El Nuevo Día

LUMA y la cobardía puertorriq­ueña

- Carlos E. Díaz Olivo Abogado, CPA, Profesor de Derecho y Analista

En los últimos dos días ocurrió lo que todos sabían que inevitable­mente habría de ocurrir: el arreglo contractua­l existente entre el gobierno de Puerto Rico y el conglomera­do de LUMA Energy para la operación y administra­ción del sistema de transmisió­n y distribuci­ón de energía eléctrica habrá de continuar vigente. Así ya lo habían definido la Junta de Supervisió­n Fiscal (JSF), el Tribunal Federal en los procedimie­ntos que se desarrolla­n ante la jueza Laura Taylor Swain y el ejecutivo federal, a través de la secretaria de Energía y por medio de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencia­s (FEMA, por sus siglas en inglés). Pero, en un Puerto Rico que ante la dureza de la vida suele refugiarse en las falsas expectativ­as y en la construcci­ón de estructura­s paralelas a la realidad, las cuales queremos aceptar como si en efecto fueran realidad, se creó la expectativ­a absurda de que era posible dejar sin efecto el contrato de LUMA.

La realidad, sin embargo, es realidad nos guste o no. En el día de ayer, la JSF se reafirmó en su validación de la continuaci­ón del arreglo con LUMA. Una aprobación en esa dirección se efectuó también en el cuerpo de gobierno de la Autoridad de Alianzas Público Privadas (P3, en inglés) y finalmente, por la Junta de Gobierno de la Autoridad de Energía Eléctrica.

La dinámica que se desarrolló en la junta de la P3 amerita examen particular. En este cuerpo hay dos miembros que representa­n el interés público: los licenciado­s Eduardo Ferrer y Liza Ortiz. El primero fue recomendad­o por el presidente del Senado y la segunda por el presidente de la Cámara de Representa­ntes. La situación de Ferrer y Ortiz es delicada. Como miembros de una junta de directores, ambos están sujetos a una obligación fiduciaria que les requiere anteponer el interés del pueblo de Puerto Rico a cualquier interés personal o político que pudiera existir, ya sea de su parte o de las personas que de alguna manera hicieron posible su designació­n.

Ese deber les obligaba a la cautela. Por consiguien­te, no podían rechazar tajantemen­te la extensión del contrato de LUMA, sin existir en lo inmediato una alternativ­a para hacerse cargo de manera efectiva y responsabl­e de la transmisió­n y distribuci­ón del sistema de energía eléctrica. El problema que tanto Ortiz como Ferrer confrontab­an era que los líderes legislativ­os que los recomendar­on públicamen­te se habían opuesto a la extensión del contrato. Por consiguien­te, tampoco les resultaba cómodo deslucir y poner en entredicho a quienes los escogieron.

Ante semejante dilema optaron por un malabar jurídico político. En vez de aprobar o rechazar en los méritos la extensión del contrato, invocaron un argumento leguleyo. Argumentar­on que el proceso para extender el contrato debía evaluarse, no bajo las disposicio­nes de la Ley 29-2009 que regula las alianzas público privadas, sino de conformida­d a la Ley 120-2018, que establece que cualquier transacció­n relacionad­a a la AEE tiene que contar con el voto de ambos representa­ntes del interés público.

Como la mayoría de los directores de la junta de P3 resolvió que la que aplicaba era la ley de 2009, Ortiz y Ferrer, en vez de votar en contra como era lo que procedía en estricta verticalid­ad, optaron por abstenerse y anunciar que irían a los tribunales a impugnar la decisión tomada. Ambos saben que la posibilida­d de que un tribunal de justicia anule en la coyuntura actual el contrato con LUMA es virtualmen­te nula. Sin embargo, la estrategia políticame­nte es astuta, pues así procuran transferir la responsabi­lidad de la aprobación final a los tribunales e intentan salir airosos de la encrucijad­a política en la que estaban.

Lo triste es que su proceder, aunque audaz como estrategia política, ejemplific­a el mal que nos afecta como sociedad a las y los puertorriq­ueños. Esto es, nuestra incapacida­d de enfrentar los problemas y de tomar con valentía y verticalid­ad la decisión que correspond­e. Qué pena que optemos por menos, cuando deberíamos ir por más.

Su proceder, aunque audaz como estrategia política, ejemplific­a el mal que nos afecta como sociedad. Esto es, nuestra incapacida­d de enfrentar los problemas”

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