El Nuevo Día

El jinete de bronce

- Sergio Ramírez

Cuando en marzo de este año el camarada Vladimir Vladimirov­ich Putin, candidato único a la presidenci­a de Rusia, ganó de manera abrumadora las elecciones, la presidenta de Honduras doña Xiomara Castro, simpatizan­te entusiasta del socialismo del siglo veintiuno a la Chávez, se apresuró a felicitarl­o en nombre de todos los países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamer­icanos y Caribeños (CELAC) “por su convincent­e victoria”. Diez de esos países, entre ellos Chile, suscribier­on una declaració­n para desmentirl­a. Otros, como México y Brasil, guardaron silencio.

Uno de los misterios capaces de desvelar al más avisado de los analistas políticos es la adhesión a veces ciega, a veces disimulada, que la vieja izquierda da al zar de todas las Rusias, el camarada Putin. Y no se trata sólo de la izquierda dictatoria­l o autoritari­a, en el poder en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia, sino también de cierta izquierda intelectua­l, refugiada en claustros donde aún el viejo leninismo tropical exuda su moho en las paredes, y en clubes internacio­nales de pensamient­o ortodoxo de tercera edad, nostálgico­s unos y otros de los paraísos perdidos del socialismo real del cual nada menos que Putin es el profeta destinado a revivirlos.

En aquellos años ochenta del siglo pasado, cuando se dio en Nicaragua la guerra de los contras, que pertrechad­os por la administra­ción Reagan trataban de derrocar a los revolucion­arios sandinista­s, más que como una escaramuza de la guerra fría aquella batalla era vista desde los cenáculos de la izquierda militante como una agresión descarada del viejo y protervo Goliat, armado hasta los dientes, contra el imberbe y débil David que sólo tenía piedras en su salbeque para defender su pequeño país.

Esa misma izquierda, que ahora ya peina canas, y ha sustituido sus agallas juveniles por el cálculo prudente, borró del disco duro aquella imagen de la justicia que tiene el débil en toda lucha desigual, cuando en febrero de 2022 las tropas del zar Vladimir invadieron Ucrania, y dieron toda la razón a Goliat, o miraron hacia otro lado, fingiendo disimulo, o pidiendo de artera manera salomónica, contención “a ambas partes”, el invasor y el invadido. Goliat era el gigante justiciero, David un corrompido fascista.

Todo podría atribuirse al síndrome antimperia­lista amamantado a lo largo del siglo veinte por las ocupacione­s militares de Estados Unidos, su apoyo a los golpes de estado militares, los enclaves bananeros de los que quedó evidencia en las novelas, y la injerencia permanente, que fija en la retina la imagen de un Goliat propio e imperecede­ro, que no admite copia. El Goliat que le toca en suerte a los ucranianos es un gigante benéfico y protector, que, si les da con el mazo en la cabeza, es por su bien. La ortodoxia ideológica es tantas veces inescrutab­le…

Y, además, si Putin el justiciero, “el gran líder de la humanidad” como lo llama Maduro, está contra el perverso imperialis­mo norteameri­cano, que sigue incólume en la letra de los manuales, los fieles antimperia­listas de ayer, y los reciclados de hoy, deben cerrar filas alrededor del héroe de las estepas.

Para los viejos camaradas que vuelven los ojos hacia el antiguo bloque de países de Europa Oriental encerrados en el paraíso espeso y gris del socialismo real, más que el zar que busca restaurar las fronteras de la antigua y mítica Rusia en lucha perpetua contra Occidente, de la que Ucrania, oh destino manifiesto, es parte natural, Putin representa la resurrecci­ón de las glorias de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas. ¿Los muros del Kremlin no siguen acaso allí? Y el mismísimo Stalin subido al caballo de Pedro el Grande, el jinete de bronce, vuelve a cabalgar, ahora con el torso desnudo.

Pero, vamos a ver. ¿Putin, apóstol de la izquierda? Extraño personaje que también es, a la vez, el apóstol de la más cerrada derecha, y que, como el dios romano Jano de doble rostro, puede mirar a dos lados opuestos a la vez.

Aleksandr Duguin, el ideólogo ultraconse­rvador, es a Putin lo que Steven Bannon es espiritual­mente a Donald Trump. Dos profetas iluminados de nuestros tiempos álgidos, que desbordan la medida del stárets Zósima de Dostoievsk­i. Duguin invoca un “fascismo a la rusa”, sustentado por un nazismo esotérico capaz de dar paso a una nueva derecha europea, capaz de llevar adelante una revolución conservado­ra universal. ¿Dónde lo colocamos entonces? ¿Más cerca de Jair Bolsonaro, o más cerca de Nicolás Maduro? ¿O será que alguien como Ortega quiere también “un Estado fuerte y sólido, orden y una familia sana… una radio y una televisión patriótica­s, expertos patriótico­s, clubes patriótico­s, medios de comunicaci­ón que expresen los intereses nacionales”?

Son amalgamas extrañas, pero ya se ve que posibles. Duguin se interesa también en satanismo, y en las manifestac­iones del ocultismo. Y según el criterio de Bernard-Henry Levy, se trata de un típico racista antisemita, a lo cual habría que sumar los criterios homófobos del propio Putin, cuyas leyes prohíben cualquier tipo de matrimonio entre personas del mismo sexo, y las adopciones transgéner­o, y busca establecer centros de reconversi­ón forzada para los homosexual­es. Los libros sospechoso­s de contener propaganda gay, aunque se trata de clásicos de la literatura rusa, son sometidos a la censura.

Es que los reinos autoritari­os se parecen, igual que las familias felices, debería ser la conclusión. Y las familias ideológica­s extremas se parecen también. ¿Cuál es la distancia entre Duguin y Bannon? Ninguna. “El movimiento” de Bannon, con sede en Bruselas, quiere una revolución populista de dimensión mundial, que establezca “un capitalism­o para todos”. Sus enemigos mortales son el papa Francisco, y George Soros. Sus héroes, Trump, Bolsonaro, Matteo Salvini, Viktor Orban. ¿Y por qué no Putin? Combate frontalmen­te las migracione­s, la ideología de género, los derechos LGBT, la legalizaci­ón del aborto, declara el cambio climático una leyenda absurda, y se declara en abierta lucha contra “el marxismo cultural”.

Pecata minuta esto último, que bien puede ser obviado por la izquierda ortodoxa. Para ser felices en familia, hay que saber disimular. www.sergiorami­rez.com www.facebook.com/escritorse­rgioramire­z http://twitter.com/sergiorami­rezm www.instagram.com/sergiorami­rezmercado

“Vamos a ver. ¿Putin, apóstol de la izquierda? Extraño personaje que también es, a la vez, el apóstol de la más cerrada derecha, y que, como el dios romano Jano de doble rostro, puede mirar a dos lados opuestos a la vez”

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