Nuestra autodeterminación no es viable
Para un pueblo ejercer su derecho a la autodeterminación es imprescindible que se autoestime. Pero los puertorriqueños hemos menospreciado nuestra capacidad. Vivir con la mano extendida por siglos aparenta haber esculpido en nuestra genética social que la dependencia es una forma cómoda de existir y de buena gobernanza.
Así pues, descansamos nuestro futuro sobre un embuste. De que realmente manejamos tres principios ideológicos con sus filosofías sociales como proyectos de futuro: autonomismo, estadidad e independencia, cada cual con enredaderas internas—autonomismo, dentro o fuera de la Cláusula Territorial; estadidad, con asimilación o jíbara; república, independiente o asociada—.
Pues, ¡falso! Hemos un solo movimiento político con una filosofía. El “dependientismo”. Esa es la verdadera razón de ser de cada bandera y el incentivo electoral de cada cual. Y resulta agobiante cómo el argumento primario de cada partido y sus candidatos es la competencia numérica por las remesas federales.
Tal vez lo que ahora relato obligue a una reflexión sobre nosotros.
Desde que nos cedieron a Estados Unidos, solo dos puertorriqueños han intentado, con acción e intención evidente, sacudir el espíritu temeroso que desvalora nuestra capacidad como nacionalidad. Aunque ahora ellos son demonizados -¿requisito intelectual de la política moderna?
Me refiero a Pedro Albizu Campos y a Luis Muñoz Marín. El primero, liderando desde la “ilegitimidad”, o desde afuera. El segundo, con el estado formal, o desde adentro. Ambos riñendo entre sí, con el nacionalismo albizuista intentando liquidar a Muñoz y el muñocismo intentando vaporizar al nacionalismo albizuista.
Albizu organizó una revolución armada contra Estados Unidos consciente de la derrota, pero con el fin de perdurar un principio. Muñoz utilizó los recursos de Estados Unidos para fijar una nacionalidad a tono con las realidades geopolíticas inamovibles.
Coincidían en confiar en la valía del puertorriqueño. “El nacionalismo es la patria organizada para el rescate de la soberanía”, planteaba Albizu. “Yo no soy la fuerza, Tú eres la fuerza”, planteaba Muñoz al pueblo.
Albizu rechazaba enérgicamente la presencia estadounidense, mientras Muñoz aprovechaba esa inevitabilidad e intentaba “usurparla” para destetar eventualmente al puertorriqueño, capitalizando, educando, con planificación ordenada y martillando que no éramos un “reguerete de gente”. Ambos exigían un país nosotrista, y no yoísta. Se les disolvieron sus ambiciones. La “liberación por las armas” sucumbió por la fuerza del poder. El “autonomismo culminado” sucumbió ante el dolarismo que despertó el gen de la mano extendida. Albizu terminó sus días desconectado, involuntariamente, de nuestra realidad. Pero Muñoz conoció y sufrió su impotencia política, con tristeza reflejada en el famoso óleo de Rodón.
Seguimos, y seguiremos, viviendo de Washington. Acostumbrados a gobiernos quebrados y sujetos a la corrupción, tanto monetaria como ética, y con la mitad de nuestra gente en pobreza permanente como accesorio invisible. Razones para que nos gobierne una Junta importada, pero que responde a los intereses de quienes, en contubernio con los de aquí, nos vaciaron de riqueza, estimulados y protegidos por los Don Corleone financieros. A lo que “la calle” responde: “So what?”
Así pues, “seguridad”, “igualdad”, “autonomía fiscal”, “derechos” y tantos etcéteras en neón multicolor, son palabras sustitutas para “dependientismo”.
Seamos honestos. De una y por todas descartemos las patrañas semánticas y los ganchos electorales y admitamos—vergonzosamente, por eso de moralizar un poco, si se puede— que lo que de verdad decimos con toda esa verborrea es que “sin los billetes washingtonianos, no valemos”.
¡Y exigimos autodeterminación! ¡Guau!
Seamos honestos. De una y por todas descartemos las patrañas semánticas y admitamos—vergonzosamente— que lo que de verdad decimos con toda esa verborrea es que ‘sin los billetes washingtonianos, no valemos’”