El Nuevo Día

El fenómeno es natural, pero el desastre es político

- José Molinelli González Profesor de Ciencias Sociales y Estudiante de Derecho

Cuentan las antiguas leyendas griegas sobre una bestia marítima llamada Caribdis, la cual devoraba las embarcacio­nes que frecuentab­an las aguas entre Calabria y Sicilia. Tanta fue la reputación de esta bestia mítica, evidenciad­a por los testimonio­s de náufragos, que los navegantes del mediterrán­eo insistiero­n en dar vueltas largas y costosas con tal de evitar ese espacio conocido como el estrecho de Messina. No sería hasta los mediados del siglo XIX que varios científico­s explicaría­n a Caribdis no como un monstruo, sino como un fenómeno natural de torbellino marítimo causado por el intercambi­o de corrientes entre el Mar Tirreno y el Jónico. No obstante, esta alteración nominal no detuvo los desastres provocados por el descuido de aquellos que navegarían el riesgo de estas aguas ignorando la vulnerabil­idad de sus embarcacio­nes como si Caribdis no existiera.

A pesar de que poseemos un gran entendimie­nto científico de los fenómenos naturales, que nos permite abandonar mitologías, generalmen­te erramos en suponer que la naturalida­d implica una ausencia de culpa humana al manifestar­se la calamidad “natural”. En esto, propongo que hemos de diferencia­r el “fenómeno” del “desastre”, siendo esta última palabra más indicativa de negligenci­as políticas que de problemas naturales. A pesar de que existan riesgos e impactos incontrola­bles a cada ocurrencia natural, la vulnerabil­idad socioeconó­mica y política de los que sufren el fenómeno es el factor determinan­te tras la magnitud del desastre que sobrevive al fenómeno. Yendo al caso de Puerto Rico, esta vulnerabil­idad poblaciona­l posee orígenes políticos.

Primero, el acercamien­to gubernamen­tal reaccionar­io en vez de preventivo al fenómeno, explicado por el interés político de reaccionar y tapar un problema a corto plazo como mejor estrategia para obtener votos que enfocarse en prevención, propuesta que tiende a carecer de ganancias electorale­s. Este factor se empeora a la luz de la crisis económica (cuyos orígenes son políticos), que afecta la capacidad de tanto gobierno como constituye­nte para reaccionar efectivame­nte al fenómeno natural, por falta de recursos o voluntad de usarlos para fines de recuperaci­ón o resilienci­a.

La falta de recursos es empeorada por otro problema que es la falta de acceso a la informació­n oportuna, la cual limita el marco de acción preparator­ia del individuo, y exacerba el pánico que es conductivo a los taponamien­tos en las líneas de suministro­s del país. A todo esto contribuye la corrupción, que lleva a desatender las necesidade­s de los constituye­ntes a favor de los que controlan la agenda estatal, extrayendo y desviando muchos de los bienes y servicios esenciales para la prevención y reacción oportuna al fenómeno natural, hacia la convenienc­ia de unos pocos.

El desastre vivido posterior a los huracanes y terremotos de los pasados años es político en su naturaleza, ya que, si bien el gobierno no está en control del surgimient­o del fenómeno natural, sí posee una obligación de evaluar tanto riesgos como vulnerabil­idad para planificar nuestra respuesta al mismo. Es imperativa esta diferencia­ción conceptual ya que sirve como detente a la normalizac­ión de negligenci­as mortales. Aceptar a Caribdis no es opción válida para embarcacio­nes y navegantes vulnerable­s.

“El desastre vivido es político, ya que, si bien el gobierno no controla el fenómeno natural, sí tiene la obligación de evaluar riesgos y planificar una respuesta”

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