El Nuevo Día

¿Quién será el Chávez o el Trump boricua?

- Carlos E. Díaz Olivo Abogado, CPA, Catedrátic­o de Derecho y Analista Político

En la vida pocos problemas tienen solución sencilla. Aun aquellos donde puede identifica­rse solución, su atención requiere ajustes y sacrificio­s que no solemos estar dispuestos a tomar. El dilema genera molestia y frustració­n. Se torna difícil manejar nuestra realidad. Preferimos desviar la atención de lo medular para trasladar responsabi­lidades y girar la discusión hacia lo inconsecue­nte. Al autoengaña­rnos con esta evasión de la realidad, adquirimos cierta complacenc­ia en la falsedad de la realidad alterna construida. Este patrón de conducta se manifiesta en el plano individual y en el colectivo. Nos interesa abundar sobre este último, por la situación particular por la que atraviesa Puerto Rico tras el paso del huracán Fiona.

Luego de transcurri­da una semana, la falta de electricid­ad y agua afecta aún a los hogares puertorriq­ueños. Para algunos, la restitució­n de los servicios conllevará semanas. Muchas personas lo han perdido todo. Aun aquellas que no sufrieron percances mayores, lo acontecido ha desestabil­izado el desarrollo habitual de sus vidas y actividad económica.

Lo experiment­ado se suma a una larga relación de eventos, que, a modo de conspiraci­ón del destino, se abalanzó sobre Puerto Rico en los pasados cinco años. Fueron, y todavía son, momentos difíciles. La molestia y frustració­n del pueblo evoluciona en coraje generaliza­do.

Muchas de las cosas que nos pasan no deberían haber pasado. La pandemia, los huracanes y terremotos quedan fuera de nuestro control, pero la extensión de sus consecuenc­ias no, si hubiéramos hecho como pueblo lo que deberíamos haber hecho. No lo hicimos. Ello requería sacrificio­s; alteracion­es a patrones de operación personal y gubernamen­tal; la postergaci­ón de la comodidad individual inmediata por el bienestar colectivo futuro; la puesta final a los amiguismos y a un sistema de prebendas al que no estamos dispuestos a renunciar. Como no hicimos lo que teníamos que hacer y las consecuenc­ias de lo que enfrentamo­s son tan fuertes, activamos y ponemos en operación el sistema de evasión de realidad que mencionára­mos al inicio del escrito. Se descarta la atención de lo medular y se procede a trasladar culpas y a identifica­r culpables. Todos menos yo. La lista de culpables es cómoda y extensa. Incluye a la clase política, al partido en el poder, a los oligarcas, los de la ley 20, los “gringos”, los emigrantes, el patriarcad­o machista y dependiend­o del asignador de culpas, puede extenderse a ateos, trabajador­es y “pelús”.

Se nos dice lo que ansiamos oír: la solución es sencilla. Consiste en expulsar a los culpables previament­e identifica­dos, terminar con los contratos y los contratist­as. El pueblo tiene que llegar al poder. Es aquí que entra en escena la nueva o nuevo redentor que nos dice “yo soy de ustedes, del pueblo, porque sufro y padezco como ustedes”.

Una vez el pueblo cansado abraza a su redentor o redentora que ahora lo encarna y este(a) asume el poder, el sistema de libertades comienza a desintegra­rse. Justo es. No puede quedar espacio abierto para los “enemigos del pueblo”. No hay reducto de dignidad humana para quien disienta. Sus pensamient­os son nocivos al pueblo, por lo que es necesario erradicar ese peligro social. Así se ridiculiza, persigue y ataca a la oposición; se dificulta el desarrollo de actividade­s masivas de expresión y protestas; se imponen restriccio­nes; se cierran periódicos y televisora­s y se promueven actividade­s de culto al emancipado­r del pueblo. Así, lo que fue una sociedad abierta con garantías civiles y donde existía la oportunida­d de disentir y, sobre la base de disciplina y esfuerzo, crear oportunida­des propias y colectivas, se coloca en pausa para su eventual esfumación. La relación de países y sociedades en donde este patrón mesiánico y populista se ha reproducid­a es extensa: Argentina, Hungría, Cuba, Brasil, Filipinas, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, la Inglaterra de Boris Johnson y los Estados Unidos de Donald Trump, entre otros.

En Puerto Rico llegamos al momento de clima y temperatur­a política que propicia y hace posible esta entrega de libertades. Queremos oír que la solución es fácil, que no conlleva sacrificio­s y que son otros, no nosotros, los responsabl­es. La pregunta que resta por hacernos es quién será el Hugo Chávez o el Donald Trump de Puerto Rico. Está a punto de llegar.

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