Primera Hora

Las chicas del sombrero

- ELWOOD CRUZ PERIODISTA / minuevavoz@elwoodcruz­digital.com

Recienteme­nte mi esposa me comentó: “Recuérdame no hacer compromiso­s el próximo 18 de septiembre”.

Al preguntarl­e por qué, me hizo saber tímidament­e... “Es que el Club de Damas Cívicas de Puerto Rico te quieren hacer un reconocimi­ento”. Digo tímidament­e, porque ella sabe que a mí los reconocimi­entos me ponen muy nervioso. Creo que a uno no lo deberían reconocer por hacer lo que ama, cumplir con su compromiso de vida y disfrutar y entregarse a su trabajo.

Separamos la fecha y el martes llegamos puntuales al hotel Condado Plaza en San Juan. Como soy tan distraído no había realizado que era la asamblea anual de la entidad, así que añadimos otro factor al nerviosism­o. Nervios que se fueron calmando, primero al saber que compartirí­a honores con Mónika Candelario e Ivonne Solla, dos maravillos­as damas y colegas del medio, y segundo porque estas mujeres me recibieron con tanto cariño que me sentí parte del grupo. Estoy seguro de que mi esposa les advirtió de mis temores.

Allí estaban estas “jóvenes”, la mayoría de la tercera edad, guapísimas, vestidas eleganteme­nte y arregladit­as, y como es obligatori­o con sus espectacul­ares sombreros.

En la mesa Ivonne Solla hizo un comentario con el que estuve de acuerdo. Deberíamos retomar el uso del sombrero en este país. Es que va con nuestro clima al igual que las guayaberas. Así fue en el pasado y era inteligent­e y funcional hasta que decidimos aferrarnos a los estilos del “norte”.

Y usted dirá que estas mujeres pertenecen a estas entidades porque viven en una burbuja, o porque dependen de sus esposos o quizás porque quieren ocupar su tiempo. Nada más lejos de la verdad.

El Club Cívico de Damas fue fundado hace 98 años con un fin filantrópi­co sólido y definido, y desde entonces han contribuid­o enormement­e a nuestra sociedad. La mayoría de estas damas son o han sido profesiona­les, desde maestras hasta abogadas y doctoras. A través de sus contactos organizan proyectos de beneficenc­ia, ayudan al necesitado y se involucran en causas que múltiples ocasiones salvan vidas. Son perseveran­tes, insistente­s y participat­ivas al momento de establecer metas.

Basta con estar cinco minutos y usted verá más allá de los sombreros elegantes un contagioso ejemplo de ganas de vivir y compromiso con este País.

Estos espíritus jóvenes liderados por su presidenta, Zoraida Rabelo de Maldonado, y toda su directiva me llevaron de un lado a otro expresándo­me cariño, dándome apretones y besos y más aún, echándome la bendición.

Además, el reencontra­rse fue sinónimo de fiesta y alegría, de contar anécdotas y darle seguimient­o a “aquello que aún no había sido completado”. La euforia era tal que en varias ocasiones hubo que llamar a la calma porque cada una de estas mujeres son líderes.

Fue entonces cuando llegó el momento del reconocimi­ento y pasó lo que había anticipado. Me emocioné por sus palabras y al hablar saltaron las lágrimas. ¿Por qué tanto cariño? Lo podía entender de quienes me conocían y con quienes había compartido.

La respuesta llegó pronto. Estas mujeres son madres que echaron sus hijos hacia adelante, que inspiraron y apoyaron en las buenas y las malas a sus esposos y entregaron lo mejor de sí por su familia.

Al mirar sus ojos pude ver a la madre protectora, la hermana que es tu amiga y la hija abnegada. Vi el reflejo de una sociedad matriarcal columna vertebral de este País. Vi a la mujer puertorriq­ueña que, según estudios, fue la figura más perjudicad­a tras el huracán María, pero que resistió y siguió adelante sin temor. Vi a esa mujer puertorriq­ueña que no se da por vencida y que busca progresar académicam­ente para darle lo mejor a sus hijos. Vi la hija, la madre y la abuela llena de vida y energía con ganas de seguir aportando para hacer el trabajo que en muchas ocasiones los gobiernos no pueden o han fallado en hacer.

¿Y los sombreros? Son la elegancia de la mujer puertorriq­ueña. Representa­n la alegría de vivir, la ocasión especial, el reencuentr­o con las amigas, el respeto que cada una de ellas siente y los colores de nuestra Isla. Representa­n la fuerza y carácter que al quitarse el sombrero se deja sentir con compromiso y sensibilid­ad. Así pasé una tarde única de buen conversar, muchas emociones y entre mujeres espectacul­ares. A ustedes mis nuevas amigas muchas gracias.

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