La novela póstuma de García Márquez
Publicar o no publicar es la pregunta. ¿Cumplir los deseos del autor Gabriel García Márquez, quien dejó dicho que se destruyera la novela “En agosto nos vemos”, aparentemente la última en la que trabajó o hacer caso omiso de sus deseos y exponerlo -post mortema una posible disminución de su prestigio? Con esa disyuntiva se encontraron los herederos del gran escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura, quien murió en el 2014.
Su decisión fue publicar este libro que aparentemente había terminado, pero con el que, al parecer, no estaba satisfecho, o no del todo. Había razones de peso para publicarlo… y también para no hacerlo. Del lado afirmativo se podía aducir que no hacerlo dejaba a sus lectores, que se cuentan por millones, sin el beneficio de su último escrito (y a sus herederos sin una ganancia probablemente sustancial). Del otro lado, estaba la posibilidad de hacer desmerecer una obra admirable en su conjunto al publicar un texto que no estaba a la altura de los demás, como sucede en este caso.
Durante sus últimos años, García Márquez fue perdiendo, con su salud mental, su vitalidad creativa. Según varios testimonios, fue tornándose olvidadizo e incapaz de organizar los complejos proyectos novelísticos que tanta fama le dieran. Supo, con una intuición certera, que esta última obra no estaba a la par con su mejor producción.
Es cierto que no lo está, pero … ¡ojo!, el fracaso (o insuficiencia) de un novelista genial puede valer más que los esfuerzos supremos de uno mediocre. Y así sucede que “En agosto nos vemos” nos lleva a asomarnos -a través de una trama repetitiva, cuyas incidencias parecen forzadas, de unos personajes más bien esquemáticos y de una escritura carente de la antigua brillantez sostenida a la que nos tenía acostumbrados García Márquez-, a un tema poco usual en su obra, insinuado apenas en algunos textos anteriores sin que el novelista llegara a explorarlo a fondo: la sexualidad femenina. Esta novela gira enteramente sobre esa sexualidad, con sus súbitas e inesperadas manifestaciones, sus constricciones atávicas y asumidas, sus ilusiones inexplicables y sus más explicables desengaños y desilusiones.
Cuando una mujer casada con dos hijos casi adultos se impone la obligación de visitar cada año la tumba de su madre en una isla con acceso limitado desde la ciudad donde vive, la alteración periódica de su normalidad habitual le provee un espacio limitado de libertad personal. Ana Magdalena Bach, que así se llama la protagonista, le da rienda suelta -durante esas noches aisladas que se repiten cada año-, a su sexualidad iniciando aventuras espontáneas. Aprovecha las ocasiones que se le presentan fortuitamente y no solo cede, sino que busca el acercamiento de un hombre. El azar la guía, pero la acecha el miedo a las consecuencias posibles de sus acciones. Tal aparente contradicción se encuentra en el fondo de sus acciones, tan osadas como circunspectas. Esas acciones se inscriben dentro de una sorprendente revelación final que le confiere representatividad a la protagonista y a la novela, una significación que va más allá de lo que podría ser tan solo un cuento bien contado.
Descubrir -y explorar- los resquicios enigmáticos de la naturaleza humana ha sido siempre uno de los fuertes de la escritura de Gabriel García Márquez; lo sigue siendo aquí, aun considerando el esquematismo de la trama y su ritmo repetitivo en demasía. Faltan, sin embargo, la frondosidad alucinante de sus novelas anteriores y la complejidad de los personajes menores que en esta novela son más bien estereotipados, si no -en algunos casos- caricaturescos.
¿Hicieron bien los herederos de García Márquez en publicar “En agosto nos vemos”? Sí y no. Aunque la novela interesará al lector asiduo del colombiano, que encontrará aquí vestigios de su antigua brillantez verbal, no añade gran cosa a las ficciones que publicó en vida. Si está, además, dispuesto a pasar por alto las carencias patentes de esta escritura, contentándose con el remedo de sus antiguas proezas, bueno. Si la anterior admiración por el autor pesa demasiado, desmereciendo este intento final de igualar una trayectoria excepcional, malo.