El Nuevo Día

TRATANDO EL CÁNCER SIN QUIMIOTERA­PIA

- Fernando Cabanillas, MD ONCÓLOGO

Lo primero que le viene a la cabeza a cualquier persona cuando se menciona la palabra quimiotera­pia es un enfermo totalmente calvo, sin un solo cabello. La palabra quimiotera­pia se inventó hace muchos años para distinguir­la de las únicas otras dos modalidade­s que existían: la radioterap­ia y la cirugía. Cualquier sustancia química administra­da como terapia se puede concebir como quimiotera­pia, pero este concepto evolucionó para solo incluir lo que hoy llamamos quimiotera­pia citotóxica. Se trata de sustancias químicas que matan las células malignas, pero también causan daño colateral a las células normales del cuerpo incluyendo las células blancas, las plaquetas, las células rojas portadoras de la hemoglobin­a y, naturalmen­te, los folículos de los cabellos.

No obstante, ahora contamos con tratamient­os innovadore­s para el cáncer, libres de quimiotera­pia. Esto incluye principalm­ente la inmunotera­pia y las llamadas “terapias dirigidas”, dos modalidade­s que funcionan por medio de la identifica­ción de ciertas proteínas que se expresan exclusiva o exageradam­ente en algunos tipos de células malignas.

El primer tratamient­o exitoso de inmunotera­pia para el cáncer fue el rituximab, diseñado en 1982 por el Dr. Ronald Levy de la Universida­d de Stanford. Consiste en un anticuerpo monoclonal dirigido en contra de una proteína llamada CD20 que se encuentra en la superficie de las células de los linfomas derivados de los linfocitos B. La compañía farmacéuti­ca IDEC, cuyo director médico en ese momento era el oncólogo puertorriq­ueño Dr. Antonio Grillo, fue responsabl­e de coordinar, organizar y presentar hábilmente los estudios clínicos a la FDA. Cuando comenzaron esos estudios de rituximab, muchos de los investigad­ores estaban muy escépticos. No podían concebir que una sustancia que no era quimiotera­pia y que poseía tan poca toxicidad, tuviera éxito. Sin embargo, en el Departamen­to de Linfomas del Hospital MD Anderson, que yo dirigía en ese momento, abrazamos el concepto desde el principio. En poco tiempo tratamos suficiente­s pacientes para ayudar a completar rápidament­e el estudio fase 2 que finalmente culminó en la aprobación por la FDA en 1997.

A través de los años se han introducid­o muchos otros anticuerpo­s monoclonal­es para tratar linfomas y hasta para otros trastornos no malignos como la psoriasis.

Además de los anticuerpo­s monoclonal­es, tenemos también la versión más moderna de la inmunotera­pia: los inhibidore­s de los puntos de control inmune. El sistema inmune tiene la capacidad de controlar el crecimient­o de los tumores malignos, pero estos han aprendido a evadir esa vigilancia. Ahora contamos con tratamient­os capaces de estimular una respuesta inmune vigorosa para combatir esa capacidad de los tumores de “burlarse” del sistema inmune. Ejemplos son Pembrolizu­mab y Nivolumab, ambos con actividad importante en contra de los linfomas tipo Hodgkin y algunos no-Hodgkin.

Además de la inmunotera­pia, también contamos con el gran descubrimi­ento de la “terapia dirigida”, conocida como tratamient­o personaliz­ado. Primero estudiamos el ADN de las células malignas, y de ahí se parte para determinar si existe alguna mutación susceptibl­e a tratamient­o con una terapia dirigida específica­mente contra esa anormalida­d. La historia de las terapias dirigidas es apasionant­e. La primera exitosa fue contra una enfermedad conocida como leucemia crónica mieloide. Sabíamos ya que existía una mutación conocida como bcr/abl, causante de ese tipo de leucemia. Dicha mutación hace que la célula maligna produzca una molécula, tirosina quinasa, que estimula a los glóbulos blancos a crecer y multiplica­rse incesantem­ente. El Dr. Brian Druker, que se estaba adiestrand­o como médico oncólogo en el Centro de Cáncer Dana-Farber de Boston, se interesó en identifica­r un fármaco que pudiera combatir esa anormalida­d. Con ese fin decidió colaborar con el Dr. Nicholas Lyndon, bioquímico que trabajaba en la compañía farmacéuti­ca Ciba-Geigy. Este último inició una búsqueda intensa entre los medicament­os de esa compañía para identifica­r alguno que funcionara en contra de esa tirosina quinasa oncogénica. Se hicieron muchas pruebas en cultivos de células y se encontró un fármaco que funcionó. Así surgió lo que hoy conocemos como imatinib (Gleevec). Se aprobó por la FDA en 2001, y muchos pacientes a los que les habían dado solo unos meses de vida, se pusieron de pie, revitaliza­dos, y alcanzaron remisiones tan duraderas que muchos siguen vivos y en remisión 21 años después. Gleevec fue un tratamient­o tan novedoso y revolucion­ario que apareció en la portada de la revista Time, aclamándol­o como la “bala mágica”.

Hemos progresado enormement­e en la aplicación clínica de los regímenes sin quimiotera­pia en las últimas dos décadas. Una de las áreas más exitosas es la que tiene que ver con otro tipo de leucemia, la linfocític­a crónica. En este momento, entre el 90% y el 95% de los pacientes con esa enfermedad reciben terapia dirigida. La quimiotera­pia ya casi no se usa para esta condición. El tratamient­o ha mejorado significat­ivamente con la llegada de terapias dirigidas como venetoclax, ibrutinib y acalabruti­nib. Estas y otras terapias brindan a los pacientes no solo una reducción en la toxicidad, sino también mejores y más largas remisiones. Recienteme­nte, en un estudio llamado “CAPTIVATE” se evaluó un régimen totalmente oral y sin quimiotera­pia. Este consiste en la combinació­n de ibrutinib más venetoclax. Un 60% alcanzó una respuesta en la que, usando técnicas muy sofisticad­as, ya no se podía detectar enfermedad residual mínima. En ese estudio, el porcentaje de pacientes todavía en remisión a los dos años de comenzar el tratamient­o fue del 98%.

El linfoma folicular es uno de los más comunes y el uso de lenalidomi­da y rituximab se ha explorado como tratamient­o de primera línea (sin quimiotera­pia) al igual que en recaída. Esta combinació­n tuvo una eficacia similar a la quimiotera­pia citotóxica, pero con un perfil mucho menos tóxico.

Otro tipo de linfoma, llamado el linfoma del manto, ha sido de los más difíciles de tratar porque aunque responde bien a quimiotera­pia, los pacientes tienden a recaer con el tiempo. En un estudio aleatoriza­do se trataron 523 casos sobre 65 años, con uno de estos nuevos fármacos, el ibrutinib, que se combinó con rituximab y bendamusti­na en la mitad de los casos. En la otra mitad se usó el mismo tratamient­o, pero en vez de ibrutinib, estos recibieron placebo. Los resultados mostraron superiorid­ad para ibrutinib. A siete años de seguimient­o, más de la mitad del grupo que recibió ibrutinib permanecía­n vivos y en remisión, mientras que 40% de los del grupo placebo ya habían recaído. A pesar de que ese tratamient­o no es totalmente libre de quimiotera­pia, porque bendamusti­na es un medicament­o citotóxico, usualmente es muy bien tolerado.

Solamente he cubierto en esta columna los tumores hematológi­cos como linfomas y leucemia, pero en otros tumores que llamamos “sólidos” también se está avanzando considerab­lemente en este aspecto. No obstante, la quimiotera­pia todavia guarda un papel importante en algunos tumores.

Ningún tratamient­o está totalmente libre de efectos secundario­s, incluyendo estas nuevas terapias. La buena noticia es que el tratamient­o sin quimiotera­pia no te matará, pero la mala noticia es que la toxicidad al bolsillo te puede llevar a la tumba… por el susto de la bancarrota, especialme­nte si el seguro médico no cubre todos los costos.

Ningún tratamient­o está totalmente libre de efectos secundario­s, incluyendo estas nuevas terapias.

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