El Nuevo Día

Miremos a mamá con otros ojos: aceptemos sus sueños

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¡Mamá! Es una palabra muy sencilla de tan solo dos letras repetidas que, sin embargo, tiene un contenido gigantesco. Desde el primer día de llanto que nos sale al nacer hasta el último de ella al morir, después de habernos dado tantas cosas, lo pronunciam­os.

Mamá estuvo con todos nosotros cuando indefensos y desnudos llegamos al mundo. Nos alimentó, nos vistió, nos educó, se desveló en nuestras enfermedad­es, veló porque se cumplieran nuestros sueños, nos acompañó toda la vida y las que se fueron nos siguen cuidando desde la eternidad.

Lamentable­mente toda esa abnegación ha sido utilizada por algunos para crear sobre su figura una imagen a la que solo le pedimos sacrificio­s. Olvidamos muchas veces su humanidad, es decir, que ellas también lloran y sufren y que son mujeres con deseos y con sueños. Sueños que no han podido cumplir por causa de unas reglas sociales escritas y no escritas que las han hecho renunciar a tener un trabajo digno con igualdad, a soportar que otros decidan por ella y hasta han pretendido que renuncien a su libertad cuando se han dado cuenta de que son víctimas de los que quieren vivir de su dolor. El único camino que se les ha ofrecido en ese escenario es aguantar, porque hasta la salida puede conducirla­s hacia su muerte.

Pues no. Miremos a mamá con otros ojos. Porque ellas no han pedido ni pretenden pedir estar en nuestros altares por sus sacrificio­s, ni por su abnegación, sino por la aceptación de su humanidad, de sus sueños; ni que se les pague solo con mimos, regalos y alabanzas, sino reconocien­do su plena libertad para tomar sus propias decisiones.

Repitamos diez veces cada día, como se nos hacía repetir en la escuela: ¡Mamá te amo en tu plenitud!

¡Esa es la verdadera alabanza que mamá espera y merece para celebrar su día y todos los días de su vida!

Gabriel García Maya Cabo Rojo

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No suelo escribir de estos temas porque me causan tristeza. Pero cuando lo pienso bien, ninguna tristeza tiene que darme, sino al contrario.

Todos pasamos por el trago amargo de perder a nuestros padres, esa es la ley de la vida. Pero recienteme­nte me encontré con un amigo, quien tuvo una experienci­a religiosa, quien me aseguró que “la vida no termina, solo se transforma”.

Yo no he tenido ese tipo de experienci­as, pero por mi formación, creo que eso es así. Y la mejor prueba de ello es cuando me doy cuenta de todo lo que me dieron mi padre y mi madre: lecciones de vivir bien la vida, siendo honestos y trabajador­es, haciendo el bien y nunca el mal. Ellos viven en mí. La vida no termina.

Efrén Ruiz Ponce

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Un lector propone mirar a nuestras madres desde la aceptación de sus sueños y su humanidad.

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