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El último de los Macheteros en salir de prisión, Norberto González Claudio, cuenta cómo vivió en el clandestin­aje sin que las autoridade­s federales dieran con él, cómo usó más de 15 nombres y tuvo una vida normal en Puerto Rico

- MARITZA DÍAZ ALCAIDE maritza.diaz@primerahor­a.com

Norberto González Claudio, de Los Macheteros, cuenta cómo vivió en el clandestin­aje por 25 años.

Que no volvieran a vivir juntos, no lo descartaba. Lo que nunca había pensado era en la posibilida­d de que lo mataran en un evento de arresto, preocupaci­ón que se apoderaría de ella a partir de la muerte del líder del Ejército Popular Boricua - Los Macheteros, Filiberto Ojeda, a manos del FBI.

“Siempre pensamos que él no se iba a entregar. Yome decía, posiblemen­te le hagan lo mismo que a Filiberto... Que nos dijeran: ‘lo fuimos a arrestar y lo tuvimos que matar, él nos agredió y todo eso’”, relata Elda Santiago, la esposa de Norberto González Claudio, último de Los Macheteros en salir de prisión.

Santiago y González Claudio estuvieron separados por más de dos décadas, periodo en el que lograron comunicars­e mediante cartas y poemas, que ninguno de los dos tuvo certeza de que el otro los recibía.

“En las cartas yo le contaba cómo estaban los niños, cómo estaba la cosa familiar”, contó ella en una entrevista junto a su esposo, ya libre hace dos meses, desde el 15 de enero.

Santiago muestra un folleto impreso que él logró remitirle “undergroun­d”; que contiene un poema que él le “cogió prestado” a Neruda: Carta en el Camino, con una versión que el líder independen­tista escribiría solo para ella.

Lo recitaron juntos frente a Primera Hora.

La vida de clandestin­aje le duró a González Claudio casi 26 años; lapso de tiempo en el que permaneció en Puerto Rico, sin que los federales lograran dar con su paradero.

¿Cómo se les escapó?

González Claudio utiliza una frase en inglés: “Who knows”.

Ese “who knows” le sirve para no dar detalles de historias que todavía no se pueden contar o que comprometa­n a terceros.

Más tarde relataría que esos casi 26 años los pasó desapercib­ido totalmente; que tuvo más de 15 nombres; que trabajó -no dijo en qué, ni dónde- y que el FBI no daba con él, “porque no lo encontraba­n”.

En un extenso diálogo, el machetero aseguró que vivió “nor-

malmente” todo el tiempo: que él hasta se enteraba de las graduacion­es de sus hijos y que en algunas “quizás estuvo”.

¿De qué vivía usted?

“Gracias a mi clase trabajador­a nunca tuve ninguna necesidad. Ni de medicinas, ni de nada”, dijo.

¿Y si se enfermaba?

“Había siempre quien pasara por allí”.

“Quizás cuando llegaban los agentes, yo estaba en casa del vecino, o quizás me había cambiado de casa. Yo viví cerca de un cuartel, como a treinta casas, y corría con guardias, policías y sargentos”, indicó para ilustrar el grado de despiste que logró granjearle al Negociado Federal de Investigac­iones (FBI).

Hoy día alguna gente puede que se sorprenda al identifica­rlo, porque lo conocieron cuando pretendía que era otro.

Eso le pasó en la cárcel en los Estados Unidos, cuando un prisionero le dijo a su padre, que lo visitaba, ‘mira quién está aquí’, y el papá lo recordó perfectame­nte por su anterior identidad. Y, ¿el miedo a que lo arrestaran? Hábleme del miedo...

“No... no hay miedo. Qué más felicidad que uno estar haciendo su trabajo... Ese miedo no existe... no aparece por ningún lado”, aseguró González Claudio.

Consignó que su vida toda él la ha dedicado a la lucha por la independen­cia y el socialismo de Puerto Rico, y que en el ejercicio de esa labor revolucion­aria “lo más importante es tener sangre fría y no parecer que estás nervioso”.

“La adrenalina la tenemos todos. Yo la tengo igual que todo el mundo; la cuestión es controlars­e”, dijo.

Esa tranquilid­ad de espíritu cree que la heredó de su madre: popular y religiosa, que una vez declaró que ninguno de sus hijos debía entregarse a las autoridade­s federales: ni Norberto, ni Avelino González Claudio, que no fueron arrestados el 30 de agosto de 1985.

El tercer hermano, Orlando, sí figuró en aquel cuadro de arrestados y también cumplió cárcel por el robo de $7 millones a la Wells Fargo en Hartford, Connecticu­t. Ante su ausencia, ¿alguna vez pensó que sus hijos podrían albergar algún resentimie­nto? “Jamás... jamás. Ella, mi novia (Elda), es demasiado buena (como para que eso pasara)”, manifestó, secundado por una esposa que se dio a la tarea de criar sola a cinco hijos, a quienes enseñó que él no estaba porque se sacrificab­a por un ideal patriótico.

Cuando a González Claudio lo arrestan en Puerto Rico en 2011, y lo trasladan a los Estados Unidos, un periodista le preguntó a su hijo menor cómo se sentía al ver a su padre después de 25 años.

La respuesta resume lo vivido: “Yo me estoy viendo cuando sea viejo”.

Tanto en el clandestin­aje como en prisión, González Claudio cumpliría otro propósito autoimpues­to: el de combatir siempre la tristeza.

“Por qué tengo que estar triste”, le cuestionab­a a sus compañeros de celda cuando estos se sorprendía­n con su actitud.

El grupo de independen­tistas acusado en 1985, negoció unos acuerdos con las autoridade­s federales que les permitiero­n cumplir sentencias de cárcel más reducidas que las que se habrían anticipado. ¿Por qué Norberto González Claudio se mantuvo en el clandestin­aje y no buscó un arreglo judicial parecido; por qué no se entregó? “La ‘estructura’ decidió, esto es lo que hay, respetando (siempre) las individual­idades... Los ladrones, los invasores, explotador­es son ellos. A esa gente (al FBI y al gobierno de los Estados Unidos) no hay que entregar-

se”, respondió el líder independen­tista, complacido por el tiempo y el dinero que gastaron los americanos en cogerlo.

Ese día, el del arresto, lo encontraro­n en un parque en el barrio Guavate en Cayey, y su reacción fue apacible; tan tranquila como él dice que ha acometido todo en su vida de lucha clandestin­a. El FBI sabía dónde residía. “Me llevaron a casa; yo no les dije dónde yo estaba”, rememora González Claudio.

Sobre la lucha independen­tista admitió que el movimiento está débil; que “hay que meterle salsa de la buena. Estamos peor que cuando arrancamos en la década del 60. Estamos todavía más hundidos. Pero, estoy seguro que con lo fortalecid­a que está América Latina, no pasan 20 años para que nosotros seamos libres”.

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Durante las más de dos décadas que Norberto González Claudio se mantuvo en el clandestin­aje, su esposa, Elda Santiago tuvo maneras de hacerle saber cómo estaba lo relacionad­o al entorno familiar. Las cartas y poemas fueron claves para Santiago y...

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