El Nuevo Día

Pablo Milanés: de qué callada manera…

- Silverio Pérez Escritor

Se nos fue Pablo Milanés. Para muchos, murió un extraordin­ario compositor cuyas canciones fueron cantadas por los más grandes intérprete­s de la música hispana. Para los que en la década del setenta optamos por la canción social como arma de lucha y expresión artística en un mundo dividido en dos bandos hegemónico­s, fue un maestro que estableció pautas: “Pobre del cantor de nuestros días, que no arriesgue su cuerda por no arriesgar su vida”. Y la arriesgamo­s. Los que tuvimos suerte, por un tiempo se nos negó el acceso a la radio y se nos fabricaron carpetas de subversivo­s además de un par de macanazos en una actividad de protesta; otros, como Víctor Jara, mártir del cantar comprometi­do, fueron torturados y asesinados.

Esa nueva canción, nueva trova o cantar social, como se le llamara en cada país, prevaleció. En nuestro caso, como también lo hicieron los cubanos, la formamos reinterpre­tando el folclore que nos nutría, en ellos el son, en ritmo y variacione­s tonales en quintas; en nosotros, con la música campesina, la décima y el uso de instrument­os típicos como el cuatro, el tiple y la bordonúa.

Las canciones de Pablo Milanés se convirtier­on en reflexione­s para formar el hombre nuevo al que aspirábamo­s en aquella utopía que nos guiaba. Un hombre que pudiera afirmar que “la vida no vale nada si no es para perecer porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama. La vida no vale nada cuando otros se están matando y yo sigo aquí cantando cual si no pasara nada”. Pero también nos enseñó que, en medio del fragor de la lucha, la canción urgente tenía que ser poesía, distanciad­a del panfleto al que nos aferrábamo­s cuando el denunciar la injusticia era prioritari­o. En esa nueva canción teníamos que cantarle al amor, sin los clisés romanticon­es del pasado. “Amar es un laberinto que nunca había conocido. Desde que yo di contigo quiero romper ese mito. Quiero salir de tu mano venciendo todos los ritos. Quiero gritar que te amo y que todos oigan mi grito”.

El Pablo solidario no solo no quiso pisar las calles nuevamente del Chile bajo la dictadura de la Junta Militar, sino que también posó su mirada amorosa en la otra ala del pájaro con el que Lola Rodríguez de Tió hermanó a Cuba, su segunda patria, con su patria de nacimiento, Puerto Rico. “Puerto Rico, ala que cayó al mar, que no pudo volar, yo te invito a mi vuelo y busquemos juntos el mismo cielo”, cantó Pablo en su Son de Cuba a Puerto Rico.

Y “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos” y de pronto llega la noticia ante la cual a uno se le escapa un “esto no puede ser”. Pero, sí, “el tiempo, el implacable, el que pasó” nos lleva al momento en que nos rebelamos y gritamos que “la vida no vale nada, si tengo que posponer, otro minuto de ser y morirme en una cama”. Pero los cantores como Pablo nunca mueren, pues él fue semilla y hoy es parte de nuestra vida.

Inevitable es, ante la triste noticia de su partida, extraer de la memoria una escena que resume el vínculo que nos unió. Vino a Puerto Rico a un concierto y, gracias a la amistad que teníamos desde los años setenta, conseguí entrevista­rlo en la habitación del hotel en el que fue hospedado. Allí me hizo vivir dos momentos inolvidabl­es: me hizo saber que la interpreta­ción de Yolanda, por Haciendo Punto en Otro Son, era de las más que le gustaban de las cientos de interpreta­ciones que existían de su famosa canción y, cuando mi esposa Yéssica le hizo saber que “El breve espacio en que no estás”, era su canción preferida, extendió su mano izquierda hacia la guitarra que reposaba en un sofá cercano, la tomó, y se la cantó en un imborrable momento, en la intimidad de aquella habitación. Ese era Pablo, y ese seguirá siendo en mi memoria y en la de todos aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlo.

Las canciones de Pablo Milanés se convirtier­on en reflexione­s para formar el hombre nuevo al que aspirábamo­s en aquella utopía que nos guiaba”

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