Joaquim Coll Teresa Ribera, ecologismo antiecologista
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Mientras el mundo alcanzaba hace unos días la cifra de 8.000 millones de habitantes, la cumbre del clima celebrada en Egipto se saldaba con un acuerdo de mínimos, que es tanto como un fracaso, sin que a los grandes países contaminantes les alarmase mucho el récord de emisiones de CO2 con el que se cerrará 2022. El desafío al que se enfrenta la humanidad por el calentamiento global es enorme y nadie puede rehuir sus obligaciones ni excusarse en lo que no hace su vecino. Tampoco en España podemos hacernos trampas al solitario con la energía. En este sentido, el cierre gradual a partir de 2027 de las centrales nucleares que plantea el Gobierno es irresponsable. La energía atómica, que actualmente supone algo más del 20% de la producción eléctrica en España, no solo es limpia en emisiones de gases con efecto invernadero, sino que proporciona estabilidad a la red. Pues bien, el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (2021-2030) del Gobierno no solo plantea el cierre de las nucleares, sino que prevé aumentar en un 16% la producción eléctrica con gas natural, lo que incrementará inevitablemente las emisiones de CO2, por mucho que se multiplique también la energía eólica, fotovoltaica y solar termoeléctrica.
Como denuncia el ingeniero Alfredo García, conocido en redes sociales como @OperadorNuclear, en su nuevo libro Geoestrategia de la bombilla. Energía nuclear para un cielo limpio, es injustificable no prorrogar la vida útil de nuestras centrales nucleares, cuando pueden seguir funcionando con total seguridad durante bastantes más años. Y cerrarlas además a cambio de pagar un precio más caro por la energía y aumentar las emisiones de gases contaminantes. La Agencia Internacional de la Energía, si bien aplaude el esfuerzo gubernamental a favor de las renovables, también cuestiona esa estrategia, la cual, digámoslo claramente, responde a razones ideológicas, no científicas, y sitúa a España, junto a Alemania y Bélgica, como una excepción mundial. Somos uno de los pocos países donde predomina un ecologismo que antepone el viejo y caduco discurso antinuclear a la lucha prioritaria contra el cambio climático. El ecologismo de la vicepresidenta Teresa Ribera es antiecologista.
No obstante, en 2023 todavía hay una última oportunidad para rectificar, pues el plan de cierre de las nucleares pactado con las empresas propietarias (Endesa, Iberdrola y Naturgy) se debe revisar si no se cumplen algunos objetivos, entre ellos la garantía de suministro ante la variabilidad de las renovables (si falta viento, no hay suficiente sol o hay sequía). Por desgracia, 2023 es un mal año porque hay elecciones y aún hay quien piensa, sobre todo en la izquierda, que ser antinuclear da votos. Se equivoca. Ya no. ●
Escribo estas líneas a la vuelta de un paseo por el bosque, intentando recordar sus infinitos colores de otoño tamizados por una lluvia que por fin ha comenzado a caer con ganas inundándolo todo de nostalgia. El reloj se detiene viendo el rumiar pausado de una vaca que, al cabecear, marca el ritmo de la vida con el cencerro. La miras curioso y no ves nada más, no quieres pensar en nada más que en esa placidez perdida.
No hay duda. Uno de los lujos más inaccesibles y caros de nuestra sociedad es dedicar tiempo, mucho tiempo, a perder el tiempo. Porque el extraño placer de la contemplación está perseguido, se ve mal, es cosa de vagos, excentricidades de perroflauta. Pero en el fondo lo imaginamos con envidia. No hacer nada ¡Quién pudiera!
Me ha pasado estos días varias veces. Estamos rodando una serie documental sobre naturaleza en espacios increíbles, aunque siempre trabajamos con demasiadas prisas y premuras. Pero de repente hay un hueco en la agenda, hay que esperar algo o a alguien. Y surge el milagro cuando menos te lo esperas. Y nos vemos, no sabemos muy bien cómo ni por qué, sentados en una piedra, persiguiendo una nube, mirando hacia ninguna parte, callados, sin cobertura de móvil, escuchando esa poesía del silencio que nos abruma con tanta grandiosidad. Es una sensación placentera pero al mismo tiempo nos incomoda, no vaya a ser que llevemos demasiado tiempo perdiendo el tiempo.
Pasa volando indolente una corneja y su graznido desangelado es la señal de volver al ruido, a las prisas, al curro. Y nos dejamos llevar de nuevo por la vorágine del día a día, mientras, allá en el bosque, la vaca sigue rumiando su suerte, esa calma que hace mucho extinguimos de nuestras vidas. ●
El desafío al que se enfrenta la humanidad por el calentamiento global es enorme
La estrategia responde a razones ideológicas, no científicas, y sitúa a España como excepción
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