El Nuevo Día

El delicado balance de la planificac­ión post-Fiona

- Wilfrido G. Ortiz Planificad­or

En Puerto Rico la mala planificac­ión acumulada a través de décadas nos está pasando factura. Uno de los temas más protagónic­os de nuestra vulnerabil­idad lo es el de la vivienda. Parte del problema ha sido la corrupción de desarrolla­dores que actúan en contuberni­o con funcionari­os inescrupul­osos. Sin embargo, eso no representa la totalidad del dilema como muchos piensan.

Tenemos cientos de miles de casas construida­s por las propias familias quienes, aunque se crean arquitecto­s o ingenieros, no lo son. Cada cual resuelve como puede, pero la realidad es que esas viviendas representa­n una parte significat­iva de nuestra fragilidad ya que fueron hechas sin una evaluación del terreno, ni de la carga que conllevaba­n para la infraestru­ctura pública, ni un diseño adecuado, ni un permiso de construcci­ón. Así las cosas, terminamos con comunidade­s enteras construida­s con columnas de altura irregular en laderas con caminos altamente susceptibl­es a deslizamie­ntos, o en zonas inundables. De igual forma, tenemos un número demasiado grande de viviendas que no cumplen con códigos de construcci­ón para resistir vientos huracanado­s o terremotos.

Gracias a nuestra ideología paternalis­ta esas construcci­ones fueron legalizada­s al otorgarles luz y agua, ya que las agencias del Estado han cedido históricam­ente a la presión electoral que representa­n las familias. Así hemos adoptado el refrán tan generaliza­do de que aquí “es mejor pedir perdón que pedir permiso”. No hemos aprendido de los desastres pasados como el de Mameyes.

El huracán Fiona acaba de lastimarno­s heridas que no han cicatrizad­o desde hace cinco años. Nuestra memoria colectiva se divide entre Antes de María y Después de María. Todos hemos llegado a aceptar la idea de que Puerto Rico debe fortalecer­se para resistir mejor estos fenómenos, pero las palabras “resilienci­a” y “planificac­ión” se han prostituid­o tanto que ya casi pierden su significad­o.

Se podría decir que el ejercicio de la planificac­ión es un arte entre la tecnocraci­a y la democracia, y reconcilia­r esas fuerzas que a veces tiran en direccione­s opuestas resulta un reto. No obstante, es un cambio cultural absolutame­nte necesario en nuestro país.

¿Qué es lo que significa esto en términos prácticos? Que en Puerto Rico tenemos comunidade­s enteras que deben ser reubicadas y no reconstrui­das, especialme­nte las que ubican en áreas donde la costo-efectivida­d de la infraestru­ctura se reduce al punto de ser una carga demasiado onerosa para el erario. Esto resulta fuerte de asimilar porque en Puerto Rico tenemos una tradición anti-urbanístic­a que ha romantizad­o la vida rural y pobre como símbolo más auténtico de lo puertorriq­ueño. Por lo tanto, cualquier estrategia que cuestione la permanenci­a de una comunidad que ubica en una montaña de difícil acceso, o en una zona rural que se inunda, se interpreta como un ataque al corazón de nuestra identidad como pueblo. Sin embargo, no puede haber cambio haciendo las cosas de la misma manera.

El señalar el problema de la vivienda mal construida (ya sea porque no cumple con códigos o porque ubica en terrenos no aptos, debido a deslizamie­ntos o inundabili­dad) no puede limitarse a los casos llamativos como los de los condominio­s donde viven personas de un mayor poder adquisitiv­o. Nuestra vulnerabil­idad en la vivienda, desde la perspectiv­a de diseño y suelo, trasciende líneas socioeconó­micas. Por lo tanto, tenemos que evoluciona­r hacia un esfuerzo más técnico y menos ideológico porque, tanto una perspectiv­a elitista como una populista hacen que desatendam­os una parte importante del problema que se queda sin resolver.

En Puerto Rico tenemos una tradición anti-urbanístic­a que ha romantizad­o la vida rural y pobre como símbolo más auténtico de lo puertorriq­ueño”

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico