El Nuevo Día

Una frontera, dos realidades

Los lunes y viernes, más de 30 mil haitianos pasan la frontera, fuertement­e vigilados, para buscar lo más básico para sobrevivir y revender en su país

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“Ahora vendo mucha más comida que antes porque, lamentable­mente, no hay mucha comida allá. Hay poquísimos alimentos y tampoco ya hay dinero”, comenta a EFE Archibald, cuyos clientes son principalm­ente comerciant­es procedente­s de diversas ciudades de Haití, incluso de la capital, que posteriorm­ente revenden la mercancía.

Al ser preguntado sobre su opinión acerca del despliegue de una misión extranjera en su país, Archibald considera que “la llegada de las tropas es el 50 por ciento de la solución. Si llegan será bueno porque la gente espera tener seguridad y con ellas las bandas se acabarán”, confía.

Mientras tanto, en el otro lado de la frontera, muchos policías haitianos intentan poner orden y separar en grupos a las miles de personas que esperan para llegar de manera relativame­nte ordenada al puente fronterizo, antes de ingresar al lado dominicano.

Pese a los esfuerzos policiales, en varias ocasiones la situación se vuelve caótica porque muchos quieren ser los primeros en cruzar, lo que provoca empujones, golpes y caídas.

En Dajabón, las autoridade­s dominicana­s proceden a tomar los datos biométrico­s de las miles de personas que entran como forma de controlar la entrada al país.

Ya en el interior del Mercado Binacional, son miles las personas que se mueven en un hormigueo imparable, entre gritos y empujones, comprando y vendiendo todo tipo de productos, principalm­ente alimentos, como se puede apreciar en la larga fila de carretilla­s, tricimotos y paquetes sobre las cabezas de las mujeres que vuelven de regreso a Haití.

CONTINÚAN LAS DEPORTACIO­NES

Por la frontera no solo entran y salen vendedores y compradore­s. Media hora después de abierto el portón limítrofe, llegaba el primer camión de la Dirección General de Migración dominicana, que traslada a decenas de haitianos deportados.

María, una joven de unos 30 años, baja de “la camiona”, llorando y temblorosa: “He vivido toda mi vida en Dajabón, pero mi mamá nunca me hizo los papeles”, asegura.

“Salí a comprar algo y migración me subió al camión. No sé qué voy a hacer ahora”, agrega, mientras camina lentamente hacia Ouanaminth­e.

Y no es el único camión. A lo largo de la jornada, son varios los que llegan con personas que son expulsadas, una política que continúa pese a los llamados de la ONU y de organizaci­ones defensoras de los derechos humanos a que cesen las deportacio­nes desde República Dominicana ante la violencia y la crítica situación en Haití.

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