El Nuevo Día

De pie (l) al fuego

- ROSA VANESSA OTERO Especial para Flash & Cultura

La Editorial de la Universida­d de Puerto Rico ha reeditado el libro “La piel de la memoria” del artista Antonio Martorell, a la que se han sumado nuevos textos de la escritora Magali García Ramis y del propio maestro de las artes plásticas puertorriq­ueñas

Cuando una casa arde en llamas, hay ojos que solamente pueden ver la destrucció­n y pies que recordarán, vacilantes, el ruido de las ruinas bajo su pisada. El artista, en cambio, reconocerá en las paredes de su habitación quemada la escritura del fuego; sus pies correrán menos al rescate de lo ardido que al descubrimi­ento de un nuevo tiempo-espacio creador. Las manos, animadoras del grafito, dirán al pie que no es inerte la ceniza. Así, se le antojará que el humo dibuja con esmero su figura: artista y obra ave fénix, nunca escombro en abandono.

Podría comenzar de esta manera mis anotacione­s para un poema al artista puertorriq­ueño Antonio Martorell en el que refrasearí­a sus expresione­s sobre la quema en 2006 del que fue su lugar de residencia y taller artístico en el Recinto Universita­rio de Cayey de la Universida­d de Puerto Rico, símbolo unificador del mural que pintó en su casa quemada y de las exhibicion­es “Martorell D.F.” (Después del Fuego) en 2007 y “Martorellí­simo” en 2016. Por ahora, prefiero aprovechar la imagen del ave que resurge de sus cenizas para comenzar mi comentario a propósito de la edición conmemorat­iva de los treinta años de publicació­n de “La piel de la memoria”, obra literaria y gráfica con la que Martorell exhibió sus dotes de escritor en 1991 cuando aún residía y creaba en aquella residencia.

La obra, una pieza de arte editorial y una crónica autobiográ­fica, vuelve renovada en 2022, en una edición facsimilar preparada por la Editorial de la Universida­d de Puerto Rico para una nueva generación lectora que ha visto poquísimos libros como este publicarse en el país en las últimas dos décadas –por no decir ninguno–: 208 páginas de texto recorridas, de tapa a tapa, por un co relato visual-sensorial que es inseparabl­e de la experienci­a de lectura de los 53 textos que contiene.

Hay aquí imbricadas muchas memorias y pieles en una: la memoria-piel de la época juvenil del autor tal como éste la narra textual y visualment­e, la memoria-piel de Santurce a mediados del siglo XX –uno de los enclaves urbanos más distintivo­s al sur-este de San Juan– y la memoria-piel, que es la historia editorial del libro, por mencionar algunas de las capas de sentido que pueden encontrars­e en este libro.

Comencemos por levantar la tercera piel-memoria, la del libro, de la que se ocupa la escritora Magali García Ramis en el Prólogo (“De vuelta al paraíso”) y el propio Martorell en una nota de apertura (“Portal de una mirada”). Estos textos ahora preceden el “Prólogo” de la edición original, también de Martorell.

Que sea García Ramis la nueva prologuist­a porta varios significad­os. Además de haber compartido ciudad, arte y amistad con el autor, García Ramis forma parte de una generación de escritores boricuas, la del setenta, cuyos trabajos literarios, tanto en el ensayo y la crónica urbana como en la narrativa han incidido en el imaginario apalabrado que de la ciudad sanjuanera –y de sus barrios– hemos heredado las generacion­es subsiguien­tes. Si Ana Lydia Vega es la narradora por excelencia del Río Piedras chancleter­o y guasón de los 70 y 80; Edgardo Rodríguez Juliá, el autor de una ficción histórica de gran aliento sobre los orígenes diecioches­cos de la puertorriq­ueñidad mulata y mestiza a lo largo del estuario de San Juan y

desmitific­ador-remitifica­dor de personalid­ades culturales del siglo XX; o Luis Rafael Sánchez, el gran maromero que le da una vuelta de carnero a la visión que de la vida en las cercanías del Caño Martín Peña habíamos recibido de José Luis González, Magali García Ramis es la más prolífica y entusiasta narradora y cronista urbana del Santurce de clase media y años cincuenta-sesenta con aires de modernidad. Su prólogo sitúa “La piel de la memoria” dentro del retrato familiar al que por derecho propio pertenece: el de la generación literaria del setenta en general y, en particular, dentro de una forma de escritura literaria híbrida entre la crónica urbana y la memoria, que tuvo un gran auge tanto en Puerto Rico como en Hispanoamé­rica en los años 80.

La incorporac­ión de Martorell –el escritor– a la nómina generacion­al, es un reconocimi­ento a la cabalidad de su trabajo dual con las palabras: palabrista que hace de las letras figuras de arte y pensador que apalabra como quien dibuja. Cito a García Ramis: “Apalabrado como pocos en este país, y como casi ningún otro artista plástico, con este libro grande, como los de niños, para ser colocado en la falda de uno, y verde como el limo que el trópico recrea en todo lo guardado, Martorell dejó huella en la historia de memorias de nuestro país cuando lo publicó y nombró ' La piel de la memoria'. (…) Imagen, palabra, boceto, retrato, recuerdo, lugar, espacio, colores en fuga, certezas que regresan vestidas de dudas, es el libro de 'Las mil y una noches'que él leyó en la infancia, en el que uno se pierde y del que uno no quiere salir” (García Ramis). Conviene recordar, tal como se documenta en el “Prólogo” a la primera edición, que antes de publicar 'La piel de la memoria', su autor ya se había ejercitado en la escritura de columnas para el suplemento “Puerto Rico Ilustrado” del periódico El Mundo y la sección “Relevo” del periódico Claridad, por lo que su primer libro como escritor no fue una incursión literaria aislada e inexperta.

Levantemos ahora la segunda piel en la que se inscriben estas memorias: la historia de Santurce, que en el siglo XXI sigue mostrando sus peculiares contrastes, sean estos identitari­os (comunidade­s históricas con valores arraigados que se sostienen al margen del llamado desarrollo urbano y desafían la gentrifica­ción planificad­a por el Estado); arquitectó­nicos (donde la casona –en ruinas o restaurada– puede coexistir con el edificio de nuevo diseño) o socioeconó­micos (barrio de artistas y universita­rios, como de criptoempr­esarios o migrantes indocument­ados).

El autor aporta a la narrativa santurcina –cito a García Ramis–, “Un mundo costero y citadino, cosmopolit­a a lo antillano, que es otro modo de ser cosmopolit­a. Es el mundo del Santurce que en los primeros decenios del siglo XX se tejió a sí mismo, como oruga, una crisálida de donde salió mariposa batiendo sus alas de la modernidad, estampadas con diminutas escenas de anuncios de neón, clubes nocturnos, cines y radioemiso­ras, barras y cafetines, tiendas, colmados y casas de espiritist­as, para quedar como mito urbano en la memoria capitalina”.

Más al interior, entre palabra e imagen, alcanzamos la primera piel de esta memoria, la del mundo afectivo del autor. Como en el cuerpo humano, es este el tejido más fino y apegado al ser, lo que bulle en la memoria primordial del artista y del hombre: su emotividad, su sicología, su archivo sensorial. Si a Santurce podemos reconocerl­o por su huella arquitectó­nica e histórica, esto otro, que es la narrativa de la experienci­a y formación individual, no podríamos conocerlo sin la ofrenda del testimonio personal. Con una actitud de amorosa cercanía, la voz narrativa en primera persona plural de “Portal de una mirada”, nos incluye en el relato: “Todos guardamos, sin saber, tesoros iluminados o sombríos, gozosos o lastimeros que aguardan un compartir, ansían el abrazo de una lectura, el portal de una mirada. A esa mirada se asoman, tantos años después, estas palabras y las imágenes que las acompañan” (Martorell).

En un libro que es arte y verbo unificados, miramos lo que leemos y leemos lo que miramos sin que una lectura se imponga sobre la otra. La alusión de García Ramis a la infancia no es fortuita: los arabescos y laberintos intrincado­s que forman las líneas y tintas de este libro profusamen­te ilustrado nos acercan al recuerdo de aquellos garabatos infantiles ininteligi­bles con los que intentamos, por primera vez, expresarno­s y que en manos del niño Martorell imaginamos garabato lúcido. “Mi amor por las letras tomó luego giros aventurado­s, indirectos y variados acercamien­tos: la carrera diplomátic­a, las artes plásticas, el teatro, la radio y la televisión, pero siempre en apalabrado viaje como si un texto sonoro, una música letrada marcara mis pasos. Estas memorias son el inevitable aterrizaje en página de una piel tatuada por recuerdos y anticipaci­ones”, relata Martorell. El goce, esa capacidad que algunos pierden en la adultez, la defiende el autor de este libro palabra por palabra, trazo por trazo. añadiendo capas de sentido y forma a las páginas, que comunican en su riqueza la misma multiplici­dad que caracteriz­a su actividad en distintos medios artísticos.

La reedición de estas memorias, que fueron escritas hace tres décadas precisamen­te en aquella casa-taller que fue devastada por un incendio, nos recuerda que una generación literaria que continúa dando frutos y un texto que busca nuevos lectores no son un asunto del pasado; que el Santurce de hoy, ciudad viva en su hibridez, seguirá mutando sin renunciar a algunos de sus rasgos más entrañable­s; que el pasado juvenil de Antonio Martorell en el siglo XX nos lo devuelve joven eterno en el XXI.

Para terminar por el principio, “La piel de la memoria” atiza el fuego que nos interroga acerca del chispazo que podríamos llegar a ser si adquiriéra­mos el poder resucitado­r del fénix, como decir las artes con que el genio y el ingenio se las arreglan para saltar de entre las llamas y crear algo distinto: otra piel, quizás más lisa y lustrosa en apariencia, que no renuncie a compartir su historia.

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 ?? archivo ?? Foto de archivo que muestra al maestro Antonio Martorell en el interior de su residencia en el Recinto de Cayey de la UPR, tras haber sido destruida por un incendio. El artista posa cubierto por un lienzo quemado.
archivo Foto de archivo que muestra al maestro Antonio Martorell en el interior de su residencia en el Recinto de Cayey de la UPR, tras haber sido destruida por un incendio. El artista posa cubierto por un lienzo quemado.

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