Estados Unidos ante el espejo de 1860
Amediados del siglo 19, en Estados Unidos existía una división fundamental entre la pudiente economía industrial del norte y la agraria del sur: la ideología supremacista racial que hacía de la esclavitud el eje económico de lo que pronto serían los estados confederados. Clara consecuencia de esa división fue la creación en el 1854 del Partido Republicano en respuesta a legislación federal que permitía la expansión potencial de la esclavitud a los nuevos territorios del oeste.
La elección del 1860 posicionó a la nación estadounidense al borde un cambio político drástico. Hasta ese entonces, los sureños habían tenido posesión de la presidencia dos terceras partes del tiempo desde el 1789, habían ejercido pleno control de la rama legislativa y rutinariamente contaban con mayoría de jueces en el Tribunal Supremo. La victoria de Abraham Lincoln implicaba la pérdida de la influencia política que había beneficiado a los hacendados sureños desde el comienzo de la república. Solo tres meses después de la elección, siete estados sureños ya habían secesionado.
Mucho han intentado hacer algunos revisionistas históricos para maquillar la raíz de la Guerra Civil que cubrió de sangre a los Estados Unidos por poco más de 4 años, pero la verdad es ineludible. Según expresó en marzo de 1861 Alexander H. Stephens, vicepresidente de la Confederación: “Nuestro nuevo gobierno se funda en la idea opuesta a que las razas son iguales; sus fundaciones se cimientan, su piedra angular descansa, en la gran verdad de que el negro no es igual al blanco y que su esclavitud subordinada a la raza superior es condición natural y normal”.
La Confederación habrá perdido la guerra, pero la ideología racista que permeaba su razón de ser nunca fue derrotada. El racismo sureño supo esconderse en plena luz del día y logró mantener gran influencia en las contiendas políticas bajo la línea Mason-Dixon. Su motivo fue romantizado como “causa perdida” en libros, películas y universidades; sus líderes golpistas inmortalizados como héroes. Su violencia continuó de seguido con la fundación del Ku Klux Klan por parte de veteranos confederados guiados por el mismo Nathan Bedford Forrest que fue general de la Confederación, y cuya estatua “engalanó” un parque público de la ciudad de Memphis, Tennessee, desde el 1905 hasta el 2017. Peor aún, su política pública se mantuvo vigente y ganando adeptos gracias a las leyes de segregación que sus legisladores aprobaron.
Brincando al presente, esos mismos que “perdieron” en aquella ocasión conocen que no serán mayoría racial a partir del año 2044. También conocen la pérdida de poder económico que han venido sufriendo desde que los Estados Unidos se lanzó de lleno a la globalización de su economía, echando por la borda millones de empleos de cuello azul que le daban vida a extensas regiones rurales. Al igual que en el 1860, la pérdida de privilegio del sector políticamente dominante se hace evidente.
Ante ese trasfondo, escuchar en estos días a Donald Trump expresando que en los Estados Unidos existe un “sentimiento antiblanco que no puede ser permitido” es preocupante. Este comentario matiza una serie de eventos recientes que apuntan, simultáneamente, al pasado no superado y a un futuro de conflicto. Pudieran abrirse nuevamente heridas que nunca supieron cicatrizar.
Mucho han intentado hacer algunos revisionistas históricos para maquillar la raíz de la Guerra Civil que cubrió de sangre a los Estados Unidos, pero la verdad es ineludible”