El Nuevo Día

Una universida­d a oscuras

- Simonely Hidalgo Rodríguez Estudiante de Derecho, Universida­d de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras

El pasado 8 de abril, el hemisferio norte de las Américas se preparaba para contemplar un fenómeno solar cuya próxima ocurrencia, en los mismos espacios geográfico­s, no tomará lugar en, al menos, 350 años. Mientras tanto, en el histórico barrio Río Piedras de la Ciudad Capital, la comunidad de la Universida­d de Puerto Rico presenció, con una imagen sobria e inmutable, de forma repetitiva y sin que se tomen medidas correctiva­s, su eclipse total.

El Recinto de Río Piedras de la UPR sufrió, por tercer año académico consecutiv­o, una avería eléctrica que dejó a oscuras a todo el campus universita­rio. Décadas de ausencia de mantenimie­nto, recortes presupuest­arios y falta de un plan de rehabilita­ción y reemplazo, han ocasionado que la subestació­n eléctrica del Recinto colapse, preocupant­emente, cada año en el mes de abril.

Como consecuenc­ia, las clases del 8 de abril tuvieron que impartirse en línea, repentinam­ente, cuando muchos estudiante­s ya se habían trasladado desde sus pueblos hasta Río Piedras. Se tuvo que decretar un receso académico. Recién las autoridade­s han reportado que la avería se ha corregido.

Sin embargo, en el recinto principal de la UPR los apagones han ocurrido de forma recurrente y no fue hasta finales del año pasado que se aprobó un desembolso de alrededor de $10 millones para la reparación de la obsoleta subestació­n eléctrica del Recinto. Esto parecería ser una cantidad sustancial, sin embargo resulta alarmante, ya que se distancia de manera abrumadora del costo estimado de sobre $22 millones que informó el presidente, Luis A. Ferrao Delgado, hace apenas un año. A no ser que los proyectos de reconstruc­ción en la Universida­d de Puerto Rico estén protegidos, utópicamen­te, contra la inflación exponencia­l que enfrenta nuestra economía.

Las situacione­s antes esbozadas, más allá de tratarse de problemas eléctricos, repercuten en una crasa insegurida­d educativa en miles de estudiante­s puertorriq­ueños que decidieron confiar su futuro a la Universida­d de Puerto Rico.

Esto es tan solo una pequeña muestra de cómo la dejadez administra­tiva y la precaria situación fiscal de la UPR afectan la calidad educativa y la confiabili­dad del primer centro docente del país.

Le correspond­e a la Junta de Gobierno, y a las demás autoridade­s universita­rias, asegurar la modernizac­ión administra­tiva y fiscal de la UPR, para que el pueblo puertorriq­ueño pueda volver a confiar en nuestra institució­n. De continuar el rumbo actual, es necesario seguir denunciand­o lo que parece ser un fenómeno recurrente en la Universida­d, su eclipse total.

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