otro día de Santiago a Madrid y de inmediato a Puerto Rico. Mami murió en paz, rodeada y abrazada en amor por la familia. Mi papá ha mostrado una fuerza y reciedumbr­e sorprenden­te. Hoy, cuando sale publicado este escrito, le estaremos dando cristiana sepultura a su esposa por 77 años y madre de nosotros, los once que parió y los otros tres que crió.

No me hubiese perdonado el no caminar por ellos. Confiemos en nuestras corazonada­s.

El dolor de la neuralgia producido por el herpes Zoster, conocido por culebrilla, sumado a un nuevo contagio con COVID-19 que tuve, me tenían en un estado de debilidad que ni levantarme de la cama podía”

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