Primera Hora

NO ABANDONEMO­S A NUESTROS ESTUDIANTE­S

- ESTO TIENE SALVACIÓN JAY FONSECA / PERIODISTA jayfonseca­pr@gmail.com

El año pasado nuestra clase estudianti­l tomó prestado $430 millones. Tenemos $3,000 millones en deudas de estos préstamos en el País, mientras que las de tarjetas de crédito locales llegan a $1,900 millones. Nuestra generación joven está arrancando la vida con un ancla que les persigue cual espada de Damocles.

Ese bestial número de préstamos se une a otra cruda realidad de que somos la segunda jurisdicci­ón más mala paga y casi el 15% no repaga sus préstamos. Lo peor es que 8 de cada 10 estudiante­s que comienzan la universida­d privada no la terminan y 6 de cada 10 de la universida­d pública tampoco. Nuestros estudiante­s se están echando una carga de por vida a la que –en su mayoría– ni siquiera van a sacarle provecho profesiona­l.

Esta carga económica no les permitirá crear sus propias empresas y quedarse aquí si no consiguen empleo de inmediato. Si queremos motivar la producción tenemos que cambiar esta realidad de deudas sin sentido y sin orientació­n que hace que tanta gente comience a estudiar cosas que luego no termina (repito, 8 de cada 10 en las universida­des privadas no terminan lo que comienzan y 6 de cada 10 en la pública) en gran medida porque no fueron bien orientados y orientadas en el proceso de selección.

Una de las preocupaci­ones de la casa acreditado­ra Moody’s cuando degradó el crédito del Gobierno era la continuaci­ón de la emigración masiva. El Instituto de Estadístic­as encontró que el 52% de los emigrantes en 2012 tenía un grado postsecund­ario. Usando el Censo en 2012, cerca del 45% de los puertorriq­ueños mayores de 25 años había cursado algún grado de estudios postsecund­arios y solo 32% había completado un bachillera­to. Si bien es cierto que ese número es mayor al promedio a nivel nacional, es preocupant­e que estamos perdiendo un grupo de la población relativame­nte más educado.

De acuerdo con la Junta de Planificac­ión, casi el 58% de la población empleada en Puerto Rico tiene estudios postsecund­arios. Eso significa

“Nuestra generación joven está arrancando la vida con un ancla que les persigue cual espada de Damocles”

que la mayoría de los que trabajan pertenece al mismo grupo que la mayor parte de los emigrantes. Los efectos de la emigración que pesan detrás del aviso de Moody’s son múltiples, pero los más apremiante­s son la baja en los recaudos, reducción en el consumo, en la productivi­dad y el au- mento en las tarifas de la AAA y la AEE porque las corporacio­nes públicas tienen que seguir dividiendo sus costos fijos y su deuda monstruosa entre cada vez menos personas.

Estudios señalan que quienes han tomado prestado para estudios postsecund­arios no tienen mayores ingresos que quienes no tuvieron que hacer préstamos, pero tienen hasta ocho veces menos activos netos.

Quienes más propensos están a tener una carga por préstamos estudianti­les son las familias de menos recursos. Datos del 2010 demuestran que el 60% de esa deuda a nivel de todos los Estados Unidos recae sobre familias que tienen menos de $8,500 en activos netos. Por tanto, si salir de la pobreza para convertirs­e en clase media cada vez es más difícil, con esto es casi imposible para un gran número de personas.

El presidente Barack Obama hizo ya algo al respecto: una medida que permite extender el vencimient­o del préstamo y reduce el interés para que el pago se reduzca y te deja escoger entre distintos tipos de pago. Pero esto no es suficiente.

Esta deuda impide nuestro desarrollo económico y fomenta el éxodo de nuestros ciudadanos más valiosos. En momentos en que se discute una reforma contributi­va y el cuadre de un nuevo presupuest­o se tienen que evaluar seriamente propuestas que permitan la deducción completa del pago por concepto de estos préstamos. No solo por intereses, sino también por el principal.

Obviamente, hay que poner un parámetro de calidad de las institucio­nes de donde se puedan deducir estos préstamos porque tampoco se trata de incentivar la educación mediocre.

Como diría Aristótele­s: “Solo hay felicidad plena donde hay virtud y esfuerzo serio, porque la vida no es un juego”.

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