Yo le rompía los esquemas al viejo, pero lo hacía reír con mis ocurrencias”
“Hoy miro atrás y celebro los padres que la vida me ha dado. Mi familia, maestros y algunos compañeros de labores”
Jesús Cruz Torres, mi papá.
Hombre de estatura promedio, corpulento, trabajador y muy brillante. Papi era negro y conquistó a una canita con cintura “bombón” y ojos de color azul y verde aceituna. Era maestro de matemáticas y para muchos el mejor en toda la zona este.
El trabajo en la caña, la pobreza y el ejército lo hicieron tosco y en ocasiones malhumorado.
A Míster Cruz lo querían y lo respetaban todos en la escuela Ramón Power y Giralt de Las Piedras porque motivaba, escuchaba, instruía y ayudaba a sus estudiantes. ¿Su sueño? Dirigir la escuela a la que entregó su vida.
Hizo maestría en Educación Pública en el recinto de Cayey.
“Mira estas notas y aprende”, me dijo sonriente al terminar con promedio de .380. Siempre trabajó duro. Salía de la escuela a dar clases nocturnas en la Universidad del Turabo en Caguas.
Mi relación con él era especial. Mientras mi hermano heredaba la seriedad y madurez de mis padres, yo era el alegre, loquito, presenta’o y el musical de la familia. Le rompía los esquemas al viejo, pero lo hacía reír con mis ocurrencias. Calladito, me enrollaba las mangas cortas, abría los botones de la camisa y no usaba correa. Un día me sorprendió y me dijo delante de todos: “un hombre sin correa no es hombre”. Me hizo caminar tres millas a mi casa y volver a la escuela justo cuando sonó el timbre de la 3:00 de la tarde.
Otra vez me sorprendió cantando y un maestro de música le sugirió que tenía talento a lo que papi le contestó: “dedíquese a su clase que yo me dedico a criar a mi hijo”.
Papi no quería que pasáramos las vicisitudes que él pasó. Nunca dirigió su escuela por “politiquería”. Terminó en una escuela en Yabucoa, y en cuatro meses la convirtió en un modelo.
La tristeza y su salud lo llevaron a la muerte a los 42 años. Entonces, mami Lily asumió ambos roles. Con 41 años, poca instrucción escolar, frágil de salud y limitaciones económicas, enfrentaba un panorama totalmente desconocido y hostil.
Papi la sobreprotegió tanto que al salir de su casita de cristal se sintió perdida y desorientada. Muerta en espíritu y alma asumió lo mejor que pudo el espacio vacío. Mi hermano y yo la ayudábamos a administrar.
Yo era el rabo de mi papá y aprendí al dedillo a resolver y hacer diligencias. En nuestra familia siempre estuvieron mis padrinos, Juan Domínguez y Adelina Dávila Santiago, mi tía. Siempre estaban pendientes de mí y de mi hermano Orlando. Si me daban 10 pesitos, mi hermano recibía 10 también. Nito (ese es su apodo), era el consejero. Hombre delgado, pequeño, todo un galán y con una paciencia...
Cuando papi faltó mis padrinos hicieron labor de padres y nunca dejaron de estar pendientes de nosotros. Hoy ni mi madrina ni mi madre están, pero padrino Nito sí, rondando los 90 años, con su dulzura y fe de siempre. Ellos cumplieron fielmente su juramento y nos protegieron.
Hoy miro atrás y celebro los padres que la vida me ha dado. Mi familia, maestros y algunos compañeros de labores. He sido bendecido con su presencia todos los días del año.
Y me pregunto: ¿por qué nos acordarnos de lo padres, madres, abuelos y niños solo en una fecha? ¿Por qué nos limpia las culpas? ¿Para qué si los otros 364 días los abandonamos, nos estorban, no tenemos tiempo, dejamos de llamarlos y nos pesa cuidarlos?
Yo he fallado pues me dejé arrastrar y el trabajo me absorbió. Cercano el Día de los Padres agradezco al “Padre Mayor”, por mi papá, mi madre, mis padrinos, familia y maestros que estuvieron siempre presentes. A todos los padres bendiciones y felicidades los 365 días del año.