Confortablemente awdormecidos
Siempre es difícil mirar la historia inmediata con asertividad profunda. Solo el tiempo devela con claridad las profundas contradicciones que lleva el ser humano en su naturaleza, sus motivaciones, circunstancias particulares, efectos externos y demás elementos que afectan su conducta, decisiones y motivaciones. Así pasa también con los pueblos.
Puerto Rico ha enfrentado uno de los eventos más impactantes en su historia, la quiebra de su gobierno, corporaciones e instituciones en medio de un experimento colonialista fracasado. Mucha gente dice que Puerto Rico no está en quiebra, que quien está en quiebra es el gobierno: pues Puerto Rico tiene recursos naturales y humanos suficientes como para ser próspero. En principio estoy de acuerdo, pero sería ilusorio hacer un desdobles de nuestra existencia tan claro y tajante.
Los efectos de la quiebra económica del gobierno de Puerto Rico han sido paliados con un suero amorfinado de fondos federales que baja lentamente, gota a gota, calmando el dolor cuando se torna irresistible. Su fuente ha sido la desgracia, primero huracanada, luego tectónica y por último pandémica. Casi casi nos deja apretando el botón conectado al suero con desespero para de alguna manera desconectarnos de la realidad. A su vez, algunos piensan que nuestra solución inmediata está en que el próximo desastre nos ataque pronto para asegurar el suplido reconfortante del adormecedor billete verde.
Ni esos desastres naturales, ni los electroshocks de PROMESA, ni la corrupción gubernamental burda que lleva a confesos criminales corruptos por soborno gubernamental pulular entre partidos sin que se les sonroje la cara, ni la indiferencia y negligencia criminal craza en la ejecutoria gubernamental y otorgación de contratos de privatización, ni la negociación de nuestra deuda gubernamental de manera inoficiosa nos logra sacar del entumecimiento colectivo en el que vivimos a diario.
La quiebra de Puerto Rico no es sólo económica, es del alma. Es una alma desgastada por la erosión de la esperanza. Es un alma cansada de vagar dolida y que ha preferido vivir confortablemente adormecida en el tiempo.