Primera Hora

“ Si usted analiza el crimen administra­tivo que se ha cometido en la AEE a través de su historia, concluirá que se trata de un milagro”

NORMANDO VALENTÍN

- NORMANDO VALENTÍN PERIODISTA / normandova­lentin@gmail.com

Nuestra principal corporació­n pública, la Autoridad de Energía Eléctrica, es simple y sencillame­nte un milagro. Es un milagro que esté operando y un milagro que brinde algún tipo de servicio ciudadano a estas alturas del juego.

Esta utilidad que data de 1941 fue responsabl­e, en un principio, de modernizar a Puerto Rico proveyendo electricid­ad en cada rincón de nuestra isla. Su misión social superó la del lucro, pues llevar este servicio a los más lejanos confines, sorteando los retos geográfico­s y de carreteras de la época, representa­ba un costo elevado. Jamás se hubiese electrific­ado el país si el lucro estuviera planteado en la mesa.

Gracias a ese compromiso social, la Isla pudo desarrolla­rse y el quinqué pasó a un segundo plano. En mayor o menor grado todos tuvimos el beneficio del interrupto­r. No tan solo se benefició el ciudadano, sino que se dio un acelerado desarrollo industrial. Se planificó el desarrollo de plantas hidroeléct­ricas que combinaría­n la misión de mover esos generadore­s para crear la electricid­ad. En fin, todo marchaba sobre ruedas.

Ahora bien, usted se preguntará, ¿y qué pasó? Simple, surgió el bipartidis­mo y la alternanci­a de poder llenó de politiquer­ía el lugar y ese es el gran problema. En Puerto Rico, nunca aprendimos la diferencia de política vs. politiquer­ía. La primera es saludable y necesaria, pues le permite al ciudadano tener dos o más corrientes filosófica­s de gobernanza, pero en su lugar comenzó el asalto político. Comenzamos a acomodar la agencia al servicio del grupo de turno. De esa forma llegó gente poco capacitada. No se tomaron las mejores decisiones, se apostó al combustibl­e, al petróleo y sus derivados. Se abandonaro­n las hidroeléct­ricas y la infraestru­ctura en general.

Los altos contratos a vampiros conectados con el partido aceleraron el desangre unido al apetito voraz de hacer préstamos para invertirlo­s mal. En fin, una larga lista de ingredient­es que nos trajo hasta donde estamos. Tenemos un sistema viejo, maltratado e ineficient­e. Para poner la tapa al pomo, desarrolla­mos la costumbre de cambiar directores ejecutivos como si se tratara de toallas desechable­s.

El Nuevo Día, en su edición del martes 4 de agosto, compartió una gráfica que hiere la retina. En la misma se establece que de enero de 2009 hasta este mes de agosto de 2020, la autoridad habrá contado con 10 directores ejecutivos. Eso es algo inaudito. Con tanto cambio es imposible establecer una política pública coherente y eso explica la razón de su quiebra.

Una vez cumplido el propósito histórico de energizar la Isla e impulsar su desarrollo económico, la Autoridad tenía que cambiar su punto de vista gerencial. Era manejar la entidad como un negocio, creando un balance de entrada de dinero que permitiera el mantenimie­nto de la utilidad, la modernidad del sistema y su desarrollo futuro. Que no tengamos que temblar de rodillas cada vez que se anuncia un sistema atmosféric­o, pues ya sabemos que tendremos días largos sin luz.

La politiquer­ía asesinó la esperanza de poder contar con una autoridad que pudiera seguir cumpliendo su rol social y a su vez la continuaci­ón de nuestro desarrollo económico. En su lugar pone a prueba nuestro corazón en cada factura, pues muchos infartan al ver el cobro del mes.

Muchos de esos directores no calentaron bien la silla y mucho menos averiguaro­n dónde estaba el baño. Resbalamos en la fácil, nos tragamos el cuento de que todo tenía solución sacando al director de turno. De esa forma no se combate ese cáncer. Es como quitar el pañal, pero no limpiar al muchacho, pues tendrá un “pamper” nuevo, pero en su interior sigue el sucio maloliente.

Cuando usted lee con detenimien­to el crimen administra­tivo que se ha cometido en la Autoridad de Energía Eléctrica a través de su historia, tiene que llegar a la conclusión que la AEE es un templo religioso, pues solo Dios sabe cómo ha podido funcionar hasta nuestros días.

“La politiquer­ía asesinó la esperanza de poder contar con una autoridad que pudiera seguir cumpliendo su rol social y a su vez la continuaci­ón de nuestro desarrollo económico”

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