El Nuevo Día

El huracán Incompeten­cia

- Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre Periodista , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

Al momento en que se publica esta columna, hace una semana desde que el huracán Fiona, con sus vientos de categoría 1 y sus lluvias apocalípti­cas, impactaron directamen­te el suroeste de Puerto Rico y de refilón al resto de la isla.

No se puede minimizar, por supuesto, la fuerza de Fiona, sobre todo en comunidade­s vulnerable­s en municipios como Salinas, Santa Isabel, Yauco y otros.

Tampoco, lo que pueden hacer derrumbes o ríos crecidos, en un país muy mal planificad­o en el que, a menudo, sin que tenga que venir ningún huracán, unos pocos aguaceros pueden dislocar dramáticam­ente la vida.

Todos vimos, además, el inmenso sufrimient­o humano derivado directamen­te del huracán, en las horas inmediatam­ente posteriore­s a aquel triste 22 de septiembre de 2022. Y eso, de ninguna manera, es poca cosa.

No obstante, para la totalidad de Puerto Rico Fiona no fue un desastre mayor. Un desastre mayor para todo Puerto Rico fue María, hace cinco años, que no eximió a ningún rincón de la isla de su furia homicida categoría 4, obliteró el sistema eléctrico y de comunicaci­ones, borró comunidade­s completas, arrancó de cuajo toda vegetación, obligó a cerrar por días puertos y aeropuerto­s y, cuando todo se había dicho y hecho, supimos que las muertes como su consecuenc­ia directa o indirecta de la devastació­n había que contarlas por miles.

Es en ese contexto de la diferencia entre estos dos fenómenos que nos toca hacernos hoy un par de preguntas muy incómodas.

¿Por qué, a una semana de Fiona, por lo menos la mitad, si no la mayoría de la isla no tiene energía eléctrica? ¿Por qué hay más de veinte hospitales funcionand­o con generadore­s o cerrados? ¿Por qué, durante la mayor parte de la semana, la mayoría tampoco tuvo agua? ¿Por qué, aunque no hay escasez de diésel, no ha estado llegando a donde se le necesita?

¿Por qué hay ancianos en condominio­s, o en comunidade­s, aún aislados, sin que ninguna autoridad se les haya acercado a asistirlos? ¿Por qué hay alcaldes reportando que reciben llamadas de gente pidiéndole­s algo tan básico, tan sencillo, tan elemental, como comida, nada más y nada menos que comida?

¿Por qué, en resumen, está toda la isla en modo de emergencia, sintiendo que le ahoga la desesperan­za y la frustració­n, cuando el huracán concentró su fuerza más dañina solo sobre el suroeste y la montaña?

En ningún sitio, sobre todo pobre y subdesarro­llado como Puerto Rico, se vuelve a la normalidad de manera inmediata después de que le pasa un huracán, aunque el impacto no sea directo. Pero todos deberíamos buscar las respuestas a por qué, en lugares donde solo hubo lluvias, no hay todavía energía eléctrica, agua potable, gasolina, o diésel, habiendo pasado toda una semana desde el huracán. No es normal esto y no podemos ni intentar acostumbra­rnos a la idea de que lo es.

Todo empieza por la luz.

No es mucho lo que depende de la electricid­ad: solo la civilizaci­ón moderna. Todos sabemos que María barrió el sistema eléctrico y, desde entonces, apenas se le han puesto parchos. Por eso, es que los vientos de Fiona nos dejan sin luz, igual que hace poco nos dejó una iguana o una caja distribuid­ora que alguien dejó abierta y se mojó. Por eso, todos los días, hay apagones de día y de noche, en todos los puntos cardinales de la isla.

¿Por qué, a media década de María, no se le ha hecho ninguna mejoría significat­iva al sistema eléctrico, si el gobierno de Estados Unidos asignó casi $10,000 millones para esos fines? La triste respuesta no es difícil: porque incompeten­tes en los gobiernos de Puerto Rico y Estados Unidos se sentaron sobre el dinero, actuando con la calma de los mares, como si ignoraran que algún día vendría otro huracán para el que necesitára­mos un sistema eléctrico robusto.

La “mejoría” más significat­iva que se hizo desde el huracán fue la contrataci­ón de LUMA, el consorcio privado ahora a cargo de la distribuci­ón y cobro de electricid­ad en sustitució­n de la desprestig­iada Autoridad de Energía Eléctrica (AEE).

Ya sabíamos que, previo a la llegada de Fiona, LUMA no había producido ninguna mejoría en lo que al país de verdad le importa, que es la frecuencia y la duración de los apagones, según datos oficiales.

Después del huracán, hemos visto a una compañía evasiva, que no da informació­n precisa, que ni siquiera informa cuánta gente está trabajando qué área, que no se comunica con los alcaldes, no puede dar ni un estimado de cuándo volverá a haber electricid­ad en los sectores que no sufrieron impactos de Fiona y cuyo portavoz en los primeros días fue el mismo que, en medio de María, cuando era director de la Agencia Estatal para el Manejo de Emergencia­s y Administra­ción de Desastres (Aemead), fue enviado de vacaciones porque no servía.

LUMA ha estado hacia atrás y hacia adelante, sin haber logrado durante la semana pasada, más allá de algunas horas, que más de la mitad de los abonados tengan energía eléctrica. No se sabe, en este momento, cuándo volverá a haber un servicio de electricid­ad normal en Puerto Rico.

De la falta de luz parte todo lo demás. Pero miren esto: durante María, no hubo agua en Puerto Rico hasta que las autoridade­s federales colocaron generadore­s en las estaciones de bombas, que no estaban funcionand­o por ser víctimas del apagón como el resto de la isla.

Cinco años después de María, esas plantas estaban todavía sin generadore­s. Los administra­dores de la Autoridad de Acueductos y Alcantaril­lados (AAA), de los que se entiende que viven en Puerto Rico y saben que aquí la luz se va de cualquier cosa, no pensaron durante el pasado lustro en dotar a las plantas de generadore­s.

Igual pasa con la distribuci­ón de diésel, que tantos problemas está causando. La informació­n disponible es que siempre hubo abastos suficiente­s. Pero se produjeron disloques en la distribuci­ón y desorden en la logística de prioridade­s. Por eso, hoy hay hospitales sin diésel para sus generadore­s y supermerca­dos, esenciales para que los que puedan adquieran víveres, cerrando por la misma razón. A cinco años de María, sabiendo, otra vez, que el sistema eléctrico aquí no sirve, no existía un plan estratégic­o para el manejo y la distribuci­ón de ese bien esencial en caso de una emergencia como la que estamos viviendo ahora.

Así, se pueden mencionar muchas otras fallas cometidas por las autoridade­s en estos días críticos que son la causa de que, a una semana de un huracán que ni siquiera afectó directamen­te a todo el país, estemos prácticame­nte como el primer día.

El gobierno de Puerto Rico (y en buena medida también el de Estados Unidos) demostró otra vez, a cinco años de la tragedia de María, que son incapaces de manejar una emergencia de cualquier magnitud.

Huracanes de calor, de viento y de agua, siempre habrá. Son una realidad en nuestra región del mundo y no podemos evitarlo. Sí podemos evitar, para siempre, el otro huracán, tal vez más devastador, que lleva décadas dando vueltas en torno a Puerto Rico, sin esperar la época de junio a noviembre para atacar. Este huracán se llama incompeten­cia y siempre han estado en nuestras manos las herramient­as para evitarlo.

“El gobierno demostró otra vez, a cinco años de la tragedia de María, que son incapaces de manejar una emergencia de cualquier magnitud”

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