«He visto morir a mucha gente, y la situación no ha cambiado estos años»
Relata su experiencia en el Mediterráneo con Médicos sin Fronteras Sus mayores reproches por falta de colaboración son hacia los Gobiernos de Italia y de Malta
Más de 25.000 personas han muerto en el Mediterráneo desde 2014 intentando alcanzar las costas europeas, una tragedia humanitaria que sigue lejos de remitir y que la asturiana Anabel Montes ha vivido en primera persona: lleva más de siete años rescatando inmigrantes en el Egeo y en la considerada como la ruta migratoria más mortífera del mundo, el Mediterráneo Central.
«Por desgracia he visto morir a mucha gente, a hombres, mujeres y también a demasiados niños. Y la situación no ha cambiado en todos estos años, si acaso a peor debido a las trabas que nos encontramos las organizaciones civiles», se lamenta Montes, que en los últimos años ha sido jefa de misión del operativo de Médicos Sin Fronteras en el Mediterráneo Central, a bordo del buque Geo Barents.
Su ONG y el resto de organizaciones que trabajan en la zona, donde se producen casi el 80% de las muertes de inmigrantes en el Mediterráneo, denuncian que el gobierno italiano les obliga a navegar hasta puertos lejanos del norte de Italia para desembarcar inmigrantes. «Hace una semana realizamos un rescate muy al
sur de Italia y nos hicieron desembarcar en el puerto de La Spezia, cerca de Génova. Hay diversas denuncias por este asunto», recuerda.
Otro obstáculo que se encuentran es que Italia les ofrece un puerto de desembarco muy rápido para que abandonen la zona cuanto antes: «Te asignan un puerto seguro de forma inmediata para sacar el barco lo más rápidamente posible y evitar que puedas hacer más de un rescate».
Más complicada es la situación en Malta, país al que las organizaciones humanitarias denuncian por impedir rescates en el mar. «Está probado que Malta da instrucciones a los buques mercantes que se encuentran en las inmediaciones de las embarcaciones en peligro para que continúen su travesía sin rescatar o, simplemente, se mantengan a la espera sin hacer nada. Todo ello con la intención de impedir la llegada de migrantes a su país», afirman desde Médicos Sin Fronteras.
Montes va más allá y condena la «indiferencia asesina» por parte del gobierno maltés: «Nadie habla de Malta y me parece aberrante que ningún estado europeo lleve a ese gobierno ante el Tribunal de Derechos del Mar de Hamburgo».
Pero lo peor es cuando los barcos de las ONG se enfrentan a los guardacostas libios, que han llegado a utilizar fuego real para disuadirles, según relata la activista: «El momento más peligroso lo viví a bordo de una lancha de rescate, acercándonos a una embarcación en peligro, cuando nos empezaron a disparar por encima de la cabeza con una ametralladora».
Montes explica que la vida a bordo de un barco de rescate en el Mediterráneo es de una calma tensa permanente: «Todos los días son iguales y todos son diferentes. Siempre hacemos lo mismo, guardias de vigilancia de 24 horas desde el puente de mando y muchísimo entrenamiento. Pero cuando llega el rescate nunca sabes lo que te vas a encontrar ni cómo van a suceder las cosas». La tensión se dispara cuando llega la hora del rescate: «Muchas veces ya han perdido la vida cuando llegamos, muchos dentro de la propia embarcación. He visto barcas hinchables muy sobrecargadas, con 80 personas en un habitáculo para 40, donde si una persona se caía al suelo no se podía volver a levantar por falta de espacio y moría ahogada en el fondo de la propia barca».
Los activistas que rescatan inmigrantes en el Mediterráneo están acostumbrados a escuchar críticas por su labor e, incluso, acusaciones de fomentar la inmigración ilegal y de crear un ‘efecto llamada’, opiniones que Montes rechaza: «Es una difamación. Las primeras ONG aparecieron porque la gente moría en el mar, no al revés. Y se ha demostrado que, cuando las ONG no operan, las embarcaciones siguen saliendo, con la única diferencia de que las personas se mueren en el mar».
«Es un trabajo que pesa mucho a nivel emocional –concluye–. Estos 7 años y medio me han parecido 20, con ritmos de trabajo de 24 horas y unos niveles de estrés altísimos. Al final, por muy fuerte que creas que eres, soy un ser humano. Aguanté mucho, pero el dolor se va acumulando como una olla a presión y cuando me rompí, fue muy duro». ●