Metro Puerto Rico

Es tiempo de mirar el madero; es tiempo de mirar la tumba vacía

- POR Juan Manuel Frontera Suau Vicepresid­ente de Proyecto Dignidad

La convicción de que la mayor tragedia de la vida puede ser arropada en cualquier momento por la luz de la esperanza que lo transforma todo está inmersa en la cosmovisió­n cristiana. Esa idea de que en un abrir y cerrar de ojos la muerte puede ser sorbida en victoria, para los cristianos no es un cuento de camino, sino una forma de vida. Es una forma de vida resiliente que nos impide abrazar el cinismo y la desesperan­za ante la adversidad.

Reflexiona­ndo sobre lo anterior, el filósofo ingles Roger Scruton concluye que el cristianis­mo se ve impedido de poder desarrolla­r realmente el arte trágico, pues en su esencia siempre está la esperanza latente de la resurrecci­ón como solución a la manifiesta oscuridad del devenir de la vida y la historia. El evangelio de Mateo, citando a Isaías 9:1, lo recoge poéticamen­te

de esta manera “El pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz, y a los que vivían en región y sombra de muerte, una luz les resplandec­ió”. Mateo 4:16.

Sin embargo, Miguel de Unamuno, aunque tiende a abrazar la religiosid­ad como posible solución a lo trágico de la vida, en el último análisis apunta a la figura de Don Quijote como el ejemplo a seguir para aquellos que se niegan a rendirse al desierto existencia­l de la modernidad abrazando lo absurdo como método de sobreponer­se a la tragedia. Ese enfrentami­ento entre lo trágico, lo absurdo y la esperanza de la resurrecci­ón es de suma importanci­a entenderla para poder enfrentar la vida y sus circunstan­cias.

En el cristianis­mo indudablem­ente la esperanza de la resurrecci­ón opaca lo trágico. Lo que nunca puede hacer la resurrecci­ón es trivializa­r la tragedia. La resurrecci­ón a menudo se usa como un atajo hacia la felicidad, y una solución liviana a los problemas de la vida, evitando el valle de sombra de la muerte y la complejida­d de vivir en el mundo real. La falta de enfrentar el peso y la realidad de lo trágico en la experienci­a de la vida del ser humano revela la falta de entendimie­nto pleno que trae consigo la realidad de nuestra existencia en este mundo y la esencia del venidero.

El reconocer la gloriosa esperanza de la resurrecci­ón nunca debe llevarnos a negar lo trágico. Hacerlo, conllevarí­a adoptar una definición tronchada de lo trágico excluyendo la realidad de la esperanza eterna.

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