¿Y si la UPR fuera un equipo olímpico?
Si la Universidad de Puerto Rico (UPR) fuera un equipo olímpico... la llamaríamos nuestra Universidad Nacional y casi nadie se escandalizaría. Seríamos el orgullo de las y los boricuas, por encima de diferencias políticas, y nos querrían como queremos a nuestros grandes artistas y nuestras misis universo. Iríamos en masa cada cuatro años por dos semanas a alguna capital del mundo para participar en talleres avanzados, competencias y debates con otras delegaciones internacionales. Allá nos hospedaríamos en villas universitarias construidas para la ocasión bullendo con delegaciones de todas partes del mundo... también por encima de las diferencias políticas. Desfilaríamos en los actos de apertura y clausura con nuestra monostrellada, en un río de banderas de todas las delegaciones universitarias del planeta. Tocarían La Borinqueña cada vez que los universitarios tenemos un triunfo. Al regresar a Puerto Rico nos recibirían con tremendas caravanas por la Baldorioty.
Nuestras puertas estarían abiertas a todas y todos, en un level playing field, y se cobraría lo mínimo por educarnos al máximo. ¿A cuántos deportistas olímpicos se les cobra por entrenarlos? Se daría por sentado que en algún lugar hay que hacer trabajo intelectual serio y de alto calibre. Como dicen en los deportes, “a nivel internacional”. Seríamos tan elitistas como los deportistas de alto calibre, a quien nadie recrimina. Se respetaría a nuestros administradores, pero estaríamos siempre vigilantes de que sus caprichos no afectaran nuestro rendimiento. Ocuparían los más altos puestos solo personas de calidad comprobada. Criticar para mejorar, dudar para profundizar, siempre sería bienvenido. Lanzarle fango a nuestra universidad o promover instituciones paralelas -- no para complementar a la Universidad Nacional, sino para desplazarla -- se vería como una traición.
Nadie dudaría de la importancia de tener buenas facilidades de entrenamiento. Nadie dudaría que hay que foguearse internacionalmente con las y los mejores del mundo, aunque el resultado no siempre sean medallas de oro. El dinero no llegaría a raudales, pero llegaría, y no se nos recortaría el presupuesto por la mitad. (Sin querer decir que nuestros olímpicos deportivos viven en la abundancia; bastante tienen que luchar por sus recursos).
La gente en vez decir que lo que hacemos es meramente de importancia “académica”, como para devaluarlo, dirían que algo es de importancia “olímpica” y lo defenderían.
Tendríamos a veces nuestros conflictos, pero contaríamos con un equipo de árbitros experimentados que sabrian cómo resolverlos, apoyados en una tradición de espíritu universitario. Tendríamos nuestra fanaticada y millones de seguidores en las redes. Nuestras delegaciones serían estrellas mediáticas y los auspicios comerciales lloverían. Tendríamos anuncios de televisión que explicarían el valor y la necesidad de una Universidad a nivel olímpico.
Y claro, la ciudad donde todas y todos soñaríamos con celebrar nuestro festival universitario de cada cuatro años sería... París, la casa de la madre de las universidades, la Sorbona, la Universidad de París, un siglo más antigua que las universidades inglesas y medio milenio más que las estadounidenses. Venerada por los universitarios como Olimpia por los deportistas. Donde arde el fuego de la Ciudad Luz, como en Olimpia.
Casualmente me tocó regresar con mi esposa a París hace unos meses luego de demasiado tiempo de ausencia. Caminé con Nieves las calles del Barrio Latino, donde brotó la gran universidad medieval. Calles que respiran antigüedad y juventud, imaginación y osadía. Invito a nuestros olímpicos deportivos -- muchos de ellos universitarios -- a recorrerlas este verano.
Divagando por las calles del Barrio Latino nuestros olímpicos encontrarán el espacio original de la Universidad de París. Ese espacio no fue la “montaña” de Santa Genoveva o la Plaza de la Sorbona, sino la Rue du Fouarre en la periferia baja del Barrio Latino, casi al borde del Sena. Allí fogueaban su intelecto estudiantes de muchas naciones, sentados sobre montones de heno que también esparcían sobre el suelo fangoso del barrio.
Originalmente la Rue du Fouarre se llamaba Rue des Écoliers (Calle de los Escolares) pero la realidad del heno se impuso. Sobre sus montones de heno disertaron Pedro Abelardo y Alberto Magno. Dante asistió a conferencias en la Rue du Fouarre y en la Divina Comedia sitúa a un héroe suyo, el averroísta radical Sigerio de Brabante, dando cátedra en el vico degli strami (“la calle de las pajas “). En su recuerdo, un tramo de la Rue du Fouarre es la Rue Dante.
La Rue du Fouarre fue el primer campus de la Universidad de Paris. La rodeaban viviendas estudiantiles (collèges ) que representaban las distintas naciones. Cientos y a veces miles de estudiantes poblaban la Rue du Fouarre y su barrio. Una especie de Villa Olimpica, en el Olimpo de las universidades.
Esa historia universitaria y esta coyuntura olímpica – en el tiempo amargo que aún vive nuestra Universidad -- sugieren que el momento no puede ser más propicio para preguntarnos: ¿Y si la UPR fuera un equipo olímpico? París, la ciudad universitaria por excelencia y la capital deportiva del mundo este verano, nos susurra con voz mentora que la respuesta la tenemos a simple vista.
“La llamaríamos nuestra Universidad Nacional y casi nadie se escandalizaría. Seríamos el orgullo de las y los boricuas, por encima de diferencias políticas, y nos querrían como queremos a nuestros grandes artistas y nuestras misis universo”