20 Minutos Madrid

JOSÉ HIERRO, UN POETA DE CALLE, BAR Y MUCHO AMOR

El periodista Jesús Marchamalo publica ‘Vida’, una biografía del autor con algunos documentos gráficos desconocid­os

- LUIS ALGORRI cultura@20minutos.es / @20m

José Hierro, el gran poeta santanderi­no –aunque nacido en Madrid– que recibió todos los premios de las letras españolas, llegó al mundo hace 100 años. Los homenajes y celebracio­nes han sido numerosos, pero pocos como este: un libro magníficam­ente editado con una amplia antología de su obra.

Una documentac­ión gráfica que apenas conocía nadie –manuscrito­s, fotos familiares– y, sobre todo, una excepciona­l biografía del escritor, elaborada por el periodista y también escritor Jesús Marchamalo. Eso es Vida. Biografía y antología de José Hierro (Nórdica Libros).

El libro llama la atención por una cosa: la biografía, que no llega a las 80 páginas, está escrita con muchísima informació­n, desde luego, pero sobre todo con una cercanía, un afecto y una complicida­d que hacen pensar al lector que entre el autor y el biografiad­o hubo un conocimien­to personal muy profundo. Una gran amistad.

«Pues no es así», sonríe, casi se lamenta, Jesús Marchamalo; «le conocí, desde luego. Trabajamos juntos en Radio Nacional de España, donde él estuvo muchos años. Pero no trabamos una verdadera amistad, sin duda por culpa mía. Yo era demasiado joven, como otros compañeros, y no fui capaz de comprender en toda su magnitud lo grande que era aquel señor calvo y todavía delgado que se presentaba cada día con su bigote y su impresiona­nte vozarrón».

«Cuando crecí y maduré sí me di cuenta de quién era aquel hombre con el que habíamos tenido el privilegio de compartir el trabajo. Eso fue después».

Es decir, que no le vio hacer el pino en el estudio. Porque ese es uno de los detalles sorprenden­tes de la biografía. «No, yo no le vi», se ríe Marchamalo, «pero otros compañeros sí, y bastantes veces. Era una de sus excentrici­dades, si se quiere llamar así. Pepe Hierro llegaba, saludaba a todos y, antes de empezar el programa, se metía en el estudio y se ponía cabeza abajo, a hacer el pino, como si fuese lo más normal del mundo. Luego se sentaba ante el micrófono y hala, tan tranquilo».

Hierro era una persona extraordin­ariamente complicada y eso salta a la vista en su biografía. Tenía una enorme sensibilid­ad, pero era todo lo contrario a un poeta evanescent­e encerrado en su torre de marfil.

Una de sus superstici­ones era no escribir jamás en casa, donde podría estar tranquilo; cogía la carpeta con las cuartillas y se iba a un bar, a un café, a ser posible ruidoso, como La Moderna, en la avenida Ciudad de Barcelona, de Madrid. Él lo llamaba «la oficina». Se sentaba en una mesa, pedía un chinchón seco –algo aguado, porque con el chinchón seco hay pocas bromas–, sacaba las cuartillas y se ponía a escribir, concentrad­o, como si estuviese en medio de una catedral. Así escribió muy buena parte de su obra.

Luego está el humor, mezclado casi siempre con una inmensa capacidad de amor. Era un hombre capaz de llamar «Nayagua» a la finca que se compró… por la sencilla razón de que no había agua y hubo que cavar un pozo de 25 metros hasta encontrarl­a. Y el amor… aparte de su esposa, María Ángeles Torres, los dos grandes amores de su vida fueron sus nietas, Paula y Tacha Romero. El libro reproduce dos documentos maravillos­os: dos postales que Hierro, el güelu (abuelo), como lo llamaban las niñas, les envió durante un viaje a Puerto Rico.

Esto escribió para Paula: «Te nombro, porque puedo y porque quiero, / emperatriz del reino de Bubura, / duquesa del espárrago triguero, / virreina de la canaricult­ura. Firma y fecha el abuelo que te escribe / en Puerto Rico, frente al mar Caribe».

Con esa misma caligrafía clara, primorosa, casi infantil, escribió Hierro un texto increíble, muy poco conocido, destinado a la RAE. El poeta, que fue el primer escritor que recibió el Príncipe de Asturias de las Letras (1981), que tenía el Cervantes, el Nacional, el de la Crítica y medio kilo de doctorados Honoris Causa, consintió en ser elegido miembro de la Academia en 1999, después de mucho resistirse porque estaba convencido de que él era un poeta de calle y que no tenía los sutiles conocimien­tos lingüístic­os que han de poseer los augustos académicos. Pero, como dice Marchamalo que dijo, «llega un momento en que la resistenci­a se convierte en una ordinariez».

No llegó a tomar posesión. El enfisema pulmonar se lo llevó antes de leer su discurso. Sí le dio tiempo, sin embargo, a escribir un texto asombroso dedicado a la letra del sillón que le correspond­ía: la G mayúscula. El Memorial de agravio de la letra G se reproduce entero en el libro, con todo su humor, todas sus tachaduras y su retranca: «Podían hacerme masón alado –la letra G es emblemátic­a de la Masonería, como Hierro demostró que sabía–, sierpe, pámpano

Jesús Marchamalo Nórdica Libros 250 páginas. 27,50 €

«Trabajamos juntos, pero no trabamos amistad. No fui capaz de comprender en toda su magnitud lo grande que era» JESÚS MARCHAMALO Escritor y periodista

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LAGOS Retrato fotográfic­o del escritor José Hierro (1922-2002).
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