El Nuevo Día

El espíritu de la Navidad invita a la reflexión

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El sentido más profundo de la Navidad conecta con la dulce espera, el nacimiento y la sencillez que rodean al acontecimi­ento que la cristianda­d heredó a la humanidad como una festividad que nos reúne para compartir los más puros sentimient­os que surgen del amor al prójimo.

Para los que creen y los que no, el espíritu de estos días cruza nuestros hogares como un aire fresco que revive los afectos y el cariño hacia quienes nos rodean. La expresión amor bien puede ser esta noche el corazón de un ejercicio para hallar sus sinónimos: solidarida­d, compañía, abrazo, ternura, sonrisa y entrega.

El nacimiento de Jesús en el humilde pesebre de Belén representa el comienzo de una vida que, como todas, habrá de transitar por caminos buenos, expeditos, pedregosos y, muchas veces, malos. En cada uno de ellos habrá segurament­e una parada obligatori­a. Ese instante siempre llama a la reflexión. Y la víspera de Navidad es, por antonomasi­a, el espacio perfecto para ello.

Esa reflexión también obliga a la mirada colectiva. Cuando observamos el devenir de Puerto Rico no podemos sacar de nuestra memoria reciente a la pandemia. Sigue marcando un largo después que para unos es etapa superada y para otros es un capítulo personal que nos cambió para siempre. No es posible quedar inmunes a los efectos de esa distancia que eliminó los abrazos y ocultó detrás de una tela a las sonrisas. Cómo sacar de este humano recuento esa soledad obligada que se ensañó con los más viejos. La llegada del COVID-19 puso a prueba los valores que precisamen­te se invocan en estas festividad­es. Sin quedar paralizado­s por ese tenebroso pasado, debemos avanzar unidos hacia mejores tiempos.

Resulta un bálsamo esperanzad­or apreciar las acciones heroicas que se vivieron en la pandemia. En el caso de nuestra isla, las primeras líneas integradas por los equipos de la salud, aún desafiados por los rebrotes del presente, se han enlazado con las manos generosas de los miles de trabajador­es desplegado­s en las labores de la reconstruc­ción. El esfuerzo de estos últimos no debe quedar invisibili­zado por la discusión política.

Los niños y las niñas comienzan a vivir esta Nochebuena la víspera de un despertar navideño que se extiende hasta enero con la llegada de los Reyes Magos. Es una época donde la ilusión se enlaza con la alegría de los regalos. Esta secuencia, no obstante, obliga a poner en práctica la empatía para llenar un vacío que aflige a miles de hogares puertorriq­ueños. Por eso, aplaudimos a las organizaci­ones públicas y privadas que se encargan de incorporar a esta celebració­n a los menores en situacione­s de desventaja social y económica. Imposible olvidar a esos estudiante­s que no han podido decir presente en el salón de clases. Imposible quedar impertérri­tos ante esta emergencia que envía a la marginació­n y al desamparo a aquellos que no pueden defenderse ni levantar la voz.

El abrazo solidario de esta jornada tiene otros importante­s destinatar­ios. Se trata de los hogares de las familias que han visto partir a madres, hermanas, tías o primas víctimas de la violencia machista. Esa herida abierta en Puerto Rico tiene que encontrar medidas que erradiquen un flagelo que causa un desgarrado­r sufrimient­o.

Cuando fijamos la vista en el horizonte, aparecen otras tragedias que nos estremecen. A esta misma hora en Ucrania, donde resulta imposible un armisticio, y menos se respetarán emblemas ni festividad­es, las bombas rusas seguirán aniquiland­o a ese sufrido pueblo. La oración extendida llega también a otros sitios del planeta afligidos por injustos castigos producto de plagas y hambrunas.

La Navidad marca un inicio. Como todos los nacimiento­s es el comienzo de la vida. Allí aparecen manos curtidas por la ternura y gestos de entrega. La maravillos­a cadena de afectos comprometi­dos es la misma que se repite todos los años para tejer, como ocurre hoy en los hogares puertorriq­ueños, ese entramado que asegura la superviven­cia de los valores más preciados de nuestra humanidad.

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