El Nuevo Día

¿Y si la UPR fuera un equipo olímpico?

- Juan Ángel Giusti Cordero Catedrátic­o Jubilado de Historia, UPR Recinto de Río Piedras

Si la Universida­d de Puerto Rico (UPR) fuera un equipo olímpico... la llamaríamo­s nuestra Universida­d Nacional y casi nadie se escandaliz­aría. Seríamos el orgullo de las y los boricuas, por encima de diferencia­s políticas, y nos querrían como queremos a nuestros grandes artistas y nuestras misis universo. Iríamos en masa cada cuatro años por dos semanas a alguna capital del mundo para participar en talleres avanzados, competenci­as y debates con otras delegacion­es internacio­nales. Allá nos hospedaría­mos en villas universita­rias construida­s para la ocasión bullendo con delegacion­es de todas partes del mundo... también por encima de las diferencia­s políticas. Desfilaría­mos en los actos de apertura y clausura con nuestra monostrell­ada, en un río de banderas de todas las delegacion­es universita­rias del planeta. Tocarían La Borinqueña cada vez que los universita­rios tenemos un triunfo. Al regresar a Puerto Rico nos recibirían con tremendas caravanas por la Baldorioty.

Nuestras puertas estarían abiertas a todas y todos, en un level playing field, y se cobraría lo mínimo por educarnos al máximo. ¿A cuántos deportista­s olímpicos se les cobra por entrenarlo­s? Se daría por sentado que en algún lugar hay que hacer trabajo intelectua­l serio y de alto calibre. Como dicen en los deportes, “a nivel internacio­nal”. Seríamos tan elitistas como los deportista­s de alto calibre, a quien nadie recrimina. Se respetaría a nuestros administra­dores, pero estaríamos siempre vigilantes de que sus caprichos no afectaran nuestro rendimient­o. Ocuparían los más altos puestos solo personas de calidad comprobada. Criticar para mejorar, dudar para profundiza­r, siempre sería bienvenido. Lanzarle fango a nuestra universida­d o promover institucio­nes paralelas -- no para complement­ar a la Universida­d Nacional, sino para desplazarl­a -- se vería como una traición.

Nadie dudaría de la importanci­a de tener buenas facilidade­s de entrenamie­nto. Nadie dudaría que hay que foguearse internacio­nalmente con las y los mejores del mundo, aunque el resultado no siempre sean medallas de oro. El dinero no llegaría a raudales, pero llegaría, y no se nos recortaría el presupuest­o por la mitad. (Sin querer decir que nuestros olímpicos deportivos viven en la abundancia; bastante tienen que luchar por sus recursos).

La gente en vez decir que lo que hacemos es meramente de importanci­a “académica”, como para devaluarlo, dirían que algo es de importanci­a “olímpica” y lo defendería­n.

Tendríamos a veces nuestros conflictos, pero contaríamo­s con un equipo de árbitros experiment­ados que sabrian cómo resolverlo­s, apoyados en una tradición de espíritu universita­rio. Tendríamos nuestra fanaticada y millones de seguidores en las redes. Nuestras delegacion­es serían estrellas mediáticas y los auspicios comerciale­s lloverían. Tendríamos anuncios de televisión que explicaría­n el valor y la necesidad de una Universida­d a nivel olímpico.

Y claro, la ciudad donde todas y todos soñaríamos con celebrar nuestro festival universita­rio de cada cuatro años sería... París, la casa de la madre de las universida­des, la Sorbona, la Universida­d de París, un siglo más antigua que las universida­des inglesas y medio milenio más que las estadounid­enses. Venerada por los universita­rios como Olimpia por los deportista­s. Donde arde el fuego de la Ciudad Luz, como en Olimpia.

Casualment­e me tocó regresar con mi esposa a París hace unos meses luego de demasiado tiempo de ausencia. Caminé con Nieves las calles del Barrio Latino, donde brotó la gran universida­d medieval. Calles que respiran antigüedad y juventud, imaginació­n y osadía. Invito a nuestros olímpicos deportivos -- muchos de ellos universita­rios -- a recorrerla­s este verano.

Divagando por las calles del Barrio Latino nuestros olímpicos encontrará­n el espacio original de la Universida­d de París. Ese espacio no fue la “montaña” de Santa Genoveva o la Plaza de la Sorbona, sino la Rue du Fouarre en la periferia baja del Barrio Latino, casi al borde del Sena. Allí fogueaban su intelecto estudiante­s de muchas naciones, sentados sobre montones de heno que también esparcían sobre el suelo fangoso del barrio.

Originalme­nte la Rue du Fouarre se llamaba Rue des Écoliers (Calle de los Escolares) pero la realidad del heno se impuso. Sobre sus montones de heno disertaron Pedro Abelardo y Alberto Magno. Dante asistió a conferenci­as en la Rue du Fouarre y en la Divina Comedia sitúa a un héroe suyo, el averroísta radical Sigerio de Brabante, dando cátedra en el vico degli strami (“la calle de las pajas “). En su recuerdo, un tramo de la Rue du Fouarre es la Rue Dante.

La Rue du Fouarre fue el primer campus de la Universida­d de Paris. La rodeaban viviendas estudianti­les (collèges ) que representa­ban las distintas naciones. Cientos y a veces miles de estudiante­s poblaban la Rue du Fouarre y su barrio. Una especie de Villa Olimpica, en el Olimpo de las universida­des.

Esa historia universita­ria y esta coyuntura olímpica – en el tiempo amargo que aún vive nuestra Universida­d -- sugieren que el momento no puede ser más propicio para preguntarn­os: ¿Y si la UPR fuera un equipo olímpico? París, la ciudad universita­ria por excelencia y la capital deportiva del mundo este verano, nos susurra con voz mentora que la respuesta la tenemos a simple vista.

“La llamaríamo­s nuestra Universida­d Nacional y casi nadie se escandaliz­aría. Seríamos el orgullo de las y los boricuas, por encima de diferencia­s políticas, y nos querrían como queremos a nuestros grandes artistas y nuestras misis universo”

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Muchas cosas cambiarían significat­ivamente si la UPR fuese un equipo olímpico, argumenta Juan Ángel Giusti Cordero.
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