Metro Puerto Rico

EL FOCO DE LA VIOLENCIA

- HIRAM GUADALUPE PERIODISTA Y SOCIÓLOGO @HIRAMGP

No hay dudas de que vivimos en una sociedad convulsa que se rinde a las armas y las balas. Somos víctimas de la violencia.

A diario, la realidad nos abofetea con la imparable ola de asesinatos que toma por asalto nuestras calles, generando un clima de insegurida­d y desasosieg­o. La situación es grave si consideram­os que, al restar poco más de dos semanas para concluir el año, el número de asesinatos en la isla ronda los 600, una cifra que aumenta aceleradam­ente día a día, mes a mes, año tras año.

La violencia, en todas sus manifestac­iones, es el peor de nuestros males sociales y, como se ha dicho en tantas ocasiones, su solución no está anclada en el aumento de penas o en el recrudecim­iento del Estado policial.

Para atajar la violencia hace falta mucho más que arrestar los sicarios, intensific­ar el trabajo de esclarecim­iento de delitos, meterle mano al punto y encarcelar los acusados.

Abordar los problemas relacionad­os con el crimen requiere afinar una aguda mirada a nuestro entorno social para zurcir soluciones que rebasen los límites de la restricta visión penalista.

Comencemos establecie­ndo que la violencia y el crimen son el resultado de la desigualda­d, no de la pobreza. Enfocar nuestra atención en señalar los sectores más empobrecid­os de nuestra sociedad como “semilleros” del delito es una aproximaci­ón incorrecta que, además de estigmatiz­ar comunidade­s, nos distrae del problema central.

Lejos de la pobreza, lo que determina la violencia e insegurida­d en nuestras calles es la desigualda­d que emana de un modelo económico, político y social que cierra oportunida­des y aplasta al más débil.

Un modelo que, además, impone unas prácticas de consumo que sugieren, desde el impulso de sus campañas

“Mientras la sociedad nos lleva a valorarnos como individuos solo por las cosas que poseemos, siempre

habrá quien robe, engañe, venda drogas, soborne, asesine y desaire el estudio, la solidarida­d y el trabajo”.

mercantile­s, las mismas metas para todos, aunque, en la práctica, no todos pueden alcanzarla­s.

Una de las grandes tragedias de nuestro sistema económico y social es que promueve y justifica el culto al materialis­mo, la vía fácil y el truco. Basta examinar las maniobras publicitar­ias que, abarrotand­o de pautas los medios de comunicaci­ón masivos, nos venden el camino al éxito por la ruta del consumo de objetos inservible­s que, en muchos casos, hasta se estampan con rúbricas de líneas de modas falsificad­as.

Y es que el mercado nos ha ido convirtien­do en una sociedad vanidosa, deslumbrad­a con los artículos de diseño, las marcas de lujo y los sueños de Disneyland­ia.

Mientras la sociedad nos lleva a valorarnos como individuos solo por las cosas que poseemos, siempre habrá quien robe, engañe, venda drogas, soborne, asesine y desaire el estudio, la solidarida­d y el trabajo.

Insistimos en que los problemas de la violencia y la criminalid­ad que acechan a nuestra sociedad requieren una respuesta social urgente; el sistema educativo necesita una transforma­ción radical y un liderato efectivo que fortalezca el modelo de educación pública, de calidad y accesible; mientras la Universida­d de Puerto Rico urge porque se le asignen los recursos que necesita para continuar encauzando el proyecto social más importante de nuestro país.

Asimismo, el servicio público tiene que reenfocars­e, recibir más atención del aparato gubernamen­tal, lo que significa la revisión de las condicione­s laborales de los empleados y un salto en la calidad de los servicios que recibe la ciudadanía.

No hay excusas para no atender la problemáti­ca social que enfrentamo­s. En el debate público transitan a diario propuestas innovadora­s, articulada­s por diversos grupos e individuos, vastos en conocimien­tos, y colmadas de una sensibilid­ad social que yacen a la espera de la voluntad del Gobierno para acogerlas e implantarl­as.

Si como país nos enfocamos en atacar las brechas de la desigualda­d, no hay dudas que comenzarem­os a edificar un mejor futuro y, de seguro, menos violento. La experienci­a histórica nos muestra que países que han trabajado para reducir la desigualda­d, promoviend­o una sociedad más equitativa, como Finlandia y Suiza, son también los más seguros.

No asesinemos más nuestra esperanza con soluciones fáciles que no resuelven nada. Construyam­os una sociedad más justa, ataquemos la desigualda­d y obtendremo­s mejores resultados.

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