Manual del populista puertorriqueño
El testimonio de Félix “el Cano” Delgado en el caso federal contra Ángel Pérez puede considerarse el manual populista puertorriqueño: “Después que yo tenga uno que responda completamente a mí, yo sé que puedo manipular esa subasta. Le puedo dar la información que el contratista y yo hemos acordado y se hace la subasta”, narró El Cano ante el asombro de muchos.
Es más que evidente que la política en Puerto Rico está contaminada de una corrupción sistémica. Sin embargo, cada vez que aparece un nuevo caso, nos volvemos a asombrar como si no fuera la norma, lo esperable, lo anticipable.
Si algo bueno tiene el pasado es que ya sabemos lo que ocurrió, cómo ocurrió y por qué ocurrió. El pasado, además, es un predictor infalible del futuro. Lo que pasó se va a volver a repetir, a menos que ejecutemos acciones proactivas y eficientes para evitarlo.
Una sociedad que aprende de sus propios errores, en lugar de asombrarse, lo que debe hacer es desconfiar siempre y a priori. Lo que tiene que hacer es establecer sin demora alguna la limpieza de la administración pública de corruptos a través de los mecanismos democráticos.
La casta política puertorriqueña, en su esencia y sin importar ideología o partido, es eminentemente populista. Y los populistas son corruptos por definición y muy peligrosos.
El populismo no es una ideología. Es un conjunto de tácticas de manipulación que se utilizan para llegar y mantener el poder. En Puerto Rico el primer político que introdujo con maestría este cuerpo de estrategias fue Luis Muñoz Rivera. En 1896, bajo el eslogan “Puerto Rico sabe morir”, ideó y ejecutó la primera campaña populista, cuyo objetivo fue disolver el Partido Autonomista al cual pertenecía. Muñoz Rivera tuvo herederos intelectuales. Tanto así que, en el siglo XXI podemos decir que todos los políticos, de todos los partidos y de todas las ideologías, son populistas de manual.
Es imperativo que los identifiquemos y los saquemos, de una buena vez, de nuestro escenario político.
¿Cómo los identificamos?
- En sus discursos suelen referirse con frecuencia al “pueblo” como si de una esencia supraindividual se tratara. El líder populista y el “pueblo” constituyen un binomio sin fisuras.
Ellos (y solo ellos) saben lo que es mejor para el “pueblo”.
- Necesitan enemigos, no oposición legítima. Redirigen la culpa hacia el adversario mientras se autorrepresentan como la víctima de una batalla cósmica entre el bien y el mal. En esa batalla todo es blanco o negro, no hay grises. Buenos contra malos, “nosotros” contra “ellos”.
- Les encantan los presupuestos inflados. Es la única forma en que pueden comprar favores clientelares y enriquecerse.
- Apelan siempre al dogma y a consignas pegajosas que narcotizan al público. Controlan a las masas desde las emociones (falso patriotismo, rabia, odio), nunca desde la argumentación racional.
- Prometen lo que saben que no van a cumplir. Dicen lo que creen que las masas quieren escuchar con el único objetivo de ganar votos y llegar al poder.
“La casta política puertorriqueña, sin importar ideología o partido, es populista. Y los populistas son corruptos por definición y muy peligrosos”