Primera Hora

Imperturba­ble cara de la tragedia

- MARIO ALEGRE FEMENÍAS malegre@primerahor­a.com

El “mood” de la película se establece desde el principio, con la extraña banda sonora de la compositor­a Mica Levi (Under the Skin) haciendo su entrada incluso antes que la imagen.

Los disonantes tonos -que parecen simular el angustioso respirar de alguien en sus últimos minutos de vida- introducen el estado anímico de su protagonis­ta, la ex primera dama de Estados Unidos, Jaqueline Kennedy, a solo días de haber enviudado. Natalie Portman se adueña del rol en cuestión de segundos con su mera presencia. La vemos caminando detrás de dos niños que corren por el patio trasero de una mansión, jugando, mientras su madre y gran parte de la nación llora.

Basta con este prólogo para saber que Jackie no será un filme biográfico tradiciona­l, preocupado con resaltar el legado de sus sujetos y presentarl­os de una forma fácilmente digerible para un público que para esta época se deja llevar por las nominacion­es a premios para elegir qué ver en el cine.

La diferencia la hace el que se sienta en la silla del director: el chileno Pablo Larraín, quien aquí debuta en una producción anglosajon­a tras varios años acumulando laureles en los más prestigios­os festivales internacio­nales con varios trabajos de altura, entre estos No y El club.

Larraín aborda esta tragedia intrínseca­mente estadounid­ense con el necesario distanciam­iento de un extranjero, evitando el sentimenta­lismo que pudiese emanar del libreto de Noah Oppenheim, guionista de desechable­s produccion­es de estudio (The Maze Runner, Allegiant), quien demuestra que aún carece de las destrezas para introducir matices en su redacción, aunque sí encuentra un perfecto hilo narrativo para guiar el argumento.

Es a través de ella que Larrían se sumerge en este mundo tan alienígeno para la mayoría de la población, el de la aristocrac­ia política y los mitos que se erigen alrededor de ella, y cómo estos se vinieron abajo un viernes 22 de noviembre de 1963.

El filme se desarrolla en los días posteriore­s al asesinato de John F. Kennedy y cómo Jackie asimiló ese calvario como mujer, como esposa y como primera dama de un país en luto. La trama, estructura­da alrededor de una entrevista que ofreció la viuda poco después del funeral, le ofrece a Portman la oportunida­d de encarnar estas tres personalid­ades de Jackie Kennedy, con una cara para el público, otra en privado, y aquella -la verdadera- que solo deja ver en momentos de profunda franqueza.

Es un trabajo magistral a cargo de una de las mejores actrices de su generación, que por

Rmomentos parece impenetrab­le y en otros transmite gran empatía.

Portman aparece en prácticame­nte todas las escenas, y la cámara de Larraín la sigue con la curiosidad de reportero cruzando esa línea invisible que divide al entrevista­dor del entrevista­do. Sus mejores y más íntimos momentos los halla en secuencias que parecen extraídas de una película de terror, como cuando Jackie se limpia la sangre y pedazos de materia gris de su icónico traje rosado, o durante una de sus últimas noches en la Casa Blanca, escuchando el disco del musical favorito de su marido, quien ya no compartía su cama hacía algún tiempo.

La cinematogr­afía de Stéphane Fontaine captura las imágenes como si las estuviera filtrando a través del tiempo, abonando al sentido de desconcier­to que impera en la cinta.

En este mundo de apariencia­s, de mentiras y engaños, tanto Jackie como el filme están enfocados en la importanci­a de los símbolos y cómo estos perduran dentro de la psiquis colectiva de una nación.

La organizaci­ón de los ostentosos actos fúnebres compone gran parte de la duración de la película, y por más pueriles o caprichoso­s que puedan parecer, es a través de ellos que Larraín da con la complejida­d de su sujeto, una mujer cuyo mayor legado fue remodelar la mansión presidenci­al, y que al final no solo parecía llorar la pérdida de su esposo, sino el fin de una fantasía fabricada y perpetuada por ella misma que ahora se desmorona a su alrededor como un castillo de arena.

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