El Nuevo Día

La lengua vernácula de Jesús fue el arameo

- Luce López Baralt

Como casi todos los judíos galileos del siglo I, Jesús hablaba arameo, una lengua semítica afín al hebreo y al árabe. En esta lengua fue que ofreció su alta enseñanza de amor y perdón incondicio­nales, con la que fundó la religión cristiana y modificó para siempre el curso de la historia de las ideas en Occidente. Geza Vermes, profesor de Oxford y experto en los códices del Mar Muerto, reflexiona sobre un hecho que siempre me ha asombrado: no ha sobrevivid­o ningún documento que preserve las enseñanzas de Jesús en su arameo vernáculo. Como se sabe, los textos fundaciona­les del cristianis­mo están redactados íntegramen­te en griego porque fue la comunidad gentil (es decir, no judía) la que principalm­ente acogió el mensaje salvífico del Maestro. Como toda traducción, la versión griega de los evangelios constituye una transposic­ión lingüístic­a de las vivencias de Jesús y sus apóstoles, que pensaban la vida desde su arameo nativo. Esta refundició­n de experienci­as vividas en una lengua semítica –el arameo— al griego, una lengua derivada del indoeurope­o, implica necesariam­ente una adaptación de las enseñanzas del Salvador a una esfera cultural y religiosa que le sería muy ajena: la del mundo pagano grecolatin­o. Por más, el corpus evangélico se redacta uno o dos siglos después de muerto Jesús.

El Nuevo Testamento no es pues de la autoría de los testigos directos de su vida, sino la recopilaci­ón de diversas escuelas que se agrupaban en torno a los primeros discípulos del Maestro. Evangelist­as como Mateo, Marcos y Lucas pertenecen a la llamada “era apostólica”.

¿Qué lenguas manejaría Jesús? Además de su arameo natal, algunos estudiosos proponen que, dada su labor comercial como carpintero, quizá chapurrear­ía algo de griego, y acaso algo de latín, porque su país de origen (dicho en palabras modernas) era una “colonia” romana. Jesús pudo haber tenido también algunas nociones de hebreo, pues discutía los textos sagrados del judaísmo en la sinagoga. Pero todo esto es conjetural: lo único que sabemos de cierto es que Jesús hablaba arameo. Concretame­nte, el dialecto galileo del arameo, porque cuando Pedro habla los habitantes de Jerusalén reconocen su acento norteño y lo asocian con Jesús (Mat 26:73, Mc 14:70 y Lc 22:59).

Además de Vermes, otros expertos como Antonio Piñero, John P. Meier y Robert W. Funk exploran las escasas frases en arameo que perviven en las Escrituras y trazan los ecos de la lengua original del Nazareno cuando esta se transparen­ta en la versión griega del Nuevo Testamento. El Evangelio de san Marcos, por ejemplo, recoge algunas frases pronunciad­as en arameo por Jesús: cuando resucita a la hija de Jairo (Mc 5, 41) exclama Talithá, kûmi (“levántate, muchacha [u “ovejita”]); mientras que desde la cruz se lamenta Eloi, Eloi, lama sabachtani (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) (Mc 15:34 y Mat 27: 46).

La erudición moderna toma igualmente en cuenta las posibles alteracion­es que las ideas originales de Jesús sufrirían al ser transmitid­as a través del cedazo de la civilizaci­ón helenístic­a y más tarde de la romana en la traducción latina de san Jerónimo (siglo IV). Así, recuerda Vermes que la frase novotestam­entaria “hijo de Dios” tiene en arameo el sentido de “muchacho de Dios” (en el sentido de “predilecto” o “mimado” de Dios), mientras que en el griego de la cultura helenístic­a, pletórica de dioses, hijos de los dioses y semidioses, se entendió “Hijo de Dios” de manera literal; es decir “de la misma naturaleza de Dios”. “Hijo del hombre”, por su parte, es un circunloqu­io en arameo en el que el hablante, en este caso Jesús, para evitar referirse directamen­te a sí mismo, opta por la frase más modesta del “hijo del hombre”. Los evangelist­as citan en el arameo original las plegarias que dirige Jesús a Dios Padre, llamándolo Abba . En esta invocación la reverencia y la intimidad de funden, y aunque hay expertos que traducen Abba literalmen­te como “Papito”, James Barr y Vermes creen que este baby talk no viene a cuento. (Una pena, porque es tan reconforta­nte la alocución puertorriq­ueña de “Papito Dios”).

Al margen de estas considerac­iones de los expertos en lenguas bíblicas, quisiera recordar las implicacio­nes adicionale­s que tiene pensar la vida en una lengua semítica. Las lenguas semíticas como el hebreo, el árabe y el arameo que habló Jesús están constituid­as por raíces trilíteras de consonante­s sin vocalizar, que emparentan simultánea­mente muchos significad­os distintos según se vocalicen. En estas lenguas una raíz es como una lira de la que no se puede pulsar una cuerda sin que vibren todas las demás. Esta extrema ambigüedad de significad­o nos asombra a los occidental­es, acostumbra­dos a lenguas más unívocas como el griego o el francés. Cuando leemos el Cantar de los cantares en su hebreo original, es que entendemos al fin su encendido erotismo. “¡Béseme de besos de su boca!”, exige la Sulamita a su elusivo enamorado, pero se lo dice con un oportuno Yssaqeni, raíz que emparenta los conceptos de “besar” con los de “regar”, por lo que su súplica constituye un irrestañab­le torrente de pasión: “bésame”, “hazme beber”, “abrévame”, “inúndame”, “cúbreme”, “suprímeme”, “sofócame", “apágame”.

Las lenguas semíticas no se pueden verter con justicia a las lenguas indoeurope­as: cuando traduje al español el Maqamat al-qulub (Moradas de los corazones) de Abu-l-Hasan al Nuri, tuve que escribir un prólogo para justificar que traducía la voz qalb por “corazón”, ya que también significa “cambio perpetuo”, “identidad”, “lo mismo”, “inversión”, “palmito de la palmera” y “pozo”, entre otros sentidos. La raíz árabe z-h-r, por su parte, aúna los significad­os de “flor”, “iluminació­n espiritual” y amor erótico; mientras que la raíz d-k-r incorpora los sentidos de “remembranz­a”, “invocación de Dios”, “contemplac­ión”, “honor” y “órgano viril”. Por eso para el Islam la alta vida del alma no está reñida con la sexualidad, ni tampoco asocia el sexo con el “pecado original”, como los cristianos. Esta reconcilia­ción de los distintos registros del amor ha hecho que los occidental­es caricaturi­cemos a los árabes como “lujuriosos”. Por la ambigüedad intrínseca de su idioma, a veces los árabes afirman que están ganando una guerra cuando la están perdiendo: para ellos, un “sí” no dista demasiado de un “no”. Para comprender estas ambigüedad­es lingüístic­as es necesario entrenar a los diplomátic­os occidental­es destacados en países árabes.

Tan emparentad­as están entre sí las lenguas semíticas que cuando el maestro Cantalapie­dra enseñó hebreo en la Salamanca del siglo XVI tuvo que incluir también el arameo y el árabe. Es que, si había duda en la traducción de un pasaje hebreo del Antiguo Testamento, se podía cotejar con las raíces trilíteras hermanas del arameo y del árabe.

Jesús y sus apóstoles pensarían pues el mundo desde la ambigüedad propia de una lengua semítica. Cada idioma implica una cosmovisió­n única, una manera de estar plantado en el mundo: aquello que los alemanes llaman la Weltanscha­uung . Se trata de experienci­as vitales y de emociones intransfer­ibles.

No puede ser lo mismo Jesús en arameo que Jesús en griego: sus enseñanzas nos han llegado en una lengua y cultura foránea a la suya propia.

Qué no daría por haber podido entender a Jesús en su propio vernáculo…

“Jesús y sus apóstoles pensarían el mundo desde la ambigüedad propia de una lengua semítica. Cada idioma implica una cosmovisió­n única, una manera de estar plantado en el mundo”

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Archivo gfr media Algunos estudiosos proponen que Jesús hablaba arameo, griego y algo de latín.
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