Ni amenazas ni actos de violencia en las escuelas
El mero asomo de alguna amenaza de violencia armada en cualquiera de nuestros planteles tiene que mover de inmediato a las comunidades escolares, así como a las autoridades policiacas locales y federales, a evitar el suceso, y a impartir sin titubeo los castigos que correspondiesen para aleccionar a toda la sociedad.
Los espacios de enseñanza puertorriqueños tienen que ser santuarios para nuestros estudiantes, y de ninguna manera, escenarios de tiroteos. Preocupa particularmente la pretensión de trasladar a las escuelas los actos de violencia que ya el país sufre en las calles y en demasiados vecindarios, con un saldo desgarrador de pérdida de vidas jóvenes. Inquieta también que menores pudieran estar involucrados en situaciones de potencial violencia, lo cual requiere explicación clara de parte de los progenitores o encargados.
Confiamos en que las autoridades de ley y orden investigarán a fondo y con celeridad la querella sobre la presunta planificación de un ataque a tiros en escuelas capitalinas, situación en la que estarían involucrados estudiantes menores de edad de dos planteles en Hato Rey.
Además de los procedimientos de rigor, la pesquisa debe asegurar un ambiente de paz en los espacios escolares concernidos, en beneficio de la estabilidad y la salud mental del alumnado y del personal de los planteles. La querella presentada por un docente, después de que la progenitora de una estudiante capturó en pantalla mensajes digitales que generaron honda preocupación, permitió activar un protocolo de seguridad que incluyó la suspensión de clases en las escuelas University Gardens y Juan José Osuna, en Hato Rey.
El suceso resalta la importancia de que los progenitores o responsables de los menores, así como los maestros y el resto del personal escolar, estén atentos a cualquier incidente que pueda representar riesgos a la seguridad o estabilidad emocional y física de los alumnos, así como de los empleados.
Esta experiencia refleja la necesidad de promover en las escuelas destrezas para solucionar conflictos sin incurrir en violencia. Ese objetivo puede ser reforzado con programas que fomenten la crianza saludable que desalienta la violencia intrafamiliar y otras conductas agresivas contra menores o causadas por estos.
El Departamento de la Familia, entre otras agencias gubernamentales con responsabilidades de apoyo y protección a la niñez, debe incrementar los esfuerzos para lograr hogares seguros.
Asimismo, las agencias estatales y federales de ley y orden están llamadas a agudizar sus estrategias contra el trasiego de armas. Esa labor puede evitar que más menores estén expuestos a la posesión o al uso de estos artefactos. Es igualmente imperioso mantener una estricta regulación de la venta y portación de armas en la isla para evitar las agresiones letales que se han vuelto demasiado cotidianas en las vías públicas y vecindarios de nuestra isla, muchas veces como consecuencia del narcotráfico o la violencia machista.
Los actos letales en escuelas de Estados Unidos se han convertido prácticamente en una epidemia desoladora. Los reclamos de legislación federal y estatal para frenar la fácil adquisición de armas, incluso por adolescentes, no han sido acogidos. Es preciso insistir en las enmiendas estatutarias que prevengan desgracias como la recientemente ocurrida en la escuela Robb, en Uvalde, Texas, donde un joven ultimó a tiros a 19 niños y dos maestras.
El gobierno de Puerto Rico tiene el deber de abstenerse de imitar las legislaciones que mantienen desprotegidos a niños y adolescentes en estados estadounidenses. Inquieta la reciente aprobación en la Cámara de Representantes local de una pieza de ley para permitir la operación de armerías y polígonos más cerca de escuelas públicas y otros centros académicos.
Ante el panorama de violencia que mina la seguridad pública isleña, es nuestro deber como sociedad luchar con el mayor ahínco para que no se produzca en Puerto Rico nada parecido a lo que se vive en Estados Unidos en escuelas, iglesias y centros comerciales, no empece la diferencia en las circunstancias que producen esos horrendos actos.
Un paso clave es educar sobre la solución pacífica de conflictos y el fomento de la cultura de paz para que nuestras escuelas sean espacios de armonía dedicados a educar con excelencia a la población que edificará el futuro puertorriqueño.