El huracán Incompetencia
Al momento en que se publica esta columna, hace una semana desde que el huracán Fiona, con sus vientos de categoría 1 y sus lluvias apocalípticas, impactaron directamente el suroeste de Puerto Rico y de refilón al resto de la isla.
No se puede minimizar, por supuesto, la fuerza de Fiona, sobre todo en comunidades vulnerables en municipios como Salinas, Santa Isabel, Yauco y otros.
Tampoco, lo que pueden hacer derrumbes o ríos crecidos, en un país muy mal planificado en el que, a menudo, sin que tenga que venir ningún huracán, unos pocos aguaceros pueden dislocar dramáticamente la vida.
Todos vimos, además, el inmenso sufrimiento humano derivado directamente del huracán, en las horas inmediatamente posteriores a aquel triste 22 de septiembre de 2022. Y eso, de ninguna manera, es poca cosa.
No obstante, para la totalidad de Puerto Rico Fiona no fue un desastre mayor. Un desastre mayor para todo Puerto Rico fue María, hace cinco años, que no eximió a ningún rincón de la isla de su furia homicida categoría 4, obliteró el sistema eléctrico y de comunicaciones, borró comunidades completas, arrancó de cuajo toda vegetación, obligó a cerrar por días puertos y aeropuertos y, cuando todo se había dicho y hecho, supimos que las muertes como su consecuencia directa o indirecta de la devastación había que contarlas por miles.
Es en ese contexto de la diferencia entre estos dos fenómenos que nos toca hacernos hoy un par de preguntas muy incómodas.
¿Por qué, a una semana de Fiona, por lo menos la mitad, si no la mayoría de la isla no tiene energía eléctrica? ¿Por qué hay más de veinte hospitales funcionando con generadores o cerrados? ¿Por qué, durante la mayor parte de la semana, la mayoría tampoco tuvo agua? ¿Por qué, aunque no hay escasez de diésel, no ha estado llegando a donde se le necesita?
¿Por qué hay ancianos en condominios, o en comunidades, aún aislados, sin que ninguna autoridad se les haya acercado a asistirlos? ¿Por qué hay alcaldes reportando que reciben llamadas de gente pidiéndoles algo tan básico, tan sencillo, tan elemental, como comida, nada más y nada menos que comida?
¿Por qué, en resumen, está toda la isla en modo de emergencia, sintiendo que le ahoga la desesperanza y la frustración, cuando el huracán concentró su fuerza más dañina solo sobre el suroeste y la montaña?
En ningún sitio, sobre todo pobre y subdesarrollado como Puerto Rico, se vuelve a la normalidad de manera inmediata después de que le pasa un huracán, aunque el impacto no sea directo. Pero todos deberíamos buscar las respuestas a por qué, en lugares donde solo hubo lluvias, no hay todavía energía eléctrica, agua potable, gasolina, o diésel, habiendo pasado toda una semana desde el huracán. No es normal esto y no podemos ni intentar acostumbrarnos a la idea de que lo es.
Todo empieza por la luz.
No es mucho lo que depende de la electricidad: solo la civilización moderna. Todos sabemos que María barrió el sistema eléctrico y, desde entonces, apenas se le han puesto parchos. Por eso, es que los vientos de Fiona nos dejan sin luz, igual que hace poco nos dejó una iguana o una caja distribuidora que alguien dejó abierta y se mojó. Por eso, todos los días, hay apagones de día y de noche, en todos los puntos cardinales de la isla.
¿Por qué, a media década de María, no se le ha hecho ninguna mejoría significativa al sistema eléctrico, si el gobierno de Estados Unidos asignó casi $10,000 millones para esos fines? La triste respuesta no es difícil: porque incompetentes en los gobiernos de Puerto Rico y Estados Unidos se sentaron sobre el dinero, actuando con la calma de los mares, como si ignoraran que algún día vendría otro huracán para el que necesitáramos un sistema eléctrico robusto.
La “mejoría” más significativa que se hizo desde el huracán fue la contratación de LUMA, el consorcio privado ahora a cargo de la distribución y cobro de electricidad en sustitución de la desprestigiada Autoridad de Energía Eléctrica (AEE).
Ya sabíamos que, previo a la llegada de Fiona, LUMA no había producido ninguna mejoría en lo que al país de verdad le importa, que es la frecuencia y la duración de los apagones, según datos oficiales.
Después del huracán, hemos visto a una compañía evasiva, que no da información precisa, que ni siquiera informa cuánta gente está trabajando qué área, que no se comunica con los alcaldes, no puede dar ni un estimado de cuándo volverá a haber electricidad en los sectores que no sufrieron impactos de Fiona y cuyo portavoz en los primeros días fue el mismo que, en medio de María, cuando era director de la Agencia Estatal para el Manejo de Emergencias y Administración de Desastres (Aemead), fue enviado de vacaciones porque no servía.
LUMA ha estado hacia atrás y hacia adelante, sin haber logrado durante la semana pasada, más allá de algunas horas, que más de la mitad de los abonados tengan energía eléctrica. No se sabe, en este momento, cuándo volverá a haber un servicio de electricidad normal en Puerto Rico.
De la falta de luz parte todo lo demás. Pero miren esto: durante María, no hubo agua en Puerto Rico hasta que las autoridades federales colocaron generadores en las estaciones de bombas, que no estaban funcionando por ser víctimas del apagón como el resto de la isla.
Cinco años después de María, esas plantas estaban todavía sin generadores. Los administradores de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA), de los que se entiende que viven en Puerto Rico y saben que aquí la luz se va de cualquier cosa, no pensaron durante el pasado lustro en dotar a las plantas de generadores.
Igual pasa con la distribución de diésel, que tantos problemas está causando. La información disponible es que siempre hubo abastos suficientes. Pero se produjeron disloques en la distribución y desorden en la logística de prioridades. Por eso, hoy hay hospitales sin diésel para sus generadores y supermercados, esenciales para que los que puedan adquieran víveres, cerrando por la misma razón. A cinco años de María, sabiendo, otra vez, que el sistema eléctrico aquí no sirve, no existía un plan estratégico para el manejo y la distribución de ese bien esencial en caso de una emergencia como la que estamos viviendo ahora.
Así, se pueden mencionar muchas otras fallas cometidas por las autoridades en estos días críticos que son la causa de que, a una semana de un huracán que ni siquiera afectó directamente a todo el país, estemos prácticamente como el primer día.
El gobierno de Puerto Rico (y en buena medida también el de Estados Unidos) demostró otra vez, a cinco años de la tragedia de María, que son incapaces de manejar una emergencia de cualquier magnitud.
Huracanes de calor, de viento y de agua, siempre habrá. Son una realidad en nuestra región del mundo y no podemos evitarlo. Sí podemos evitar, para siempre, el otro huracán, tal vez más devastador, que lleva décadas dando vueltas en torno a Puerto Rico, sin esperar la época de junio a noviembre para atacar. Este huracán se llama incompetencia y siempre han estado en nuestras manos las herramientas para evitarlo.
“El gobierno demostró otra vez, a cinco años de la tragedia de María, que son incapaces de manejar una emergencia de cualquier magnitud”