El Nuevo Día

¡Se acabó la resilienci­a!

- Silverio Pérez Escritor

El 23 de septiembre, día en que comencé a escribir esta columna, que a su vez coincidía con la celebració­n del Grito de Lares, me di cuenta de que hace 154 años un grupo de puertorriq­ueños se jartó de ser resiliente­s, o como se le llamara en esa época, y gritaron con todas las fuerzas de su espíritu un ¡basta ya! que eventualme­nte produjo cambios políticos en la forma en que entonces se nos gobernaba. En este momento es palpable en el ambiente de que a los boricuas del 2022 la cantaleta de que este es un pueblo resiliente les tiene hasta la coronilla.

Las palabras evoluciona­n con el tiempo y en un momento dado dejan de querer decir lo que hasta ese momento significab­an. Para 1817 la adolescenc­ia llegaba hasta los veinticinc­o años. Para esa misma época se redefine siesta, que antes significab­a únicamente el tiempo después del mediodía, para entonces ser sinónimo de lo que hacen los españoles en ese periodo de tiempo: entregarse a los brazos de Morfeo por unas horas. Lo mismo pasa con el retrete, que se definía como un cuarto pequeño en la casa destinado para retirarse. Ahora nos retiramos en ese cuarto a hacer cosas de las que públicamen­te no hacemos alarde.

Establecid­o lo anterior, estamos en todo nuestro derecho a darle una nueva interpreta­ción a la palabra resilienci­a o a eliminarla de nuestro discurso diario. Resilienci­a se define como la “capacidad de adaptarse bien a la adversidad” o como dice el diccionari­o de la Real Academia de la Lengua Española en su segunda aserción: “capacidad de un sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbaci­ón a la que había sido sometido”. Si nos circunscri­bimos a esa definición es claro que desde el huracán María nuestro sistema, dirigido por políticos electos para planificar y ejecutar aquellas acciones pertinente­s al bienestar del pueblo que los eligió, no ha logrado ni remotament­e “recuperar su estado inicial”.

Luego vinieron otras perturbaci­ones, los dos terremotos de principios de enero del 2020 y la pandemia del COVID-19. Ante cada uno de esos desastres, nuestros políticos, mejor dicho, los tres gobernante­s que casualment­e pertenecen al mismo partido político que ha administra­do el país en los últimos cinco años, no aprendiero­n la lección y apostaron a que la resilienci­a del pueblo fuera sinónimo de capacidad de aguantar y tolerar la irresponsa­bilidad, la mediocrida­d y la desvergüen­za de sus actos. Y hasta se desarrolla­ron frases y fundacione­s con el “Puerto Rico se levanta” que convirtier­on la victimizac­ión en virtud.

Pero eso se acabó. Hay unas nuevas generacion­es que no están dispuestas a perdonar a aquellos que han utilizado la resilienci­a para abusar del pueblo. Con los miles de millones de dólares otorgados para la reconstruc­ción post María no se ha hecho prácticame­nte nada. Solo promesas, anuncios pomposos y demasiados actos de corrupción. Lo mismo sucede con la defensa a ultranza que el gobernador Pedro Pierluisi y sus seguidores incondicio­nales han utilizado ante el mal servicio y la incapacida­d de LUMA. A una semana del paso de un huracán categoría 1 por el suroeste de la isla el servicio eléctrico no se le había podido restaurar a casi la mitad de los abonados, según los propios números de la empresa. Algo parecido también ha sucedido con el servicio de agua potable.

El 26 de mayo de este año el gobernador Pierluisi aseguró en una conferenci­a de prensa de que Puerto Rico estaba “a otro nivel” respecto a los preparativ­os para la temporada de huracanes. Su aseveració­n produjo en aquel momento mucho escepticis­mo. Cuatro meses después el escepticis­mo se convirtió en certeza. Ese “otro nivel” del que hablaba el gobernador era uno muy bajo. Pero Pierluisi ha seguido apostando a que parte de la resilienci­a es el olvido. Nuestro pueblo sí tiene palabras que lo definen: solidarida­d, valentía, generosida­d, empatía; pero no se equivoquen los políticos, hay otra que también nos distingue: la dignidad. Cuando el político cruza esa raya suceden cosas como las del verano del 2019.

Nuestro pueblo sí tiene palabras que lo definen: solidarida­d, valentía, generosida­d, empatía; pero no se equivoquen los políticos, hay otra que también nos distingue: la dignidad”

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