Comportamiento fue “inusual”
Científicos estudiarán por qué los ciclones se desarrollaron fuera de lo considerado “normal”
La temporada de huracanes de este año en la cuenca del Atlántico culminó, el pasado miércoles, como una de las más inusuales en la última década, pese a que, en sus seis meses de duración, estuvieron presentes las condiciones atmosféricas clave para la formación de más ciclones de los que, al final, se registraron.
Aunque el monto total de tormentas nombradas –14– quedó en o cerca del promedio, la manera en que se desarrollaron se distanció de lo que se considera “normal”, climatológicamente hablando, durante el período que abarca del 1 de junio al 30 de noviembre.
Una de las condiciones que favorecía el desarrollo ciclónico este año era el fenómeno La Niña, que dominó en el hemisferio norte durante toda la temporada. Este patrón, que ocurre en el océano Pacífico, permite el fortalecimiento de sistemas en el Atlántico porque reduce los vientos cortantes. Además, las temperaturas de la superficie oceánica estuvieron en o por encima de los 78.8 grados Fahrenheit, lo que implica que había suficiente energía calórica para potenciar el fortalecimiento de ciclones vía evaporación.
Sin embargo, este año, se registraron 17 disturbios en la cuenca del Atlántico, de los cuales dos quedaron como depresión tropical y uno, como un potencial ciclón, mientras que el resto alcanzó la categoría de tormenta tropical o huracán. La cuenca incluye el océano Atlántico, mar Caribe y golfo de México.
De las 14 tormentas nombradas, ocho alcanzaron fuerza de huracán y dos de esos (Fiona e Ian) fueron huracanes intensos (categoría 3 a 5 en la escala de vientos Saffir-Simpson).
Basado en un récord de datos climatológicos que comprende de 1991 a 2020, el Centro Nacional de Huracanes establece que el promedio de actividad ciclónica es de 14 tormentas nombradas, de las cuales siete se fortalecen a huracán y tres pasan a ser huracanes mayores.
“Yo diría que fue una temporada inusual no tanto en número de tormentas, pero de cómo se distribuyeron. Las primeras tres (tormentas) fueron en junio y a principios de julio. Fueron tormentas más o menos débiles, ninguna se convirtió en huracán. Después, (en) casi todo julio y agosto, no hubo tormentas, en parte, por el polvo del Sahara y por la incidencia de vaguadas en la región... y no fue hasta septiembre cuando las condiciones, finalmente, se tornaron favorables para el desarrollo de ciclones”, describió el meteorólogo Emanuel Rodríguez González, del Servicio Nacional de Meteorología (SNM) en San Juan, al evaluar el comportamiento ciclónico en la temporada recién concluida.
Con “distribución”, Rodríguez González se refirió al momento en que se formaron las tormentas. Por ejemplo, la comunidad
“Hablamos de la crisis climática cuando tenemos un huracán encima de nosotros, pero es muy difícil darle continuidad a esos temas cuando no están ocurriendo esos eventos, porque solemos olvidarnos”
PABLO MÉNDEZ LÁZARO CIENTÍFICO AMBIENTAL
científica y expertos en meteorología se mostraron sorprendidos este año al ver que no se formó ningún ciclón entre el 3 de julio y 26 de agosto. Es, apenas, la quinta vez que se da ese comportamiento desde que se recopilan registros y estadísticas.
Esa calma en agosto –mes en que comienza a aumentar la actividad ciclónica de cara al pico de la temporada en septiembre– solo había ocurrido en 1962, 1967, 1977 y 1982, según el doctor y experto en huracanes Philip Klotzbach, quien dirige el Departamento de Ciencias Atmosféricas de la Universidad Estatal de Colorado.
La comunidad científica intentará explicar la razón por la cual se suscitó una inusual temporada de huracanes este año mediante diversas investigaciones y análisis de datos climatológicos.
PÉRDIDAS EN PUERTO RICO
Pese a que el análisis general de la temporada la describe como “inusual”, la actividad ciclónica fue suficiente para causar daños significativos en múltiples países, incluyendo Puerto Rico, que recibió el impacto indirecto y directo de los huracanes Earl y Fiona, respectivamente.
Earl provocó, entre el 3 y 5 de septiembre, múltiples eventos de lluvia fuerte, aunque no pasó sobre la isla. Se movió a más de 100 millas náuticas al noreste y, luego, alteró su rumbo hacia el norte del Atlántico, lo que provocó que cambiara el flujo de viento y la estela de humedad que consumía el sistema impulsó el desarrollo de fuertes aguaceros y tronadas, que dejaron inundaciones en la mitad norte.
Ese evento ocurrió unas dos semanas antes del paso de Fiona, que se aproximó a la isla el 18 de septiembre como una tormenta, pero se fortaleció en huracán una vez estuvo sobre el cuadrante suroeste. Sin embargo, esa intensidad con la que soplarían los vientos no fue lo más importante del sistema en relación con la isla, sino las lluvias que dejó.
El informe preliminar del SNM estableció que Puerto Rico estuvo de 48 a 60 horas bajo los efectos de Fiona, que el ciclón dejó hasta 32 pulgadas de lluvia en un sector de Ponce y que las inundaciones fueron catastróficas.