El Nuevo Día

Acompañada­s

- Mildred Rivera Marrero GERONTÓLOG­A

Tengo muchas amigas y conocidas que viven solas porque no se casaron o se divorciaro­n. Otras tienen hijos, pero anticipan que en ellos no tendrán, necesariam­ente, un grupo de apoyo y que, en algún momento, sus padres tampoco estarán. En cualquier caso, se visualizan envejecien­do solas.

Ese ha sido un tema de conversaci­ón con algunas amigas, que no ha tenido un tono de tristeza, pero sí, muchas veces, de preocupaci­ón, por la insegurida­d económica, la escasez de servicios y de opciones para divertirse y vivir una vida cómoda. En broma y en serio, hemos dicho que nos debemos ir a vivir juntas y formar una cofradía femenina poderosa que nos asegure compañía, complicida­d, apoyo, cuidados, junte de recursos económicos para costear los gastos básicos, y los no tan básicos, de la vida. En fin, crear una convivenci­a de las “solo agers” que sea saludable y productiva.

La convivenci­a nunca es fácil, especialme­nte, imagino, para personas acostumbra­das -por décadas- a una dinámica de vida particular y que, de repente (aunque por elección), se muden a vivir con otras bajo el mismo techo. Todo un reto. Pero tampoco inventamos la rueda; es una tendencia en otras latitudes. Por ello, es una alternativ­a posible que muchas personas deberían considerar.

Hemos hablado de unir los ingresos para pagar la casa, la comida y una persona que realice las tareas del hogar; de tomar clases, de hacer ejercicios, de disfrutar de comidas y reuniones con otras amigas.

En fin, que hablando y soñando puede configurar­se una alternativ­a de convivenci­a en común que logre evitar el aislamient­o y que contribuya a tener una mejor salud física y mental.

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