Llueve sobre mojado en Peñuelas
Hace tres días al fin tuvimos la oportunidad de subir a las montañas de Peñuelas para llevar suministros y ver cómo estaban las personas de la comunidad con que colaboramos hace dos años en un proyecto de apoyo educativo y socioemocional a la niñez. Llevábamos ya días de mucha tristeza y ansiedad porque habíamos escuchado de las líderes comunitarias que había destrucción y que los caminos estaban peligrosos. Ese había sido mi miedo ya que Fiona no solo trajo mucha lluvia, sino que cayó encima de meses de lluvias constantes en las montañas, lo cual es inusual. La crisis climática ha alterado los patrones de lluvia y Fiona literalmente era “llover sobre mojado” en terrenos ya vulnerables. Nuestro miedo no era por nosotros, sino por la comunidad y las personas que viven en esa área porque la peligrosidad de los caminos pone sus vidas en riesgo y hace de tareas como buscar gasolina algo complicado. También el acceder a algún servicio de emergencia en estas condiciones es difícil y puede que hasta imposible (ej. acceso a ambulancias).
Comenzamos el día llenando el baúl hasta donde se pudiera. Sabíamos que este sería el primero de varios viajes. Salimos hacia Peñuelas desde San Germán y de inmediato nos dimos cuenta de que la señal de teléfono desde Guánica era casi tan inaccesible como después de María. La diferencia es que había algunos “bolsillos” en el camino donde de momento nos llegaban todos los mensajes acumulados de personas que buscaban coordinar servicios por las múltiples necesidades o de nuestras familias que querían saber cómo estábamos.
Al llegar a Peñuelas ya se veían algunos derrumbes en las montañas, pero nada que nos alarmara. Fue cuando empezamos a subir la montaña que entendimos la magnitud de los derrumbes y las necesidades de las personas que allí residen. Decidimos parar en casas de familias que no conocíamos porque en un sábado normal, eran solo hogares de paso a la comunidad.
Dialogamos con dos mujeres en dos casas distintas. Una sacaba agua de su casa que se le inundó por dentro y dañó alguna de sus pertenencias. Nos contó que vivía con varios hijos, entre ellos una hija adulta con necesidades especiales. Todavía hacía inventario de necesidades, así que le dejamos compra y nos quedamos con su información para monitorear lo que necesite. Luego nos dirigimos a la casa de la otra familia. Allí nos recibió una dama muy amable quien procedió a darnos acceso a su hogar para que viéramos la destrucción en su casa. Perdió el techo y en el proceso todas sus pertenencias. Era la segunda vez que perdía el techo, María siendo la primera. Además, en años recientes tuvo un fuego en el hogar que también le afectó. Aunque hicimos lista de sus necesidades lo más significativo para ella fue escucharle y llorar con ella por su dolor, por su desesperación, por la situación que se repite demasiado y por el desamparo.
De ahí salimos a la casa de tres adolescentes que son parte de nuestro proyecto. Ya estábamos con más temor y fragilidad emocional, por la señora que dejábamos atrás y porque ya sabíamos que la próxima familia a visitar había tenido que salir de su casa en medio del huracán a buscar refugio en un lugar que tampoco era apto para garantizar su seguridad. Llegamos a su casa, nos abrazamos, lloramos de vernos, les escuchamos. Son tres casas, todas de miembros de la familia, y al menos una de ellas estaba afectada por goteras que generan problemas de hongos y que debilitan la frágil estructura.
Esta familia, y las familias de todo este sector en Peñuelas, tienen otro problema y es que no tienen agua potable desde hace más de dos décadas. Llevan una batalla con el gobierno para que arreglen la planta de procesamiento de agua que les suple. Después de Fiona ni agua sucia tienen. No llega el agua para limpiar al menos y lidiar con el hongo y el fango. ¿Se imagina? En Puerto Rico hay familias que hace décadas no tienen agua potable en sus hogares. Parece cuento de esos países tercermundistas que tanto desprecian algunos, pero es la realidad de muchas familias que sufren el peso de esta violencia. Nos fuimos de allí entre abrazos, muestras de gratitud, llanto y con una profunda preocupación por la salud física y emocional de los adolescentes y su familia.
Saliendo de ahí vimos nubes de lluvia y nos dimos cuenta de que si no avanzábamos no llegaríamos a la comunidad. Decidimos no parar en otros hogares en el camino por hoy, aunque al verles sabíamos que teníamos que regresar a asistirles. El camino a la comunidad estuvo lleno de deslizamientos, piedras en el camino, fango, partes de carreteras semiderrumbadas. Todo eso después de que el Municipio ya había limpiado un poco.
Llegamos a la comunidad. Entre abrazos y sonrisas tímidas, de esas que sabes esconden heridas, nos enfrascamos en conversaciones sobre los traumas repetidos, siendo Fiona el más próximo. Las residencias estaban relativamente bien. Pero hacían falta muchas cosas de difícil acceso por todo lo ya mencionado. Hubo deslizamientos en la comunidad y por ende preocupación, porque se habla de que vienen más lluvias en los próximos días. Tenían agua de un acueducto comunitario, pero desconocemos la calidad de la misma, que de seguro está afectada por los desperdicios que llegan al embalse de agua por las corrientes y por los depósitos de ceniza que afectan no solo el agua sino la tierra donde se cultiva.
La niñez se veía tímida y callada. En la comunidad no hay espacios de recreación comunales. El parque más cercano está a 25 minutos de allí. La señal de internet es pésima. Esto hace que otras formas de entretenimiento sean difíciles. Los ancianos de la comunidad resignados, porque desde María han sufrido mucho por la crisis climática y por la indiferencia gubernamental. En cinco años no se hizo nada para fortalecer infraestructura o para hacer servicios más accesibles. En cinco años a nadie se le ocurrió hacer un centro comunal que sirva de refugio y de lugar para ofrecer otros servicios para la comunidad.
Nos fuimos, con el compromiso de regresar y con el miedo a más lluvia u otro evento climático en los próximos meses. Nos fuimos con la salud emocional hecha cantos, porque como dice la canción de Maná, “no para de llover”, literal y simbólicamente. Llueve sobre mojado en el terreno y en el bienestar emocional de estas personas que parecen olvidadas por el Estado, que no cree en la crisis climática y que no sabe que su función es salvaguardar las vidas de todos y todas y de hacer accesibles servicios de calidad, no solo al que vive en el área metro sino al que reside en la montaña. Llueve sobre mojado y mientras siga lloviendo nos ahogamos a paso lento, unos más rápido que otros.
“Llueve sobre mojado en el terreno y en el bienestar emocional de estas personas que parecen olvidadas por el Estado, que no cree en la crisis climática y que no sabe que su función es salvaguardar las vidas”