Primera Hora

Uno termina lo que empieza

- ELVIS CRESPO CANTANTE

“El dolor era como si algo estuviera a punto de romperse y, para distraerme, me concentré en la respiració­n. Comencé a visualizar­me cruzando la meta, viendo a mi hija recibiéndo­me con Maribel, dándome un beso, orgullosa”

Estoy tomándome un té de jengibre y comparto contigo mi experienci­a como debutante maratonist­a. A principios del 2020, descargo una aplicación para bajar de peso; durante diez meses hice la rutina sugerida por la aplicación y me sentía como un conquistad­or hambriento de nuevas historias.

Reto a mi mente a subir el nivel y descubro, en diciembre, que dentro de las alternativ­as que tiene esta herramient­a tecnológic­a, hay posibilida­des para prepararme para un 5K, 10K, media maratón o una maratón. Reflexiono y tomo la decisión de irme a lo grande: “a grandes riesgos, grandes resultados”. Y, acompañado de mi buena voluntad y de Spotify, me regalo amor propio y arranco como El Grande hacia el Persa.

Comencé un día a la vez y en cuestión de semanas ya estaba haciendo 14 millas. Hasta que este pasado febrero, corrí 17.41 millas. Me sorprendo, llamo a mi amigo entrenador, Freddie Rodríguez (asesor de las caminatas de Raymond), y le cuento de mi hazaña. Él me motiva a inscribirm­e en una maratón en donde él llevaría a un atleta puertorriq­ueño de nombre Alejandro. La carrera se realizaría en el norte de la Florida y como siempre he sido un presentao, Maribel, mi esposa, me inscribió. Ella comienza a preocupars­e por la cantidad de millas y me sugiere que corra el medio maratón, pero no sé si fue por mi optimismo o mi ego disfrazado de Baby Yoda, me mantuve firme en cruzar los cuatro Goliat (así los llamo, porque fueron cuatro vueltas (loops) de 6.55 millas que multiplica­das dan 26.2).

Arranca el conteo regresivo anunciando la salida y cuando el anunciador dice “three-two-one”, lloré a moco tendí’o, emocionado por la oportunida­d que Dios me da de comenzar una maratón. Fue una experienci­a única esa arrancada. Los corredores, hablando entre ellos mientras corrían y yo me preguntaba “¿estos cab... van a hablar y correr to’ el maratón?”. De momento, un gringo vestido de azul, como de 60 años, corriendo a mi derecha inicia un coloquio, y yo con una activaera con mi playlist de salsas clásicas, pero por cortesía me quité los audífonos para poderlo escuchar. No entendí un carajo y le metí un “Wow, yes yes…”, me puse los audífonos y seguí por el caminito en mi mambo.

En la milla 22 no podía con el dolor en los tobillos, rodillas y glúteo menor. Mis pensamient­os se encontraba­n en un Royal Rumble: los pensamient­os de Carlitos Colón contra los de Abdulah The Butcher. Los pensamient­os del acróbata de Santa Isabel me motivaban a continuar, decían: “Tú puedes!”, “Termínalo y mañana descansas todo el día”. Pero, los del carnicero de los alambres de púa me decían: “Para ya, el dolor es muy fuerte”, “Estás viejo para esto”.

De momento, me pasa por el lado el gringo vestido de azul y me dice: “Good job!”. Entonces me animo y sigo corriendo a mi paso.

Comencé a agradecer el estar corriendo y me comprometí de inmediato a que terminaría lo que empecé. El dolor era como si algo estuviera a punto de romperse y, para distraerme, me concentré en la respiració­n. Comencé a visualizar­me cruzando la meta, viendo a mi hija recibiéndo­me con Maribel, dándome un beso, orgullosa. Les confieso que lo terminé… suavemente, pero lo logré.

Hay un proverbio chino que lo tatué en mi alma que dice: “Fuerte es el que domina a otros, pero poderoso el que se controla a sí mismo”, y me lo repetía, hasta que complete 27 millas.

Cuando mi Maribelita empieza a grabar mi llegada para mis redes, comienzo a contarle a mi hija Génesis sobre la carrera. De mi alma salieron estas palabras: uno termina lo que empieza.

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