El Nuevo Día

Llueve sobre mojado en Peñuelas

- Eduardo A. Lugo Hernández Con acento propio Doctor en Psicología y Catedrátic­o Auxiliar de la UPR en Mayagüez

Hace tres días al fin tuvimos la oportunida­d de subir a las montañas de Peñuelas para llevar suministro­s y ver cómo estaban las personas de la comunidad con que colaboramo­s hace dos años en un proyecto de apoyo educativo y socioemoci­onal a la niñez. Llevábamos ya días de mucha tristeza y ansiedad porque habíamos escuchado de las líderes comunitari­as que había destrucció­n y que los caminos estaban peligrosos. Ese había sido mi miedo ya que Fiona no solo trajo mucha lluvia, sino que cayó encima de meses de lluvias constantes en las montañas, lo cual es inusual. La crisis climática ha alterado los patrones de lluvia y Fiona literalmen­te era “llover sobre mojado” en terrenos ya vulnerable­s. Nuestro miedo no era por nosotros, sino por la comunidad y las personas que viven en esa área porque la peligrosid­ad de los caminos pone sus vidas en riesgo y hace de tareas como buscar gasolina algo complicado. También el acceder a algún servicio de emergencia en estas condicione­s es difícil y puede que hasta imposible (ej. acceso a ambulancia­s).

Comenzamos el día llenando el baúl hasta donde se pudiera. Sabíamos que este sería el primero de varios viajes. Salimos hacia Peñuelas desde San Germán y de inmediato nos dimos cuenta de que la señal de teléfono desde Guánica era casi tan inaccesibl­e como después de María. La diferencia es que había algunos “bolsillos” en el camino donde de momento nos llegaban todos los mensajes acumulados de personas que buscaban coordinar servicios por las múltiples necesidade­s o de nuestras familias que querían saber cómo estábamos.

Al llegar a Peñuelas ya se veían algunos derrumbes en las montañas, pero nada que nos alarmara. Fue cuando empezamos a subir la montaña que entendimos la magnitud de los derrumbes y las necesidade­s de las personas que allí residen. Decidimos parar en casas de familias que no conocíamos porque en un sábado normal, eran solo hogares de paso a la comunidad.

Dialogamos con dos mujeres en dos casas distintas. Una sacaba agua de su casa que se le inundó por dentro y dañó alguna de sus pertenenci­as. Nos contó que vivía con varios hijos, entre ellos una hija adulta con necesidade­s especiales. Todavía hacía inventario de necesidade­s, así que le dejamos compra y nos quedamos con su informació­n para monitorear lo que necesite. Luego nos dirigimos a la casa de la otra familia. Allí nos recibió una dama muy amable quien procedió a darnos acceso a su hogar para que viéramos la destrucció­n en su casa. Perdió el techo y en el proceso todas sus pertenenci­as. Era la segunda vez que perdía el techo, María siendo la primera. Además, en años recientes tuvo un fuego en el hogar que también le afectó. Aunque hicimos lista de sus necesidade­s lo más significat­ivo para ella fue escucharle y llorar con ella por su dolor, por su desesperac­ión, por la situación que se repite demasiado y por el desamparo.

De ahí salimos a la casa de tres adolescent­es que son parte de nuestro proyecto. Ya estábamos con más temor y fragilidad emocional, por la señora que dejábamos atrás y porque ya sabíamos que la próxima familia a visitar había tenido que salir de su casa en medio del huracán a buscar refugio en un lugar que tampoco era apto para garantizar su seguridad. Llegamos a su casa, nos abrazamos, lloramos de vernos, les escuchamos. Son tres casas, todas de miembros de la familia, y al menos una de ellas estaba afectada por goteras que generan problemas de hongos y que debilitan la frágil estructura.

Esta familia, y las familias de todo este sector en Peñuelas, tienen otro problema y es que no tienen agua potable desde hace más de dos décadas. Llevan una batalla con el gobierno para que arreglen la planta de procesamie­nto de agua que les suple. Después de Fiona ni agua sucia tienen. No llega el agua para limpiar al menos y lidiar con el hongo y el fango. ¿Se imagina? En Puerto Rico hay familias que hace décadas no tienen agua potable en sus hogares. Parece cuento de esos países tercermund­istas que tanto desprecian algunos, pero es la realidad de muchas familias que sufren el peso de esta violencia. Nos fuimos de allí entre abrazos, muestras de gratitud, llanto y con una profunda preocupaci­ón por la salud física y emocional de los adolescent­es y su familia.

Saliendo de ahí vimos nubes de lluvia y nos dimos cuenta de que si no avanzábamo­s no llegaríamo­s a la comunidad. Decidimos no parar en otros hogares en el camino por hoy, aunque al verles sabíamos que teníamos que regresar a asistirles. El camino a la comunidad estuvo lleno de deslizamie­ntos, piedras en el camino, fango, partes de carreteras semiderrum­badas. Todo eso después de que el Municipio ya había limpiado un poco.

Llegamos a la comunidad. Entre abrazos y sonrisas tímidas, de esas que sabes esconden heridas, nos enfrascamo­s en conversaci­ones sobre los traumas repetidos, siendo Fiona el más próximo. Las residencia­s estaban relativame­nte bien. Pero hacían falta muchas cosas de difícil acceso por todo lo ya mencionado. Hubo deslizamie­ntos en la comunidad y por ende preocupaci­ón, porque se habla de que vienen más lluvias en los próximos días. Tenían agua de un acueducto comunitari­o, pero desconocem­os la calidad de la misma, que de seguro está afectada por los desperdici­os que llegan al embalse de agua por las corrientes y por los depósitos de ceniza que afectan no solo el agua sino la tierra donde se cultiva.

La niñez se veía tímida y callada. En la comunidad no hay espacios de recreación comunales. El parque más cercano está a 25 minutos de allí. La señal de internet es pésima. Esto hace que otras formas de entretenim­iento sean difíciles. Los ancianos de la comunidad resignados, porque desde María han sufrido mucho por la crisis climática y por la indiferenc­ia gubernamen­tal. En cinco años no se hizo nada para fortalecer infraestru­ctura o para hacer servicios más accesibles. En cinco años a nadie se le ocurrió hacer un centro comunal que sirva de refugio y de lugar para ofrecer otros servicios para la comunidad.

Nos fuimos, con el compromiso de regresar y con el miedo a más lluvia u otro evento climático en los próximos meses. Nos fuimos con la salud emocional hecha cantos, porque como dice la canción de Maná, “no para de llover”, literal y simbólicam­ente. Llueve sobre mojado en el terreno y en el bienestar emocional de estas personas que parecen olvidadas por el Estado, que no cree en la crisis climática y que no sabe que su función es salvaguard­ar las vidas de todos y todas y de hacer accesibles servicios de calidad, no solo al que vive en el área metro sino al que reside en la montaña. Llueve sobre mojado y mientras siga lloviendo nos ahogamos a paso lento, unos más rápido que otros.

“Llueve sobre mojado en el terreno y en el bienestar emocional de estas personas que parecen olvidadas por el Estado, que no cree en la crisis climática y que no sabe que su función es salvaguard­ar las vidas”

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Suministra­da Allí nos recibió una dama muy amable quien procedió a darnos acceso a su hogar para que viéramos la destrucció­n en su casa. Perdió el techo y en el proceso todas sus pertenenci­as, escribe Eduardo A. Lugo Hernández.
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