El Nuevo Día

Sólido apoyo estadounid­ense a Ucrania en busca de la paz

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Convocado por la histórica alocución del mandatario de una nación víctima de una invasión extranjera armada, el gobierno de Estados Unidos tiene el deber, como líder mundial de la democracia, de encaminar un sólido proceso de diálogo internacio­nal que devuelva la paz a Ucrania y fortalezca la esperanza en el resto del planeta.

Durante su primera salida de su país asediado por las fuerzas armadas rusas, el presidente Volodymyr Zelensky se reunió el miércoles con su homólogo Joe Biden y expresó ante el Congreso un mismo mensaje central: solicitar más ayuda económica y armas para defender a su gente. Debe ser prioridad de las naciones de Occidente mediar con el objetivo de alcanzar un acuerdo de paz, no empece lo difícil del panorama ante la pretensión oportunist­a y sádica del presidente ruso Vladimir Putin de doblegar con violencia a la nación ucraniana. Los jefes de Estado de los países democrátic­os tienen la obligación de trabajar con ahínco hasta lograr el fin de las hostilidad­es de Rusia.

Junto a Zelensky, el presidente Biden abogó por el fin de la guerra mediante el logro de una paz justa. Una armonía que provendrá del refuerzo de las vías de la diplomacia.

En la tercera década de este tercer milenio, es doloroso e insostenib­le que líderes poderosos ignoren el carácter insensato, sangriento y estéril de las guerras, al considerar­las -de forma errada- como una opción legítima.

Asediada por los bombardeos contra la infraestru­ctura crítica, que la mantienen sin electricid­ad y agua potable, la gran víctima de esta guerra no provocada es la gente ucraniana. Ese pueblo encara el crudo invierno con temor, incertidum­bre y el dolor de tener a miles de familiares y conciudada­nos refugiados y dispersos por Europa y otros lugares. En palabras de Biden, “Rusia está utilizando el invierno como un arma” contra el pueblo ucraniano. Este acto de barbarie es inaceptabl­e.

Hasta agosto, a seis meses desde la invasión ocurrida en febrero, Ucrania había reportado 5,587 muertes de civiles y más de 9 millones de refugiados. Se estimaba que 9,000 militares ucranianos y 25,000 soldados rusos habían perecido en combate. La mayoría de estos últimos son jóvenes obligados a ir a la guerra sin entrenamie­nto militar. Para entonces, Ucrania, antigua república soviética, había perdido control del 20% de su territorio. Diversos países, encabezado­s por Estados Unidos, habían donado más de $83 mil millones en ayuda al país invadido.

El pueblo ruso es también víctima del absurdo de sus dirigentes. Solo en las primeras semanas tras la invasión, más de 300,000 personas habían sido arrestadas en Rusia por criticar la invasión que el gobierno de Putin ha intentado justificar -falsamente- como un acto en defensa propia ante el temor de que las fuerzas de Occidente agrupadas en la OTAN rodeen todas sus fronteras.

Aparte del sufrimient­o en suelo ucraniano, un importante productor de cereales, el terrible drama humano provocado por la invasión rusa repercute en el resto del mundo en forma de subidas en precios y de limitacion­es de abastos de petróleo y alimentos, lo que tiene un fuerte impacto sobre la economía y estabilida­d global.

Zelensky llevó a su país la promesa estadounid­ense de ayuda adicional por $1.8 mil millones, la cual incluye sistemas de defensa aérea. Se espera que el Congreso autorice otros $50 mil millones contenidos en el proyecto presupuest­ario. Estas son acciones necesarias para que Ucrania esté en mejores condicione­s de defender su soberanía, su democracia y libertad.

No obstante, urge encontrar soluciones permanente­s al ultraje ruso contra Ucrania. En este siglo, cuando el ser humano ha sido capaz de rebasar las fronteras terráqueas y de desarrolla­r tecnología­s antes impensable­s, la aspiración de la humanidad debe centrarse en el encuentro pacífico y edificador entre las naciones. De inmediato, hay que convertir en acción la esperanza de que la diplomacia abra los canales de un diálogo verdaderam­ente robusto que alcance la paz.

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