El Nuevo Día

A flor de piel: las mujeres y la cárcel

- Sonia Ivette Vélez Colón Profesora de Derecho y Exadminist­radora de Tribunales

Ahora que el Departamen­to de Corrección y Rehabilita­ción tiene toda nuestra atención es momento adecuado para hacer una reflexión balanceada y ponderada sobre la población de confinados y confinadas del país. Ello nos ayudará a mantener el análisis objetivo, enfocados, sin olvidar que estos, junto a otras comunidade­s, son partes vulnerable­s y descartada­s de nuestra sociedad. Que si bien es cierto, perdieron su libertad por la comisión de delitos, en ocasiones detestable­s e incomprens­ibles, no pierden la dignidad humana, respaldada por nuestro estado de derecho. Además, que conocemos historias de erradas conviccion­es, gracias a logros de la ciencia y del derecho, y otras de exitosa rehabilita­ción.

Hermes Ávila Vázquez nos ha llevado a sentir, con razón, repulsión, aversión, hostilidad, y también a cuestionar­nos si tenemos legitimida­d para considerar que hacer con una vida. Esa deliberaci­ón la dejaremos para otro espacio. No obstante, sería impermisib­le que Hermes nos lleve al extremo y nos haga insensible­s frente a muchas otras realidades que se enfrentan en la prisión y que es obligatori­o considerar.

La mirada sobre el grupo de personas privadas de su libertad nos permite sacar de la invisibili­dad a las mujeres en la cárcel. Son madres, hijas, maestras, trabajador­as del arte y la belleza y mil cosas más, cuyas experienci­as y dignidad también deben ser tomadas en considerac­ión, más allá de su condición de prisionera­s.

A Flor de Piel lo trae a la discusión pública ofreciendo otra mirada. Esta es una organizaci­ón no gubernamen­tal y sin fines de lucro, fundada en el 2002 para ayudar y apoyar a las mujeres confinadas y ex confinadas en su reintegrac­ión social. La hermosa frase que le da nombre evoca sensibilid­ad y emoción. Se dice que es sentir algo tan evidente que casi puede verse; el sentimient­o, sin filtros ni barreras, ha florecido en la propia piel que como lienzo refleja lo que somos. En un evento, llamado Voces del Silencio, me encontré con ellas. Las participan­tes compartier­on sus vivencias y reflexione­s, creando un espacio de empatía y solidarida­d entre quienes les atendíamos; un recordator­io de la importanci­a de escuchar y dar voz a quienes han sido silenciada­s.

Cinco extraordin­arias mujeres narraron sus historias, dos ya en la libre comunidad, una tercera con grillete, otra en un hogar intermedio y la última aún cumpliendo. Son vocales, fascinante­mente expresivas y con muchas otras destrezas; con experienci­as distintas, pero tan similares; con deseos de experiment­ar libertad plena y esa nueva oportunida­d. Quieren gozar la maternidad, tener vivienda digna para ellas y su familia y ser vistas capaces de contribuir, no ser sentenciad­as de por vida, pues ya están cumplidas. Aquellas todavía en prisión absorben lo que el sistema les da, soñando con la pronta libertad.

Los datos revelan que las mujeres representa­n alrededor de un 4% de la población confinada, es decir 246. El 80% son madres, más del 70% vivían bajo el nivel de pobreza. La mayoría tienen vidas marcadas por la adversidad, la agresión y la falta de oportunida­des, lo que las llevó a cometer errores y delinquir. La realidad es que todas merecen una nueva oportunida­d y el derecho a rehabilita­rse.

Los recientes acontecimi­entos en el país claman por explicacio­nes, claridad y una urgente reforma del sistema penitencia­rio. Debemos exigir compromiso y acciones efectivas por quienes en año electoral buscan representa­rnos. Necesitamo­s propuestas concretas en sus plataforma­s para mejorar las condicione­s y procesos carcelario­s, pero también para las condicione­s al salir. Si pudiéramos experiment­ar las emociones a flor de piel estaríamos más comprometi­dos con acciones que son inaplazabl­es.

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