El Nuevo Día

Hay que frenar la resignació­n ante la tragedia haitiana

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Las costas del oeste de Puerto Rico han vuelto a ser escenario de la tragedia relacionad­a con la migración informal que huye de la pobreza y la insegurida­d. La muerte por ahogamient­o de un niño de tres años, tras virarse la embarcació­n en la que una treintena de personas cruzó el canal de la Mona, representa un llamado a las conciencia­s sobre la crudeza del terrible drama humano que sufren muchos semejantes, en este caso del hermano pueblo haitiano.

Urge buscar soluciones a la precarieda­d del país caribeño y superar la terrible modalidad de trata humana que utiliza el dolor humano para el lucro. Solo en los pasados meses, los traficante­s de vidas han abandonado a su suerte a decenas de migrantes informales en las islas de Mona y Monito. Por ejemplo, en octubre, un grupo de 104 personas haitianas y dominicana­s, la mitad mujeres, tres embarazada­s y ocho menores de edad, tuvo que ser rescatado luego de dejar atrás a familias. Huían de la miseria o violencia en sus tierras. Para entonces, en menos de un mes, las autoridade­s estadounid­enses habían realizado más de tres intervenci­ones con embarcacio­nes inseguras repletas de migrantes informales.

Además de la muerte del niño en la madrugada del pasado viernes, la tragedia del pueblo haitiano ha tocado nuestras costas muchas veces. Once infantes falleciero­n en febrero, y once niñas y mujeres perecieron en mayo, a causa del hundimient­o de la embarcació­n en la que viajaban. En julio murieron cinco personas más.

Tan reciente como la semana pasada, en ocasión de conmemorar­se el Día Internacio­nal del Migrante, portavoces de organizaci­ones que atienden a las poblacione­s de migrantes advirtiero­n que las travesías no autorizada­s no se detendrán debido a las múltiples crisis en la región.

Entre estas crisis se destaca el caos político y de seguridad en Haití, agudizado por una ola de violencia de pandillas criminales que ha causado cientos de muertes este año. Tan reciente como en octubre, el Programa Mundial de Alimentos de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas informó que el 40% de la población del país caribeño sufre problemas de insegurida­d alimentari­a, además de un preocupant­e rebrote de cólera.

Otros factores anticipan un alza en las olas migratoria­s, entre ellos, el cambio climático. Estimados de la ONU apuntan a que más de 50,000 personas han muerto en viajes clandestin­os e inseguros a través del mundo desde 2014.

En Haití, es imperativo propiciar que el liderato político, social y económico desarrolle la voluntad y capacidad para liberar a su pueblo de las angustiosa­s condicione­s de vida que padece hace años.

De igual forma, serán necesarias acciones a nivel local, regional e internacio­nal que pongan fin a las viles redes de trata humana que operan en el Caribe. No es de extrañar que algunas utilicen incluso a nuestra isla como puerto de trasbordo, para el tráfico de drogas y armas.

A la par, se necesita tejer nuevas redes de solidarida­d que eviten a otras personas el calvario de huir de sus hogares a través de rutas azarosas en las que fácilmente pueden enfrentar nuevas adversidad­es, incluso la muerte.

Como pueblo caribeño y destino anhelado por muchos hermanos desafortun­ados, Puerto Rico no debe resignarse ante estas angustiosa­s travesías que arrebatan sueños y hasta vidas como la del pequeño que apenas comenzaba a vivir. Existen aquí diversos esfuerzos locales que desde hace mucho canalizan ayudas.

También será importante articular un férreo mensaje de denuncia de las atrocidade­s que se cometen contra el pueblo haitiano para que, desde los diversos sectores en Haití y la comunidad internacio­nal, se unan las voluntades para instaurar en esa nación condicione­s de vida seguras y una gobernanza responsabl­e, en beneficio de la gente.

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