La Semana Santa y la corrupción
En nuestro país atravesamos una crisis que descansa sobre diversos situaciones originadas y perpetradas en el ámbito gubernamental. Entre estas sobresale la práctica de la corrupción, evidenciada como una constante entre personas en quienes el pueblo ha depositado su confianza y asignado a ocupar puestos de poder para servirle. La malversación de fondos públicos, la apropiación personal de dinero destinado a resolver problemas colectivos, la exclusión de quienes no pertenecen a su partido, la utilización de trabajadores de sus oficinas como recipientes de fondos que deben devolverle a su jefes o jefas, las pagas de contratos a sobreprecio generando ganancias que luego se comparten con los funcionarios, en fin, la apropiación ilícita de las riquezas del pueblo para beneficio personal.
Estos comportamientos se nutren y desarrollan porque a quienes así operan se les ha permitido permanecer impunes, alimentando la creencia de que el crimen a este nivel paga. Sin embargo, el precio colectivo que pagamos como pueblo es monumental. La corrupción aumenta la desigualdad social y la pobreza, además de generar desconfianza en el pueblo, y al premiar la deshonestidad, la codicia, el hurto y el individualismo, los fomenta.
O sea, que la corrupción nos va destruyendo al país a nivel moral, físico, emocional y espiritual.
La corrupción, hoy como ayer, descansa sobre los pilares del abuso del poder, la arrogancia y la avaricia. El abuso del poder ha sido condenado desde tiempos bíblico. El profeta Miqueas, en su momento, amonestó a quienes hacían mal uso del poder con las siguientes palabras:
“¡Ay de aquellos que aun en sus sueños siguen planeando maldades, y que al llegar el día las llevan a cabo porque tienen el poder en sus manos! Codician terrenos, y se apoderan de ellos; codician casas, y las roban. Oprimen a los hombres y a sus familias y propiedades.” (Miqueas 2:1-2).
Mas adelante les habla directamente a los gobernantes, diciéndoles: “… ¿Acaso no les corresponde a ustedes saber lo que es la justicia? En cambio, odian el bien y aman el mal; despellejan a mi pueblo y le dejan los huesos pelados. Se comen vivo a mi pueblo, le arrancan la piel y le rompen los huesos, lo tratan como si fuera carne para la olla.” (Miqueas 3:1-3)
La arrogancia estriba en considerarse más importantes que nadie y que a los demás les toca satisfacer sus aspiraciones mezquinas. Conlleva el menosprecio de los demás, conduciendo al maltrato y a la humillación. La visión de mundo de tales personas es sumamente estrecha, basada en el atropello y carente de los valores necesarios para fomentar el servicio y la sana convivencia.
La avaricia, ambición desmedida de obtener ganancias y riquezas sin consideración a las necesidades de los demás, no tiene cabida en las esferas gubernamentales, entre quienes han sido nombrados para servir. Sin servidores públicos el país se nos convierte en una casa de ladrones, lo cual tiene que ser repudiado por todas y todos. Lo que se roban no son excedentes. El pillaje va dirigido a afectar adversamente a la niñez, la educación, las comunidades, las viviendas y la salud pública, entre otros renglones. Cada acto de injusticia perpetrado a través de la corrupción constituye una sentencia de muerte para nuestra gente, víctima de un sistema que les ignora y perjudica.
Los corruptos, asistidos y acompañados por quienes estando en puestos con poder para detenerlos, consienten y por quienes actúan con indiferencia frente a los actos delictivos, llevan a las personas más menesterosas camino al Calvario a ser crucificadas. En manera similar los que ostentaban el poder –social, político, económico, ideológico y religioso- crucificaron a aquel hombre llamado Jesús, quien, como el pueblo, ningún mal había hecho, pero quien combatió la corrupción al echar fuera del templo a los mercaderes y al confrontar a los fariseos por atropellar al pueblo, reclamar y propiciar privilegios para sí y proclamó como voluntad de Dios, la instauración de un nuevo orden justo, generador de vida.
Los corruptos, asistidos y acompañados por quienes estando en puestos con poder para detenerlos, consienten y por quienes actúan con indiferencia frente a los actos delictivos, llevan a las personas más menesterosas camino al Calvario a ser crucificadas”