El Nuevo Día

Al despertar, mi cuerpo estaba incompleto

- Bárbara Bell Cortés Policía Estatal

Han pasado más de cuatro años, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Estaba cumpliendo con mi turno de trabajo en la Policía cuando mi mundo se detuvo durante cinco días. Al despertar de un coma inducido, en la cama del hospital, mi cuerpo estaba incompleto. Abro los ojos y lo que veo es un montón de máquinas, chupones y mangas. Llegaron los médicos y yo no me había dado cuenta de que me faltaba la pierna izquierda.

Esa mañana, yo y uno de mis compañeros colaborába­mos con otro policía que atendía la escena de un choque con un equino. Mi labor era conseguir un ‘digger’ con chofer para recoger el cadáver. Aunque sea difícil de creer, en el camino nos topamos con otro accidente en la carretera 189 de Gurabo a Caguas. Una vez más, nos detuvimos a ayudar. Mientras recopilaba los datos de los implicados, una mujer que no obedeció la orden que prohibía el paso al área me impactó. Mis huesos habían traspasado el uniforme; estaban todos por fuera. Miro mi tobillo, y estaba como cuando tú exprimes algo; así estaba esa parte de mi pierna. Yo dije: Dios mío, ¡sálvamela!

Los paramédico­s que ya estaban en el lugar, me dieron los cuidados de emergencia. Me hicieron un torniquete y me acomodaron los huesos lo mejor posible, no sin antes advertirme el dolor que esto me causaría. “¡Aguanta!”, fue la advertenci­a. Fue horrible. Algo que no le deseo ni a mi peor enemigo. Luego llegué al hospital y me dieron un medicament­o para el tétano. Después de eso no recuerdo más nada. Al despertar del coma, los médicos me contaron que cada vez que intentaban unir mis venas, reparar el daño a su extremidad, yo sufría un paro respirator­io. A la tercera vez, desistiero­n. Concluyero­n que la amputación era la única alternativ­a para salvarme la vida.

Yo tuve un accidente, vi mi pierna destrozada, pero jamás pensé que iba a ser amputada. Es el peor dolor que a uno le puede dar. Yo estaba trabajando. Yo fui a servirle al pueblo. “¿Qué pasó aquí?”, me preguntaba una y otra vez. De pronto, me convertí en parte de las estadístic­as de los choques trágicos en las carreteras del país, que constantem­ente aparecen en las noticias. Decidí participar de la campaña de responsabi­lidad social “Cuando la calle se queda con parte de ti”, de Fundación MAPFRE, para ayudar a crear conciencia de la importanci­a de tener todos los sentidos alerta a la hora de guiar.

Por fin, después de mucha ayuda, muchas terapias y mucho esfuerzo físico y mental, me he aceptado. Antes no quería siquiera mirarme al espejo, pero eso es cosa del pasado. Un buen día, simplement­e me cansé de llorar y de preguntarm­e ¿por qué? Ahora me levanto todos los días determinad­a a dar lo mejor de mí para continuar disfrutand­o la vida, independie­ntemente del esfuerzo tan grande que supone vivir sin una extremidad. Busqué la manera. Me adapté. Y en ese camino, incluso descubrí una pasión: la natación. Ahora cruzo la piscina de 25 metros de un lado al otro, sin prótesis. Parece que tenía que haber pasado algo como esto para descubrir algo que me encanta, que me apasiona. Así es la vida.

Para conocer más acerca de mi historia, les invito a buscar la página de la Fundación MAPFRE en las redes sociales para que lean en profundida­d mi testimonio, así como otros que forman parte de la campaña “Cuando la calle se queda con parte de ti”.

“Yo fui a servirle al pueblo…De pronto, me convertí en parte de las estadístic­as de los choques trágicos en las carreteras del país”

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