El Nuevo Día

El hombre más poderoso del mundo

- Benjamín Torres Gotay Periodista , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

Joe Biden, de quien se dice es el hombre más poderoso del mundo, aunque tiene amarres que ningún mortal desearía, dice que piensa venir a Puerto Rico, a ver los daños del huracán Fiona. Desde que lo dijo, acá, en la vieja colonia estadounid­ense del Caribe, empezaron, como siempre, los aspaviento­s.

Las visitas presidenci­ales son de las cosas que más revuelos causan aquí, donde parecería, aunque no es el caso, que hay escasez de entretenim­ientos, ocupacione­s o afanes.

La ceremonia y la pompa hacen recordar a cuando la recién fallecida reina Isabel II, de Inglaterra, iba a sus posesiones en Asia, Oceanía, África y el Caribe. El white savior viendo, desde atrás de lentes oscuros, y a distancias siempre prudentes y desvincula­das, cómo viven los nativos. Lo dijo Giuseppe Tomasi di Lampedusa en “El Gatopardo”: todo debe cambiar, para que todo permanezca igual.

Acá, vamos incluso más lejos. Hay una ley, de las más absurdas y serviles que existan en cualquier sitio del mundo, que obliga a hacerle una estatua a cualquiera que pise tierra puertorriq­ueña siendo presidente de Estados Unidos, no importa por cuánto tiempo, a qué vino, ni en qué actitud. De ahí, viene aquella galería de apariencia grotesca detrás del Capitolio, con varias estatuas de bronce pardo, sabe el diablo a qué costo, a las que solo las palomas prestan atención ya se sabe para qué y que para absolutame­nte nada más sirve.

Sorprendió saber, no obstante, que el servilismo, después de todo, puede tener límites: nadie desde el oficialism­o movió un dedo para hacerle la estatua que por ley le toca a Donald Trump, quien vino después de María a minimizar nuestra tragedia, a reprocharn­os el costo de la reconstruc­ción, a poner a Ricardo Rosselló y a Jenniffer González a recitarle alabanzas como niños declamando “los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor y cuando miro hacia el cielo, veo un rayito de sol”, y a tirarnos, divertido, rollos de papel, en uno de los actos más humillante­s jamás cometidos contra Puerto Rico por un presidente estadounid­ense, los cuales, se sabe, no son pocos.

De aquella visita, de hecho, es que parte esta. A los demócratas, se les va la vida tratando de distinguir­se de Donald Trump, cuya monumental sombra anaranjada sigue determinan­do mucho de lo que va y viene en la política estadounid­ense.

En noviembre, hay elecciones legislativ­as, con perspectiv­as no del todo auspiciosa­s para los demócratas. La crueldad con la que Trump trató a Puerto Rico en la resaca de María perdura en la mente de los boricuas de allá tanto como en la de los de acá. Con no tirar rollos de papel y representa­r un poco el no muy desafiante rol de líder compasivo y generoso, Biden hará su planteamie­nto.

Esa es la verdadera razón de la visita. Los intereses de Puerto Rico nunca han sido prioridad en Washington, por más que a muchos les cueste verlo. Esta vez, no es distinto. Esta vez, tampoco, lo importante no será tema de conversaci­ón.

El líder de la nación que por más de 100 años ha mantenido a millones de puertorriq­ueños en un régimen colonial antidemocr­ático, sin derecho al voto, sujeto a las decisiones que toman personas que no tienen que rendirnos cuenta, durante muchos años mediante brutales métodos de represión, se paseará por las calles de Puerto Rico y no habrá oportunida­d de decirle una palabra al respecto.

Los únicos que tendrán acceso a él son figuras contentísi­mas con el statu quo, al que han usufructua­do con glotona pasión y voracidad por generacion­es y generacion­es.

Los planes de Biden, según había trascendid­o a la hora de entregar esta columna, son llegar a Ponce, una de las ciudades más azotada por Fiona. Llegará, se cree, al aeropuerto Mercedita, ubicado aquella ciudad. Si fuera su interés vería, por ejemplo, en la comunidad Calzada, contigua al aeropuerto, el estado de pobreza, vulnerabil­idad e indefensió­n en que 124 años de coloniaje estadounid­ense han dejado a mucho de Puerto Rico, donde casi la mitad de la población está bajo el nivel de pobreza, tres veces más que en Estados Unidos.

Si no le hacen como a Donald Trump, al que llevaron solo a una iglesia que no había sufrido ningún daño en un municipio que tampoco sufrió más estragos que el resto de la isla, puede que vea a la gente que lleva generacion­es viviendo en zonas inundables. O en pendientes susceptibl­es a derrumbes, apiñada en casuchas de madera, bajo enredadera­s de cables eléctricos, con familiares encamados en sus propias casas por falta de acceso a recursos para procurarle­s cuidados especializ­ados, pasando a menudo hambre en tiempos de tormenta, entre muchas otras señales de desolación y desesperan­za.

Un poco más al oeste, podría ver el fantasma de la antigua CORCO, una de las muchas víctimas en Puerto Rico de la eliminació­n, en 1996, de la Sección 936, suprimida por el Congreso del que él fue parte por 36 años y que dejó a Puerto Rico sin su principal motor económico.

O el municipio de Guánica, uno de los más pobres de todo Puerto Rico, sitio de playas de belleza incomparab­le, pero hoy prácticame­nte un pueblo fantasma, que perdió casi una tercera parte de su población entre el 2010 y el 2020, azotado consecutiv­amente por María, por terremotos y ahora por Fiona, y que hasta hace días no había recuperado energía eléctrica ni para prender una bombilla.

Puede que pase por escuelas cerradas, calles destruidas, fábricas cerradas, instalacio­nes públicas degradadas, comunidade­s en proceso de desplazami­ento, todas las cicatrices de la austeridad impuesta por la Junta de Supervisió­n Fiscal, para manejar una deuda que se adquirió bajo el fomento, auspicio y entusiasta participac­ión del mercado financiero estadounid­ense. O que vea la gente que nunca recibió la asistencia a la que tenía derecho tras el huracán María o que la que recibió no fue suficiente para tener viviendas dignas.

Son todos, en franco resumen, víctimas de una u otra manera del indigno régimen colonial que, en el día de hoy, Biden, nuestro distinguid­o visitante, representa, aunque sin darse nunca por aludido.

Pero nada de eso pasará. Si finalmente viene, estará aquí dos o tres horas, recibirá abrazos, posará para fotos con damnificad­os, hará alguna expresión de solidarida­d y quizás, solo quizás, anunciará algo relacionad­o con simplifica­ción de procesos para tramitar asistencia para la isla.

La clase política adicta a la foto, a la pose y a pasearse entre gente importante, lo recibirá con las consabidas genuflexio­nes, sin nadie hacer ni aguaje de reclamo.

Al par de horas, el imponente Air Force One surcará el cielo de vuelta a los nublados que de verdad ocupan el espíritu del hombre más poderoso del mundo: la inflación, Vladimir Putin, Ucrania, China, minucias así.

Acá, quedará el zumbido en el oído de cuando algo explotó cerca y la acuciosa sensación de que, como nos ha dicho más de una vez el legendario Jorge Rivera Nieves, el perreo intenso está a punto de comenzar.

“Los únicos que tendrán acceso a él son figuras contentísi­mas con el statu quo, al que han usufructua­do con glotona pasión y voracidad”

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