¿Quién será el Chávez o el Trump boricua?
En la vida pocos problemas tienen solución sencilla. Aun aquellos donde puede identificarse solución, su atención requiere ajustes y sacrificios que no solemos estar dispuestos a tomar. El dilema genera molestia y frustración. Se torna difícil manejar nuestra realidad. Preferimos desviar la atención de lo medular para trasladar responsabilidades y girar la discusión hacia lo inconsecuente. Al autoengañarnos con esta evasión de la realidad, adquirimos cierta complacencia en la falsedad de la realidad alterna construida. Este patrón de conducta se manifiesta en el plano individual y en el colectivo. Nos interesa abundar sobre este último, por la situación particular por la que atraviesa Puerto Rico tras el paso del huracán Fiona.
Luego de transcurrida una semana, la falta de electricidad y agua afecta aún a los hogares puertorriqueños. Para algunos, la restitución de los servicios conllevará semanas. Muchas personas lo han perdido todo. Aun aquellas que no sufrieron percances mayores, lo acontecido ha desestabilizado el desarrollo habitual de sus vidas y actividad económica.
Lo experimentado se suma a una larga relación de eventos, que, a modo de conspiración del destino, se abalanzó sobre Puerto Rico en los pasados cinco años. Fueron, y todavía son, momentos difíciles. La molestia y frustración del pueblo evoluciona en coraje generalizado.
Muchas de las cosas que nos pasan no deberían haber pasado. La pandemia, los huracanes y terremotos quedan fuera de nuestro control, pero la extensión de sus consecuencias no, si hubiéramos hecho como pueblo lo que deberíamos haber hecho. No lo hicimos. Ello requería sacrificios; alteraciones a patrones de operación personal y gubernamental; la postergación de la comodidad individual inmediata por el bienestar colectivo futuro; la puesta final a los amiguismos y a un sistema de prebendas al que no estamos dispuestos a renunciar. Como no hicimos lo que teníamos que hacer y las consecuencias de lo que enfrentamos son tan fuertes, activamos y ponemos en operación el sistema de evasión de realidad que mencionáramos al inicio del escrito. Se descarta la atención de lo medular y se procede a trasladar culpas y a identificar culpables. Todos menos yo. La lista de culpables es cómoda y extensa. Incluye a la clase política, al partido en el poder, a los oligarcas, los de la ley 20, los “gringos”, los emigrantes, el patriarcado machista y dependiendo del asignador de culpas, puede extenderse a ateos, trabajadores y “pelús”.
Se nos dice lo que ansiamos oír: la solución es sencilla. Consiste en expulsar a los culpables previamente identificados, terminar con los contratos y los contratistas. El pueblo tiene que llegar al poder. Es aquí que entra en escena la nueva o nuevo redentor que nos dice “yo soy de ustedes, del pueblo, porque sufro y padezco como ustedes”.
Una vez el pueblo cansado abraza a su redentor o redentora que ahora lo encarna y este(a) asume el poder, el sistema de libertades comienza a desintegrarse. Justo es. No puede quedar espacio abierto para los “enemigos del pueblo”. No hay reducto de dignidad humana para quien disienta. Sus pensamientos son nocivos al pueblo, por lo que es necesario erradicar ese peligro social. Así se ridiculiza, persigue y ataca a la oposición; se dificulta el desarrollo de actividades masivas de expresión y protestas; se imponen restricciones; se cierran periódicos y televisoras y se promueven actividades de culto al emancipador del pueblo. Así, lo que fue una sociedad abierta con garantías civiles y donde existía la oportunidad de disentir y, sobre la base de disciplina y esfuerzo, crear oportunidades propias y colectivas, se coloca en pausa para su eventual esfumación. La relación de países y sociedades en donde este patrón mesiánico y populista se ha reproducida es extensa: Argentina, Hungría, Cuba, Brasil, Filipinas, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, la Inglaterra de Boris Johnson y los Estados Unidos de Donald Trump, entre otros.
En Puerto Rico llegamos al momento de clima y temperatura política que propicia y hace posible esta entrega de libertades. Queremos oír que la solución es fácil, que no conlleva sacrificios y que son otros, no nosotros, los responsables. La pregunta que resta por hacernos es quién será el Hugo Chávez o el Donald Trump de Puerto Rico. Está a punto de llegar.